Jesucristo es nuestro tesoro

Escrito de Mons. José Manuel Lorca Planes, Obispo de Cartagena, para el Domingo XXXII del Tiempo Ordinario.

Cuando escuchemos la Palabra de Dios en la celebración de la Eucaristía no tendremos más remedio que ponernos la mano en el pecho y tratar de respondernos a la pregunta de dónde está nuestro corazón: si en la vanidad y en la vanagloria, en la avidez sin escrúpulos por la ostentación, en la búsqueda de aplausos por tus bellas máscaras y disimulos, en tus fachadas y apariencias… o en la verdad de tu ser y de tu conducta. El caso es que Dios atiende los gritos de las víctimas de tantas fachadas y de tantos juegos de vanidades y es admirable esta Palabra: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he escuchado su clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo […] Ahora, pues, ve, yo te envío…» (Ex 3,7-8.10).

La predicación de la Iglesia ha sido siempre la misma: Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone «renunciar a todos sus bienes» (Lc 14,33) por Él y por el Evangelio (Mc 8, 35). No fue un discurso en regla, sino un caso real que tenían delante de sus ojos, el ejemplo de la pobre viuda de Jerusalén que, a pesar de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (Lc 21,4). Este precepto del desprendimiento no ha perdido fuerza con el paso del tiempo, sigue en vigor, porque desprenderse de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos (Catecismo de la Iglesia Católica, 2544). El Papa Francisco comentaba con humor, que detrás del ataúd no suele ir ningún camión de la mudanza. No es un tema desconocido para todo creyente, y tampoco se limita a la hora de nuestra muerte, sino que funciona también para la vida, ¿no hemos escuchado esto de que entre las condiciones para ser discípulos de Jesús se nos exige dejarlo todo: padre, madre, tierras, bienes… incluso olvidarnos de nosotros mismos? La razón está en estas palabras del Señor: «Busca primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura» (Mt 6,33). En este mundo no somos los dueños, sino administradores de los bienes que nos ha regalado el Señor.

Los santos nos han advertido de estas cosas y nos han recordado que Dios nos necesita libres y para responder a esa gracia hay que soltarse de todas las ataduras. Debemos ser valientes para desprendernos: «¡Tanta afición a las cosas de la tierra! Pronto se te irán de las manos, que no bajan con el rico al sepulcro sus riquezas» (San Josemaría Escrivá, Camino, 634). Es preciso purificar el corazón de amores desordenados para poder ver con nitidez y presentarte con el rostro limpio delante de Dios. Está claro que sabemos que no toda la pobreza es santa, ni toda riqueza, mala. Escucha lo que nos dice San Agustín: «Aprended a ser pobres y necesitados, lo mismo si poseéis algo en este mundo que si no poseéis nada. Porque se encuentran mendigos repletos de orgullo y ricos que confiesan sus pecados. Dios resiste a los orgullosos, lo mismo si están cubiertos de sedas que de harapos, pero concede su gracia a los humildes, posean o no bienes de este mundo» (Comentario sobre el salmo 85).

Los que siguen a Jesús pobre no se abaten por la escasez, ni tampoco tendrán el peligro de ensoberbecerse con la riqueza. El Papa Francisco lo explica bien: «Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos». El Señor es nuestra heredad.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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