San Fulgencio
Patrono de la Diócesis de Cartagena 16 de enero de 2025
Excmo. Mons. Francisco Gil Hellín,
Ilmos. Sres. vicario general y vicarios episcopales, Cabido de la Santa Iglesia Catedral,
rectores de los seminarios mayores San Fulgencio y Redemptoris Mater, formadores de los seminarios,
director del Centro de Estudios San Fulgencio.
Queridos sacerdotes, religiosos y religiosas; diáconos, seminaristas. Queridos hermanos y hermanas.
Hoy celebramos la fiesta de nuestro patrón, san Fulgencio, defensor de la fe y fiel a la voluntad de Dios. Hoy tendremos la oportunidad de meditar cómo él respondió generosamente al amor de Cristo, cómo lo vivió y cómo lo predicó. El centro de su atención fue sin duda el Señor: «Cristo, que en cumplimiento de la voluntad del Padre inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la redención» (Lumen Gentium, 3). Este texto del concilio nos permite considerar la misión mesiánica de Cristo y la serie de manifestaciones de Jesús celebradas en estos días: el nacimiento, la epifanía y el bautismo. Estemos atentos a la misión que ha comenzado nuestro Señor, lo que predicó y la credibilidad que ofrecía su persona. Renovemos en esta fiesta la importancia de la pasión por la evangelización y el celo apostólico.
Recientemente, el Papa Francisco planteó los desafíos que tenemos los cristianos en Europa para transmitir la fe, especialmente en el contexto que no siempre favorece el anuncio del Evangelio y nos dice: «Ustedes lo experimentan cada día, pues los ambientes en los que trabajan no siempre se muestran favorables para acoger el anuncio del Evangelio». Y nos recordó que en el centro está el Señor, insistió: «No estoy yo en el centro, sino Dios. Esto es algo que quizá cada mañana, cuando sale el sol, cada uno de vosotros, sea sacerdote, religioso o laico, debería repetir en la oración: también hoy, en mi servicio, que no esté yo en el centro, sino Dios». El Papa nos pone en guardia frente al serio peligro de dejarnos llevar por la mundanalidad o por la vanidad, como dice él con un lenguaje más descriptivo, aquello de ser «un pavo real o eso de mirarse demasiado a uno mismo». Esto, dice el Papa, es vanidad. Y la vanidad es un mal vicio, con mal olor. Por eso nos pide: cuidar de uno mismo y cuidar de los demás con urgencia, porque hemos dicho un «sí» que hemos pronunciado una vez y para siempre. Acordaos que lo dijimos de verdad y de modo solemne dispuestos a cumplirlo.
Le pido a san Fulgencio que nos ayude a mantenernos en la palabra dada al Señor. La tarea ministerial cansa, dijo el mismo Sumo Pontífice a los obispos y sacerdotes en Córcega, por eso les pidió que llevaran cuidado con la demasiada actividad y con el demasiado celo y con no descansar, así que es bueno hacer una pausa, centrarse, para hablar más con el Señor y con la Virgen. Y esto incluye también otra cosa: cuidar la fraternidad entre nosotros, que aprendamos a compartir no solo el cansancio y los desafíos, sino también la alegría y la amistad, ya que un sacerdote que no comparte la alegría se impregna de vinagre y va por la vida con el corazón amargado. Que no nos pase esto a nosotros, sino que sigamos el consejo del Papa: elevar la oración para que el Señor cambie nuestras quejas en danzas y nos dé sentido del humor, sencillez evangélica, gratitud y responsabilidad.
Si el Papa nos ha pedido fraternidad, saber cuidar de los demás, tenemos que ser capaces de acogernos mutuamente reconociéndonos iguales en la diversidad y asegurando que la misión que cada uno ha recibido tiene siempre un único objetivo: llevar a Jesús a los otros. Esta es nuestra tarea esencial, trabajar en las vías pastorales más eficaces para la evangelización: «No tengan miedo de cambiar, de revisar los viejos esquemas, de renovar el lenguaje de la fe, llevando a cabo la misión, la cuestión de la fe. Cuidar de los demás: del que espera la Palabra de Jesús, del que se alejó de él, de aquellos que necesitan orientación y consuelo para los sufrimientos».
Es tiempo de descubrir con sencillez y confianza cómo el Señor sabe cambiar el luto en danza y cómo nos ha vestido de fiesta, porque el Señor es nuestra fortaleza, es nuestra roca firme, nuestro baluarte, en él ponemos nuestra vida, en las manos del Señor y en él confiamos… (cf. Salmo 30,12). Si hemos puesto a Cristo en el centro de nuestra vida ahora y siempre, en él está nuestra esperanza viva. ¿No vamos a dar gracias por los frutos de la pastoral vocacional, por los seminarios diocesanos, el menor y los dos mayores?
¿No vamos a dar gracias por las vocaciones a la vida consagrada, por los religiosos? Demos gracias por los sacerdotes, que atienden todas las realidades pastorales de nuestras parroquias; y demos gracias por la generosidad y capacidad de sacrificio de todos vosotros, laicos entregados por vuestro servicio fraterno. Demos gracias por todas las familias, por los que sirven a los más necesitados, por tantos voluntarios, por los jóvenes que han sabido decirle a Jesús «aquí estoy». ¡Cuántas hermosas realidades de servicio y amor existen entre nosotros!
Hermanos, necesitamos que «sobreabunde la esperanza» (cf. Rm 15,13), como dice el Papa Francisco, para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe.
Que Dios os bendiga con el don de la paz. Amén.
+ José Manuel Lorca Planes Obispo de Cartagena