Eucaristía en la jornada de oración por la paz en Siria

Homilía del Obispo de Cártagena, Mons. José Manuel Lorca Planes. Domingo XXIII. Ordinario. C. 2013.

Hemos sido convocados por el Santo Padre a pedir a Dios por la paz, sí, a pedir por la paz. También a Dios se le pide esto. A Dios le podemos pedir todo, especialmente, lo que más nos conviene. Si en las lecturas de este domingo hemos leído como Dios nos cuida y protege, no podemos dudar que depende de Él la fortaleza para construir un mundo en paz. ¿No recordáis la famosa oración de San Francisco de Asís? ¿Qué le pedía a Dios? «Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la fe.
Que allá donde hay desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría».

La fuerza de esta oración está en la fe de San Francisco sobre quien puede darnos la paz y acude a Él. Es a Dios al que le estaba pidiendo que reconstruyera al hombre viejo, que le sacara del abismo de sus miserias y que le apartara de los odios ofensas, discordias, errores, dudas, desesperaciones, tinieblas y tristezas. ¡Dios lo puede hacer! Esta oración es el fruto de la fe y de la confianza, no dice verdades a medias, sino que enseña la seguridad del que pone su confianza en Dios, que puede reforzarnos a cada uno de nosotros en el amor, perdón, unión, verdad, fe, esperanza, luz y alegría. Movidos por la misma confianza acudimos hoy a Dios para que mueva los corazones de todos, especialmente, los corazones de los que tejen los hilos de las naciones para que busquen la paz y no afilen las espadas de la guerra; venimos con las débiles armas de la oración y del ayuno con la convicción de su poder.

En las lecturas de hoy se nos dice que el Señor nos da su Santo Espíritu para que tengamos la sabiduría de conocerle, de saber sus designios y nos podamos salvar. ¡Qué cosas más bellas escuchamos en la Palabra de Dios! Sólo con ese pensamiento bastaría para colmar todas nuestras ansias, nuestras necesidades y llevarnos a una esperanza viva. Lo cierto es que en esa breve afirmación está encerrada una de las más grandes respuestas que necesita el hombre: saber que no estamos solos, que Dios mantiene su mirada permanentemente sobre nosotros y nos hace sentirnos seguros. Que Dios puede encender en lo más hondo de nuestro ser la lámpara de la fe y ayudarnos a reaccionar, a convertirnos en los hombres nuevos que nacen de la fuente del Bautismo.

Digamos también que, precisamente porque nos cuida, nos dice la verdad y nos corrige, aunque nos duela. Lo más hermoso es saber que a Él le podemos llamar Padre, un Padre que nunca pierde la comunicación, que siempre tiene cobertura y nos ha demostrado, de generación en generación, que cuando le invocamos hace prósperas las obras de nuestras manos. Hoy invocamos al Padre para que nos haga constructores de la paz. Oíd su respuesta, estad atentos a sus palabras, escuchadle y veremos como nos orienta para que dejemos nuestros intereses, ambiciones, el ego,… y busquemos hacer su voluntad.

Esto mismo lo expone Jesús en la lectura del Evangelio de hoy, con palabras tan duras, que desconciertan a los que no conocen el estilo de Dios. ¿Qué nos está pidiendo Jesús? Sencillamente, que para ser hijos y discípulos hay que abandonarlo todo; se pide una libertad absoluta, que nada, ni nadie le quite el puesto que debe tener Dios en tu vida. Lo que se le pide a un discípulo es estar enraizado en Cristo, edificado en Él, que sea el centro de nuestra vida. Sus palabras son exigentes, pero es comprensible que exija sinceridad. Con Dios no se puede jugar, hay que ser transparentes, no podemos pretender usar con Él el engaño y la falsedad de una entrega a medias. Jesús nos ha hablado claro, «quien no cargue con su cruz no puede ser discípulo mío».

Para ser discípulos, debemos dejar todo, renunciar a las cosas que no salvan; cargar con la cruz y seguirle; para ser discípulo, Cristo tiene que ser el centro de tu vida; tú ya no te perteneces, eres propiedad de Dios. ¿Qué quiere decir todo esto, que te quedas sin nada? No, que has salido ganando, porque quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta.

Termino con el final de la bella oración de San Francisco de Asís, que nos hace reconocer que Dios es el artífice de un mundo nuevo, pero que nos ha pedido colaboración para esta bella empresa. No te asombres, Dios es así, hace las cosas de esta manera tan peculiar, para algo tan grande cuenta con nuestras pobres fuerzas. No tiene nada de extraño, si confió al hombre las obras de sus manos, la misma creación, puede confiarnos también la construcción de un mundo en paz. Pero, eso sí, no a nuestro estilo, sino al de Él, y de esta forma: «Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar,
ser comprendido, cuanto comprender,
ser amado, cuanto amar. Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado,
es muriendo como se resucita a la vida eterna».

A todos los católicos y a los hombres de buena voluntad, respondiendo a la llamada del Santo Padre, ¡orad por la paz del mundo! ¡Construyamos la paz!

Feliz domingo.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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