En los domingos anteriores, Jesús ha afirmado que Él era para nosotros la fuente de Agua Viva, que brota para darnos vida, la luz que nos ilumina por el camino. Hoy nos ha dicho que Él es nuestra Vida. Una vida que, decía san Pablo, está en nosotros, como también en nosotros puede brotar su fuente de agua viva, y en nosotros puede brillar su luz que ilumine el camino. Es, dicho de otro modo, creer que en nosotros está presente la fuerza renovadora del Espíritu Santo que nos comunica Jesús resucitado.
Nuestro camino de Cuaresma se acerca a su cumbre: la cumbre que será la gran celebración de la Pascua. El esfuerzo de renovación de nuestra vida cristiana debería intensificarse en estos días, para centrarse en aquello que es el núcleo de la fe. Esto es importante, muy importante, para nuestra vida cristiana. En la Palabra de este domingo se repite lo que significa para nosotros la Pascua, se trata de una palabra que resume al mismo tiempo lo que el hombre desea y anhela: la vida. Pero atención, que esto tiene un significado muy profundo: la incorporación a Jesucristo por la fe, el sumergirse en Él por el Bautismo, es una incorporación a la Vida, es un sumergirse en la Vida, en la Vida que es Dios.
Leamos el evangelio de esta semana, donde vemos cómo Cristo sabía que su amigo Lázaro estaba gravemente enfermo, pero que esta enfermedad no acabaría en la muerte, sino que serviría para gloria de Dios. Hay un matiz interesante en este relato, porque nosotros llamamos muerte a la enfermedad, al dolor, a la pobreza, a todo aquello que conduce a la muerte física, mientras Cristo la llama «sueño»; por eso va a despertar a su amigo.
Jesús llegó tarde. Lázaro llevaba ya muerto cuatro días en el sepulcro. Alguno de sus discípulos pensó que lo único que podía hacer el Maestro era dar a sus hermanas un conmovido pésame. Por eso no les extrañó que el amor hacia el amigo muerto provocase sollozos y llanto. Jesús no era un hombre impasible, tenía sus sentimientos y mostraba siempre una gran cercanía a todos los casos de sufrimiento y dolor; el Señor no perdió nunca su sensibilidad. El Señor pide a los que le rodeaban que quitaran la losa de la tumba e inmediatamente comienzan las protestas, porque ya llevaba el cadáver varios días enterrado y no entendían la petición. Pero Jesús insiste en quitar lo que separa, lo que aísla. En este clima debemos tener confianza, porque Él sabe lo que hace, debemos escuchar el grito de Jesús que nos manda salir fuera del sepulcro y nos llama a superar las ligaduras terrenas y la esclavitud del pecado para vivir como resucitados. Jesucristo da una nueva vida a su amigo que había muerto.
Esto mismo va a significar celebrar la Pascua: vencer con Cristo lo que hay de muerte en nosotros para compartir más todo lo que es la vida de Dios. Esta es nuestra fe, esta es nuestra esperanza. Hoy somos invitados a reflexionar sobre la muerte verdadera, de la que nos habla claramente san Pablo. Se trata de la muerte fruto del pecado, de la muerte física, sabiendo desde la fe que es camino de resurrección y de vida eterna.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena