VIII Domingo Ordinario. C. 2022
Este domingo nos volvemos a acercar a la Palabra de Dios en la celebración de la Eucaristía, pero estad atentos, porque el Señor vuelve a sorprendernos. En estas semanas anteriores hemos escuchado las Bienaventuranzas, se nos ha pedido tener un corazón misericordioso y compasivo, hoy nos sale al encuentro una enseñanza esencial, porque mediante una parábola, Jesús nos advierte de la gran insensatez que supone aceptar ser guiado por quien no ve, o del gran error de dejarse llevar por aquel a quien solo le importan sus propios intereses, estos te llevarán al fracaso, porque son incapaces de ver a Dios y al prójimo como es debido. Lo que nos pide el Señor es sacarnos la viga de los ojos para ver con claridad, para alejarnos de la mentalidad farisaica y del engaño de centrarnos en nosotros mismos y poder vernos libres para abrir los ojos a Dios y al prójimo.
Jesús conoce perfectamente la condición humana, por eso pide una verdadera adhesión, sin dobleces, que sea transparente y fiel, porque desde la experiencia del conocimiento de Jesús, de su cercanía y de escuchar su predicación, se podrá ayudar a los hermanos a reconocer el rostro y el amor de Dios. Los que pretenden hablar del corazón de Dios, pero van por su cuenta, lejos de la mirada de Nuestro Señor, son guías falsos que han caído en la trampa del error, se revisten de apariencias y no hacen lo que predican, a estos se les descubre pronto, porque son incoherentes. A este tipo de personas, a las que se refiere el Evangelio, se les llama guías ciegos, porque se valen de la apariencia de testigos y de discípulos de Cristo, precisamente porque se dedican a anunciarse a sí mismos, en sus grandezas e ilusiones y son incapaces de descubrir sus errores y sus complejos. ¡Cuánto daño hacen estos guías ciegos a la gente!
En la otra cara de la moneda, se resaltan las características del discípulo que ha puesto su confianza en el Señor, que es necesario resaltar, porque nos ayuda también a saber por dónde hemos de caminar. El Evangelio nos ayuda a entender que es de buen discípulo el parecerse al Maestro, el que sabe permanecer a sus pies sin emanciparse, para conocerle más y mejor y para adquirir su sabiduría y su estilo. El discípulo tiene necesariamente que ser humilde para poder ver también a su alrededor y conectar con las necesidades del prójimo, cosa imposible para un orgulloso. Quien aprende de Jesús desde la sencillez y entrega se hace compasivo y misericordioso, no juzga a los demás, no los condena, ni los rechaza, sino que aprende a acoger y a ayudar, como lo hace el corazón de Dios.
Jesús nos pone en guardia frente a la tentación de dominar a los otros a nuestro antojo, frente al orgullo o el ansia de poder manejar sin piedad a los hermanos más débiles. Estas parábolas están muy claras y no necesitan muchas explicaciones, lo que nos pide el Señor es que seamos humildes, pero de verdad, para que los que tienen la responsabilidad de guiar a otros no se permitan juzgarles. Jesús pide que tengamos buen corazón, un corazón capaz de amar en serio, que quiere verdaderamente el bien, un corazón que esté en el proyecto de Dios a favor de todos los hombres, ¡un corazón como el de Nuestro Señor, Jesús! Oremos a Dios para que se cumpla el salmo 50,12: «Crea en mí, Señor, un corazón puro».
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena