Homilía del Obispo de Cartagena en la parroquia de San Benito de Murcia, 23 de noviembre del 2013.
Ilmos. Sres. Vicario General y Vicarios Episcopales.
M.I. Sres. Rectores y Formadores de los Seminarios.
Sacerdotes, Religiosos, Miembros Asociaciones de Vida Apostólica.
Seminaristas
Familiares de los seminaristas candidatos a los Ministerios.
Feligreses de la Parroquia de San Benito.
Hermanos todos
Volvemos a este templo de la parroquia de San Benito para celebrar los ministerios laicales de los jóvenes seminaristas que se están preparando para ser sacerdotes y damos gracias a Dios porque ante su llamada determinante ha habido respuestas, las de estos 17 jóvenes, que rompiendo cualquier tipo de presión y que han tenido la valentía y el coraje de decir: ¡cuenta conmigo! No os quepa la menor duda de que vuestro generoso compromiso eclesial, para ser misioneros y testigos de la fe, os ayudará a madurar, porque la fe se refuerza dándola, como nos decía el Beato Papa Juan Pablo II. Cuando anunciáis a Jesús y cuando dediquéis toda vuestra vida al Evangelio iréis creciendo, madurando en la fe. El tema está claro, no podéis ser buenos cristianos si no sois testigos y profetas de la Buena Nueva, así que no esperéis ser ordenados para descansar, para estar tranquilos ya, una vez conseguida la meta a la que aspirabais. Si alguno piensa que este es su fin, que se replantee su respuesta al Señor, porque aspirar a ser ordenado sacerdote es comenzar a entregar la vida con más intensidad, no tener descanso, ni días, ni tiempo para ti, supone entregarlo todo. No tenemos ni oro ni plata, no nos mueve la búsqueda de la fama, tener más amigos que nadie en el Facebook; no es una ideología la que nos ha enganchado, ni nos avalan amigos poderosos… Lo más valioso que tenemos, lo que da sentido a la vida de un llamado y consagrado es: ¡el conocimiento y experiencia de Dios, su Evangelio y la Vida! Esto es lo que debemos dar, para esto dejamos todo. Sí, ¡gritad fuerte y decidle a todo el mundo que merece la pena, que sí que puedes consagrarte para esta aventura!
Firmes en la fe, agarrados a Nuestro Salvador y Redentor, a Cristo, que está presente y vivo en el horizonte de nuestras esperanzas y vida. Él ha plantado su tienda en medio de nosotros y permanece junto a su pueblo, tanto en los momentos de peligro por los que pasamos, como en los gozos y en las alegrías; Él sigue invitándonos a su mesa, lavando nuestros pies, caminando a nuestro lado, por medio de los testigos y ministros de los sacramentos, sigue explicándonos las Escrituras y nos reparte el pan. Precisamente hoy celebramos la fiesta donde le reconocemos como Rey y Señor, ¿acaso con esta fiesta se nos quiere decir que Dios está lejano? Jamás, esa no es la intención, más cuando en toda la tradición bíblica se ha denominado al Señor con imágenes entrañables, se le espera como al esposo, maestro, amigo y compañero de viaje, en todo momento se le ve cercano, defensor… Ha plantado su tienda en medio de nosotros.
«Mi reino no es de este mundo», le dijo a Pilatos; su Reino, su manera de gobernar es algo muy distinto de lo que entendemos de los reyes de la tierra, mientras estos son poderosos, tienen ejércitos, guardan la distancia, por seguridad, frente a sus enemigos…; la realeza de Jesucristo se distingue en la humildad, cercanía y sencillez de vida. Jesucristo nos ha dado ejemplo para que aprendamos: Él es Rey clavado en la cruz, con corona de espinas e insignificante cetro; no tiene armas, ni ejércitos preparados para defenderle… no los necesita. Su fuerza es el amor, un amor entregado, un amor redentor, ha vencido al pecado y a la muerte y nos regala la Vida. Cristo Rey ha reconciliado a todos los seres, los del cielo y los de la tierra y ha establecido la paz, gracias a los méritos de su Pasión y muerte en cruz. Así es la realeza de Jesucristo.
Esas son las claves para entender por qué y para qué nos llama el Señor: humildad, cercanía, sencillez, entrega, Cruz, amor, redención, Vida. ¿Merece la pena entregarse para esto? No lo dudes, en absoluto, ¡claro que merece la pena! Ved cual es la mentalidad de este mundo que favorece las rivalidades, abusos, frustraciones y violencias de todo tipo. Ahora sopesad, por el contrario, lo que se le pide a los hijos de Dios, a los que tenemos a Cristo por Rey: estamos llamados a crecer en la caridad, en el perdón, misericordia en la modestia y la humildad. Los ciudadanos del Reino de Dios saben cual es el estilo, el de nuestro Rey y Señor, tal como lo expresa San Pablo: «Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas» (1Tes 2, 7-8). Pero alguno se preguntará, ¿pero quien sostiene al que está llamado a ser un ministro del Señor? ¿De dónde saca fuerzas para no venirse abajo? La respuesta es evidente, el que te ha llamado te sostiene, te da fuerza y vigor, no te vencerán los temores, sólo te pide que no te apartes de Él, lógico, que te mantengas, que permanezcas vinculado por medio de la oración y de su Palabra dentro de la Iglesia, que da los sacramentos eficaces de gracia.
Dentro de unos días comenzaremos el tiempo de Adviento, como preparación a la venida de Nuestro Señor, pero quiero resaltar el mensaje que escucharemos acerca de las advertencias y lo que significa eso de «predicar en el desierto». Se trata de las advertencias para cuando se plantea la predicación, la tentación de cerrar los oídos, que es el grave problema que nos encontramos, en nosotros mismos y en los demás, ¡menudo peligro tenemos!, porque si andamos así cerrados a la conversión no hay nada que hacer… Entonces es cuando el ministerio cobra vida, cuando tiene sentido la predicación a tiempo y a destiempo, insistiendo… sin perder la esperanza, que Dios es un hacedor de maravillas y hasta en el desierto saca producto. El ministerio favorece el que Dios pueda ser escuchado, porque la predicación es contundente y es capaz de enderezar lo torcido, de allanar lo escabroso.
Queridos candidatos a recibir los Ministerios laicales, vosotros os acercáis al Señor y tenéis confianza en el que os ha llamado, pues mucho ánimo, oíd con atención la Palabra, porque Dios sigue saliendo a nuestra vida llamando a nuevos profetas, porque el desierto se está haciendo cada vez más grande y se favorece desde todos los ámbitos de la sociedad, sin medir las consecuencias, ya que donde crece el desierto, se expulsa al hombre y si desaparecen las condiciones de poder vivir la dignidad del hombre, ¿qué nos queda? Sólo nos queda agarrarnos fuerte a Dios y no dejarnos llevar por la corriente, nos queda la fe, la esperanza, la confianza en Dios, que sostiene nuestras vidas y promueve la tarea para la que fuisteis llamados.
Que Dios os bendiga y mucho ánimo a todos para seguir adelante con ilusiones renovadas, pero sabiendo que no nos podemos dormir, que hay que predicar a Cristo con la palabra y con los signos, con la seguridad de que lo que se ofrece al mundo es bueno para construir y edificar. No ocultéis los signos de vuestra identidad, no os escondáis, si queréis ser coherentes, en la foresta del anonimato, dad la cara y proclamad vuestra condición de testigos. Os animo a mostrar los signos de vuestra condición a las claras, en vida de cada uno, que se note donde estemos que somos religiosos o sacerdotes, o laicos cristianos, que nos conozcan, incluso en el vestir, sin renunciar a eso, porque cuando las palabras se agotan, quedan los signos. Nuestro Señor no ha renunciado al signo de la cruz y eso que es pesada, pero manifiesta en ella su amor misericordioso: la Iglesia y los cristianos nos sentimos obligados a anunciar a todos el misterio salvador de Jesucristo para iluminar su vida y colaborar al bien de la sociedad y a la solución de los más hondos problemas de nuestro tiempo.
Querido
s hermanos, rezad al Señor para ser fuertes y seguir anunciándole, pedid por los que hoy reciben el ministerio de acólito y por todos los seminaristas y por los que vendrán. Que sean personas de la verdad y la transparencia, que sepan acercarnos a todos a Jesús y sus vidas hablen de entrega y esperanza.
Os deseo a todos vosotros la paz de Dios, especialmente a las familias de estos hermanos que hoy reciben los estos ministerios.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena
1 Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 10.