Homilía en la ordenación de diáconos

Ordenación de diáconos

Parroquia San Benito. Murcia 15 de diciembre de 2024

 

Vicario general y vicarios episcopales; sacerdotes, párrocos de los candidatos;

rector del Seminario Mayor San Fulgencio y formadores;

rector del Seminario Misionero Diocesano Redemptoris Mater y formadores; director del Instituto Teológico San Fulgencio;

religiosos y religiosas; seminaristas;

familiares de los candidatos al diaconado;

párroco y feligreses de la parroquia de San Benito; hermanos y hermanas,

 

 

Queridos Abraham, Enrique, Miguel, Kacper y Ángel Johan.

Vais a recibir hoy el sacramento del Orden en el grado del diaconado. Esta es la respuesta de Dios a su llamada primera que se verá confirmada por la consagración y el envío. Sois, por tanto, llamados, consagrados y enviados a servir. Don y misión que os capacita, por la imposición de manos del obispo y la oración de consagración, para el servicio al estilo del Señor Jesús.

El sacramento que vais a recibir es una gracia que toca vuestro propio ser, haciendo de cada uno de vosotros un hombre nuevo, capacitado para servir. Toda vuestra vida será desde hoy servicio. Lo que sois, lo que pensáis, lo que sentís, lo que tenéis, incluso lo que esperáis llegar a ser, ya no es vuestro, es del Señor, y en él, de los hermanos. El servicio es entender y vivir la vida como la entendió y la vivió Cristo, nuestro Señor. El modelo de vuestro servicio ha de ser siempre el modelo del Evangelio. Cristo Siervo ha de inspirar cada momento de vuestra vida, cada rincón de vuestra existencia, nada en nosotros escapa al don que hoy recibís en el diaconado. Con el Siervo Jesús lo podréis todo, sin él no podréis nada.

 

Más de una vez os habréis preguntado por qué os ha llamado Dios, y los más misterioso e inquietante para cada uno, ¿por qué a mí? Cada uno somos conocedores de nuestra realidad y conscientes de nuestra pobreza, entonces, ¿por qué Dios se fija en mí y me llama para una empresa tan importante, tan grande, que supera sin duda mi capacidad? No puede el hombre por más que lo intente dar respuesta a este interrogante. Solo nos

 

queda confiar en la fidelidad del que llama y abandonarnos a su amor infinito. Para un tiempo tan seco como el nuestro, con tantos prejuicios y menosprecios, con la sequedad religiosa, la voz que pronuncia nuestro nombre en medio de la noche es un misterio. En medio de esta realidad complicada en la que vivimos, Dios insiste y no deja de buscar. Dios da señales, se hace presente de mil formas y no se cansa de llamar, aunque, en el fondo de tu ser necesitas responder a su voz que resuena en tu alma. Parece como si el viejo sacerdote Leví te estuviera diciendo, responde así a esa voz: «Habla, Señor, que tu siervo escucha».

 

El origen de toda vocación es gratuito, pero estáis aquí, vosotros habéis escuchado la llamada que ha servido de distintas mediaciones para traeros hasta aquí, para que hoy pronunciéis un sí libre y generoso a la insistencia del Señor. No tengáis miedo, como Samuel podéis decir: «Habla, que tu siervo escucha».

 

La escucha es la actitud del discípulo, que cada día ha de aprender. La misión de un ministro de Cristo es saber estar cercano a la gente desde la cercanía de Dios, saber escuchar y comprender al otro que camina a nuestro lado, con esa actitud tan evangélica que es la compasión, actitud que brota de la misericordia de Dios, por eso, en muchas ocasiones, el silencio es más elocuente que la palabra, nuestra presencia más que muchos argumentos por más verdaderos que sean.

 

Escuchar, sí. Escuchar a Dios para estar atentos a las necesidades del pueblo que se nos ha encomendado. Nunca vayáis con la lección aprendida, ni os situéis por encima de nadie, porque un diácono es un servidor, por eso como nos dice san Pablo: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (Rom 12, 15-16).

 

Solo os pido que tengáis fortaleza de fe y disponibilidad para levantarse y dejar atrás la vida acomodada, disponibilidad para decir sí siempre para servir a los hermanos, como Cristo que se entregó por nosotros, que lavó los pies a los Apóstoles para enseñarnos el modo de servir; disponibilidad para gastar cada día tu vida en el servicio a Dios y a los hermanos con la esperanza de la vida eterna. Estar disponible es hacerse pequeño para ser pequeño, para servir a los pequeños, incluso para mirar a la realidad como la miran los pequeños; estar disponibles para el servicio de las mesas, para el servicio de la caridad, de los pobres. Los pobres, queridos hermanos, no os pueden ser ajenos, forman parte de la esencia de vuestra vocación y ministerio diaconal. Servid como lo hace el mismo Señor, servid como serviríais a Cristo, con entrega y delicadeza, con tiempo y con paciencia, con acogida y compasión.

 

Vuestra meta no es ser sacerdotes, está claro que sabéis que la meta es ser santos, aunque os cueste agarraros a la Cruz de cada día. Un sacerdote no es un líder –dijo el Papa–, sino alguien que busca la comunión; alguien que busca la fidelidad, que huye de la tentación de ser autónomo o autosuficiente; no andar nunca por libre, como se suele decir. Debemos ser instrumento de unidad, pensar unidos, vivir unidos, no es algo que sale solo, hay que pedirlo al Señor, trabajarlo continuamente. El Papa previno del peligro de un camino torcido: podríamos acabar fácilmente siendo presa de variadas tentaciones. Para ser sacerdotes se es primero diácono y esto no se pierde después, porque es la base y el fundamento del sacerdocio, porque Jesús no vino a ser servido sino a servir y a dar la propia vida (cfr. Mt 10, 45).

 

En el mismo discurso el Papa señaló al espíritu de servicio como base del ser sacerdote. Y dijo algo que resulta familiar: que cada mañana es bueno rezar pidiendo saber servir: Señor, hoy, ayúdame a servir. Y cada noche, dando gracias y haciendo el examen de conciencia, decir: Señor, perdóname cuando he pensado más en mí que en darme al servicio de los demás.

 

Y añadió el Papa Francisco: servir quiere decir estar disponible, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, de los imprevistos, de los cambios de programa, de las situaciones que no entran en los propios esquemas. Es lógico que ahora un diácono, después un sacerdote, tenga un horario, un plan de actividades, pero es importante –y hace al servicio, a la entrega– no perder de vista que Dios habla a través de las necesidades de nuestros hermanos, de las de la gente, y con frecuencia no encajan con lo previsto. La pauta es siempre Cristo, Cristo atento a las personas, siempre disponible. Cambió de planes cuando se acercó a Naím; se compadeció del dolor de aquella viuda, sufrió con ella, lloró, y le entregó a su hijo resucitado. Junto al pozo de Sicar supo el Señor dejar de un lado su cansancio y el hambre para ocuparse de aquella mujer pecadora, y para atender luego a todo el pueblo que se le acercó.

 

Nuestra misión se facilita cuando tenemos presente lo que dijo Jesús: permanecer en mi amor y amad a los demás como yo os he amado. No sale solo este amor, tampoco que los demás encuentren a Cristo servidor en nosotros; hace falta mucha ayuda de Dios, por eso queridos fieles, rezad por los sacerdotes, rezad por estos próximos diáconos.

 

Que la Santísima Virgen María nos ayude a vivir con fidelidad siempre y nos ayude en cada instante de nuestra consagración como servidores de los demás.

 

+ José Manuel Lorca Planes Obispo de Cartagena

Contenido relacionado

Enlaces de interés