Homilía en la Santa Misa de Profesión de Fe de la Iglesia de Cartagena

Mons. José Manuel Lorca Planes en Murcia, el 21 de abril de 2013.

Queridos sacerdotes, religiosos, diáconos,

Dignísimas autoridades,

Hermanos y hermanas,

Al amparo de esta maravilla de arte, la fachada de la Catedral, vamos a tener esta tarde uno de los actos más significativos de la Diócesis, la proclamación solemne del Credo de nuestra fe de toda la Iglesia de Cartagena, sois la representación de todas las realidades de la vida diocesana. Daremos gloria a Dios juntos por todo lo que verdaderamente nos une, por lo que nos hacer ser el pueblo de Dios: Una misma fe, una misma esperanza, un solo bautismo, un mismo mandamiento de amor, reconociendo el sin fin de dones, talentos y carismas que Dios ha repartido entre todos y que son motivo de más gozo por la riqueza de matices y colores que tiene su Pueblo, sin que se quiebre la Comunión.

Hablar de Dios supone siempre afrontar un tema sublime, sin límites, misterioso y atractivo. Pero, con este acto no pretendemos quedarnos en discursos, ni palabras, sino en expresar nuestra experiencia de Dios, por eso los breves testimonios que escucharemos, y también el animarnos a renovar las razones de nuestra fe. La misma fe nos ha llevado a reconocer a Dios presente en nuestra vida y en la vida del mundo; por eso, de Él esperamos la salvación, la liberación del mal, la felicidad y también, con espléndido impulso de confianza, el poder estar junto a El, ‘habitar en su casa'(Cfr. Sal 83, 2 ss). «He aquí, pues, que nosotros hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede suprimir», decía el Papa Juan Pablo II.

Proclamaremos a Dios, al único Dios, del que nos dice la Carta a los Hebreos que «muchas veces y de muchas maneras habló en otro tiempo a nuestros padres por medio de los profetas; últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo». (1, 1-2). Al Dios Uno y Trino, al Padre de Jesucristo y Padre nuestro, al «Señor del cielo y de la tierra», como el Creador de todo. Dios que habla, que se ha revelado, que está cercano al hombre, el Dios invisible que se ha hecho visible a través de sus obras: «Los cielos pregonan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia las obras de sus manos».

El Dios que se revela es Aquel que existe y cuando decimos «creo en Dios», nuestras palabras tienen un carácter preciso de «confesión». Confesando respondemos a Dios que se ha revelado a Sí mismo. Confesando nos hacemos partícipes de la verdad que Dios ha revelado y la expresamos como contenido de nuestra convicción. Creer de modo cristiano significa también: aceptar la verdad revelada por Dios, tal como la enseña la Iglesia; significa aceptar ser introducidos y conducidos por el Espíritu a la plenitud de la verdad de modo consciente y voluntario.

El justo vive de la fe (Rom 1, 17) y esto supone:

LA FE PIDE QUE OS deis incondicionalmente, que abráis vuestra vida al amor de Dios. Estad abiertos a Dios, a pesar de las dudas o dificultades que la vida presenta, que Él iluminará vuestro camino. Dejaos llevar de la mano de Dios.

Ponte en camino, sí, déjate llevar por Él, incluso a través del desierto de la vida y acepta el saber sufrir, luchar, el caer y levantarte; procura ser fiel a Dios que nos llama, aunque sea invisible a nuestros ojos, ¡fíate! ¡ponte en camino siguiendo su luz, como los Reyes Magos, aunque no sepas a donde te va a llevar!. La oscuridad de la fe acompaña la peregrinación terrena del hombre hacia Dios, con la esperanza de encontrar futura, en la eternidad. «Ahora sólo vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara» (1 Cor 13, 12).

Un día preguntaron algunos «griegos» a los Apóstoles: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21), ellos querían saber quién era Jesús… Que vuestra búsqueda no esté motivada simplemente por la curiosidad intelectual, aunque en sí misma tenga un gran valor, sino que esté estimulada sobre todo por la exigencia profunda de encontrar la respuesta a la pregunta sobre el sentido de vuestra vida.

El deseo de ver a Dios está en el corazón de cada hombre y de cada mujer, pues dejad que Jesús os mire a los ojos, ante la presencia del Cristo de la Mirada, testigo de tantas conversiones en los Cursillos de Cristiandad, para que crezca en vosotros el deseo de ver la Luz, de gustar el esplendor de la Verdad. Seamos o no conscientes, Dios nos ha creado porque nos ama y para que nosotros le amemos, está muy cerca de cada uno. Esto explica la insuprimible nostalgia de Dios que el hombre lleva en su corazón: «Tu rostro, Señor, yo busco. No me ocultes tu rostro» (Sal 27,8). Dejad que emerja desde lo profundo de vuestro corazón el ardiente deseo de ver a Dios… Buscadlo con los ojos de la carne a través de los acontecimientos de la vida y en el rostro de los demás; pero buscadlo también con los ojos del alma, desde el silencio interior, por medio de la oración, la escucha y la meditación de la Palabra de Dios…

Creer supone también sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos por vivir a diario la fidelidad. Creer es llevar por el mundo, sobre nuestros hombros, como ha entrado el Cristo de la mirada a este altar, la cruz como signo del amor del Señor Jesús a la humanidad y anunciar a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención.

En este día tan señalado podemos proclamar que el cristianismo no es una opinión, no es simplemente una doctrina, no consiste en palabras vanas; el cristianismo es un encuentro en la fe con Dios hecho presente en nuestra historia por la Encarnación de Jesús. ¡El cristianismo es Cristo!, ¡es una Persona, es el Viviente! Encontrar a Jesús, amarlo y hacerlo amar: he aquí la vocación cristiana. Poned todos los medios a vuestro alcance para hacer posible este encuentro…

El cristiano hace gala de su fe cuando se encuentra con el otro, con el prójimo, y lo reconoce como un hermano. El cristiano confiesa también la fe cuando hace de buen samaritano, con los que sufren, cuando sabe bajar de su cabalgadura y atiende al que está postrado, cuando le cura las heridas, le tiende la mano o le da el alimento que le sostiene. Las luces y las sombras, los dolores y los gozos de los demás son también nuestros dolores y gozos, nuestras luces y nuestras sombras, por eso no podemos pasar de largo. Hacer las cosas así no es fruto de las ideologías, presiones culturales, económicas o políticas, sino que su razón está en el amor al hermano, que le da la fe.

Confesar el credo es comprometerse a dar el corazón y la vida. La caridad es lo que hace autenticas las palabras cuando proclamamos nuestra fe. Cuando paséis por la puerta de Cáritas o de las instituciones de caridad, de las parroquias de vuestros pueblos, barrios o ciudades y veáis cómo están muchos voluntarios atendiendo a los hermanos, dadle gracias a Dios y guardad silencio, porque ahí se está proclamando el Credo y esa actividad será ejemplar. También el Credo lo proclaman las familias cuando le pasan la fe a sus hijos; los sacerdotes y religiosos que han ofrecido sus vidas a Dios y sirven a los hermanos en la caridad; los jóvenes que os habéis reunido estos días en Jornadas Diocesanas de la Juventud y os toca confesar vuestra condición de ser de Cristo. Proclaman también el Credo los que han hecho de su vida una ofrenda a Dios y a los hermanos desde sus actividades y profesiones, especialmente cuando se valora, se cuida y se respeta la vida y la dignidad de la persona.

Y Ahora, dad gloria a Dios con vuestra vida, y que la Santísima Virgen María nos acompañe en este peregrinar, nos congregue para que podamos recibir el don del Espíritu Santo para ser testigos de Dios.

+ José Manuel Lorca Planes

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