XXIX domingo del Tiempo Ordinario
Las tres lecturas de este domingo nos llevan a centrar nuestra atención en Jesucristo y en lo que significa para todo hombre. La primera lectura, del cuarto cántico del siervo de Yahvé, nos hace vivir el dramatismo de la pasión y muerte de Jesús. Él fue fiel al amor de Dios y de los hombres, y no se arredró ni buscó escapatorias, sino que aceptó vivir ese amor pasase lo que pasase. De esa muerte dramática, dice la propia lectura, nace la luz, la justificación, la vida para todos: el amor rompió el maleficio del mal y de la muerte, y abrió un camino nuevo para la humanidad entera; el amor vivido por el Dios hecho hombre abrió para todos los hombres la vida de Dios.
Estas lecturas nos invitan a considerar en profundidad la tarea evangelizadora de la Iglesia, por esta razón viene bien escucharlas en este domingo, porque celebramos el día del Domund. Recordad que en este día se nos llama a llevar a los hombres el anuncio del Evangelio: «La Iglesia peregrina entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor, hasta que él venga», como dice el Concilio Vaticano II (LG, 8). El mandato misionero va más allá de una ayuda material, porque la Iglesia envía a dar a todos los hombres lo que todavía se necesita cuando parece que nada se necesita: la definitiva palabra de salvación que llega hasta el corazón del hombre.
El «servicio» de la misión es la actualización del «servicio» que Cristo nos ha hecho «entregando su vida en rescate para todos los hombres». El misterio pascual de Cristo es el principio de la renovación de toda persona y la acción misionera de la Iglesia es, por ello, la acción más humanizadora, en sentido pleno, según Dios. La Iglesia, que vive intensamente la dimensión misionera, sabe acompañar, también con su sufrimiento, a los hermanos misioneros, a todos los hombres y mujeres, a los sacerdotes, laicos y matrimonios que han dejado casa, padre y madre, y están ayudando a mucha gente a conocer el don de Dios, a convertir sus vidas a la esperanza y a conocer la misericordia de nuestro Señor.
Queridos diocesanos, os invito en este día del Domund a convertir nuestras personas y nuestras comunidades en vehículos más transparentes del Evangelio de Dios y, en segundo lugar, a volver a ofrecer la Buena Noticia a todos aquellos que no la conocen, a los que la conocen mal o a los que se alejaron de ella. Dejaos iluminar por la Palabra de Dios y activad vuestra responsabilidad. Salid, como nos pide el Papa Francisco, a las calles de nuestros pueblos y ciudades y anunciad a Dios; salid a vuestras familias y anunciadles a Dios; salid sobre los montes de la sociedad y anunciad a Dios en los trabajos, en las oficinas, en los bares, en la política y en los sindicatos… Anunciad que la salvación viene de Dios, que la paz y la justicia es fruto de la Verdad, que Jesucristo es la Verdad. Salid a los jóvenes y ofrecedles la libertad, que sean valientes para romper las cadenas que les oprimen y salten de júbilo por su futuro de alegre esperanza.
¡Feliz domingo!