Homilía en las Bodas de oro sacerdotales de Mons. Lorca en la Catedral

Homilía en mis bodas de oro sacerdotales

28 junio de 2025

 

Queridos hermanos:

 

Os agradezco vuestra presencia, vuestra oración y amistad, y el acompañarme hoy para dar gracias a Dios por todo el bien que me ha hecho a mí desde que nací y que ha hecho a otros, a través de mí, durante medio siglo de sacerdocio. Y agradecido por que seáis testigos de mi petición de perdón por todo el bien que pude hacer, que debí hacer y que no hice y por el mal que he podido hacer involuntariamente.

 

Doy gracias a Dios por mi familia. Por mis padres y mis hermanos que estuvieron todos presentes en la ordenación sacerdotal, celebrada en la iglesia de San Pedro de Espinardo y presidida por Mons. Javier Azagra Labiano, entonces, obispo auxiliar de Mons. Miguel Roca Cabanellas. En esta acción de gracias, mis padres y mis tíos me acompañan desde el cielo, así como muchos de los que estuvieron en aquella celebración. Doy gracias por mi tío Jesús y su esposa Pepita, que afortunadamente están con nosotros.

 

Aprovecho para agradecer mis años de formación, reconozco que la Iglesia de Cartagena no ha escatimado esfuerzo nunca para que la preparación de los seminaristas fuera de gran calidad y lo quiero decir en voz alta. En el itinerario de los años de estudiante y como sacerdote me he encontrado a muchos hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas, que me han ayudado mucho con sus testimonios de fe, verdaderos ejemplos de vida coherente, de los que he aprendido mucho. Dios, que sabe hacer bien las cosas, me ofrecía esos testimonios para que entendiera que lo ideal es posible, que estaba al alcance de mis manos. Ojalá hubiera aprendido mejor todas esas lecciones: la alegría de vivir con fe, con sencillez y en paz. También han sido muy importantes la gran cantidad de hermanos que me ha regalado el Señor en el ejercicio del ministerio, hombres y mujeres, jóvenes y adultos, cuyo testimonio de generosidad, de amor desinteresado a la Iglesia ha sido admirable; a las familias que me han tratado como a un hijo y que abrieron las puertas de sus casas y de sus vidas, solo porque era un sacerdote, un hombre de Dios… gracias. Estoy eternamente agradecido. No puedo olvidar a los que he visto partir a la casa del Padre Dios durante el tiempo del ejercicio del ministerio, muchos han sido compañeros sacerdotes, amigos, familiares y otros eran fieles de las parroquias… Todos están en mi recuerdo y a todos los encomiendo a la misericordia de Dios en la Eucaristía.

 

Muchas gracias a todos los que me acompañáis hoy. Os hablo con el corazón en la mano, me siento muy privilegiado, porque habéis hecho un gran sacrificio para estar aquí y no he dejado de preguntarme, Señor, ¿por qué? ¿Quién soy yo? No me lo merezco.

 

Doy gracias por los cinco años en que trabajé en la parroquia de Santiago de Totana como coadjutor, con D. Domingo López Marín, un ejemplo de sacerdote y amigo de verdad. Fue la «primavera» de mi vida sacerdotal. Y después, sin esperar nada, el Señor me ha ido poniendo delante tareas y responsabilidades, unas más sencillas, otras me exigían mayor responsabilidad y entrega, más tiempo, muchos kilómetros, como a cualquiera de los sacerdotes que conozco. Les puedo asegurar, que, a pesar de mis limitaciones y flaquezas, siempre he dicho que sí al Señor.

 

Conservo un recuerdo muy grato del tiempo que estuve con D. Javier Azagra; el tiempo de rector del Seminario; en las parroquias de San Mateo de Lorca con lo que supuso aprender a ser párroco y de los compañeros sacerdotes con los que he estado, tanto en aquella parroquia como en la ciudad y en la vicaría de Lorca. Me costó arrastrar el corazón desde allí cuando vine a Murcia, a las parroquias de San Nicolás y San Miguel donde viví unos intensos e inolvidables años. Estando en la sacristía de la parroquia de San Miguel de Murcia fue cuando Dios me volvió a sorprender con algo impensable. Guardé silencio y grité al Señor, pero poco a poco, cargado de preguntas y de miedos, llegué a Teruel donde todo era nuevo, todo sorprendente, nuevos rostros, otras costumbres y otros paisajes, pero un mismo Señor y una misma fe. Fui acogido y fui muy feliz en aquella aragonesa tierra. Mi compañera de viaje era mi madre. Los dos surcamos los mares de la esperanza y de un mundo nuevo. ¡Cuántos recuerdos, cuantos motivos de agradecimiento! Quiero traer a la memoria a las personas que me ayudaron en el cuidado de mi madre, que la llevé bastante delicadica, pero que se sintió muy querida y cuidada y era la que daba sentido a mi quehacer diario. Mi familia entera con mis hermanos, cuñados y sobrinos se desvivieron y nunca me dejaron solo. Tengo que decir que en ese tiempo los veía más de lo que los he podido ver ahora, estando aquí en nuestra tierra. En la Diócesis de Teruel he dejado parte de mi corazón.

 

Agradezco al Señor por haberme confiado, durante dieciséis años ya, la Iglesia de Cartagena, donde está el trozo más grande de mi corazón. Estos han sido años de plenitud y de fervor apostólico y misionero, en una Iglesia de grandes colaboradores, con un presbiterio único, genial, extraordinario y fiel. Puedo asegurar que esta Diócesis de Cartagena es viva, abre siempre puentes, cargada de energía apostólica en sus sacerdotes y laicos, cuyas presencias las encontramos en muchos rincones de este mundo, sí, en las actividades misioneras de sacerdotes, religiosos y laicos, incluidas familias enteras como heraldos de buenas noticias, evangelizadores con intrepidez, gastando y desgastando sus vidas por Cristo y el Evangelio. Doy gracias también por la Universidad Católica, que nació de la mano de D. José Luis Mendoza como una obra de Dios y hoy es una realidad importante para esta Región y para el mundo.

 

Me causa un gran dolor la falta de vocaciones, porque algo nos está diciendo el Señor a los cristianos de hoy y tendríamos que hacer un alto en el camino para hacernos preguntas, ver si nuestra vida y nuestra predicación están en la línea de lo que nos está pidiendo el Señor en este tiempo tan especial. Mira que, si no hemos sido capaces de dar a conocer la belleza del rostro de Cristo, la grandeza de una vida entregada y generosa, quizás nos han salido más las quejas, que el coraje de la fe, o que nos han podido más los miedos y las debilidades que la rica experiencia de saber que seguimos al Resucitado. Menos mal que el Señor cumple su Palabra y no nos ha dejado solos, nos ha bendecido con jóvenes intrépidos que le han dicho sí a Cristo y que hoy están en los seminarios de la Diócesis y serán los futuros pastores. Bendigo al Señor por los cinco sacerdotes que se ordenarán este año. Gracias al rector y formadores de los seminarios de esta Diócesis, gracias a los

 

que trabajáis en la Pastoral Vocacional… Permitidme que tenga un recuerdo especial para Maxi, mi fiel secretario que desde el silencio de su trabajo me ha acompañado durante muchos años en el ministerio.

 

Doy gracias también al Señor por los veintidós años trabajando en la Conferencia Episcopal Española y lo que ha supuesto de comunión, de ver palpitar el corazón de la Iglesia en sus temas más candentes, como en la búsqueda de nuevos caminos, nuevos métodos para la misión y en el empeño por mejorar y tender puentes. He aquí el testimonio de mi experiencia de fraternidad que ha marcado mi vida.

Os pido ahora a todos que me ayudéis a convertirme, a saber pedir perdón, a aprender a envejecer y no ser una carga para nadie en mi vejez, porque mi deseo ha sido siempre hacer la vida agradable a los que me rodean y no quisiera estropearlo al final de esta. A mis cortas luces entiendo que ahora todavía estoy bien de salud, porque tenemos la suerte de tener unos maravillosos profesionales de la salud. Así que insisto en el ruego de que me ayudéis a ser fiel a nuestro Señor, porque mi voluntad es morir como un buen hijo de Dios. Esa es mi mayor alegría y aspiración.

 

Os agradezco a todos vuestra compañía y a los que les hubiera gustado estar hoy aquí y no han podido. Que el Señor os bendiga, os conceda la paz y el coraje para seguir trabajando por el Reino de Dios.

 

+ José Manuel Lorca Planes Obispo de Cartagena

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