El mejor vino

Ya han pasado las fiestas de la Navidad, Año Nuevo, Epifanía, y el domingo pasado celebramos el Bautismo de Jesús. Este domingo comenzamos el Tiempo Ordinario, que en la liturgia tiene color verde. Estas fiestas vividas nos han dejado el sabor de la esperanza, la vida que nos ofrece el Señor, de profunda alegría, y nos han hecho vivir de cerca los impulsos de la caridad… Hemos vivido el amor de Dios.

A nadie le pasa por alto que estos acontecimientos han estado marcados por la preocupación de los contagios, de las advertencias acerca de evitar aglomeraciones, incluso el cenar juntos la familia… como medidas cautelares contra el peligro del Covid. Pero hemos ido saliendo, teniendo en el recuerdo a los que se nos fueron y siguiendo el camino con perseverancia, porque la vida sigue con la oferta de gracia del mismo Dios. Ahora nos toca prepararnos, durante todo el año que tenemos por delante, para escuchar la Palabra de Dios, para interiorizarla y revisar cada uno las respuestas; para poder vivir el Misterio del amor de Dios, porque en lo ordinario es donde acontece lo extraordinario.

El evangelista san Juan, nos presenta este domingo un acontecimiento de la vida ordinaria, una boda, a la que asisten María, Jesús y sus discípulos. El relato tiene una carga teológica inmensa, aunque esté descrito de una forma sencilla, modesta y discreta, casi de pasada, sin embargo, debemos prestar atención a lo que dice el evangelista, que aquí, «Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en Él». Estos discípulos que le acompañaban se habían fiado de Jesús, se habían puesto en camino con Él, pero necesitaban potenciar más los lazos de unión con el Señor, su fe era frágil, incierta y era preciso comenzar esta aventura con fe firme.

El evangelista aprovecha un pequeño incidente, la falta de vino, para que centremos la atención en Jesús y en María. En primer lugar, nos fijamos en el papel de la Virgen, que no duda que su Hijo va a intervenir, aunque le haya dicho que no ha llegado su hora, Ella sabe que lo hará, aunque ignore de qué forma va a hacerlo y nos enseña a confiar en la soberanía de Jesús, por eso dice a los criados: «Haced lo que Él os diga». Esta es la gran lección que nos da la Madre del Señor, que puede conseguir de modo suave y directo de su divino Hijo la santificación de nuestras almas, basta con confiar en Ella, encomendarnos a Ella. Por intervención de Nuestra Señora, Jesús convierte el agua insípida y fría de nuestras vidas tormentosas y vacías en el mejor vino.

El final del texto proclamado (v. 11) es una explicación creíble para llegar a Jesús, cuando dice que en Caná «comenzó sus signos y manifestó su gloria». En Caná se realizó la revelación de la persona de Jesús. Lo que brilló a través del milagro de la conversión del agua en vino fue su gloria y se insiste en la fe de sus discípulos en Él, todo lo demás, pasa rápido. A san Juan le interesa destacar que la fe de los discípulos creció y que seguir a Jesús es un proceso que termina en la fe. Esta es la conclusión, la madurez de la fe es lo esencial y eso también es un regalo de Dios.

Mucho ánimo a todos para dejar que cale hondo en nuestro ser la Palabra, que nos fiemos de la intercesión de la Virgen para volver siempre el rostro a Jesús, porque «cosas mayores verás» (Jn 1,50).

+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena

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