Domingo de Ramos, entrada a la Semana Santa

Domingo de Ramos

Nos centramos hoy en la entrada de Jesús en Jerusalén montado en un borrico. Con este acto de humildad, nos muestra el camino de abajamiento, que le llevará hasta la muerte en la Cruz. Son dos los aspectos importantes que se resaltan hoy: el anuncio de su Pasión y la victoria sobre la muerte de Nuestro Señor.

Jesús es aclamado a la entrada de Jerusalén; la gente le seguía con admiración, creo que lo aclamaban de corazón, reconociendo su grandeza: «¡Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea!». Jesucristo entró en Jerusalén entre los gritos de alabanza de unos, la indiferencia e ignorancia de otros, y la confesión de fe de los creyentes… Me pregunto: ¿qué ha pasado para que estos que gritan sus alabanzas a los pocos días pidan que lo crucifiquen? ¿A qué se debe este cambio de opinión? La respuesta puede encontrarse en algo sencillo: que aquellos gritos estaban muy influenciados por sus sentimientos de admiración por las obras que hacía Jesús, por la fama que le acompañaba, pero eso es fugaz, ya que cuando vienen los problemas la gente se olvida. Y aquí viene la catequesis que quiere el Señor que aprendamos: Jesús les enseñará a hacer la voluntad del Padre, puesto que hacer la voluntad del Padre es su alimento. En la Sagrada Escritura podemos ver su conciencia clara y decidida a hacer la voluntad del Padre, recordad lo que dijo en otro momento de conflicto con los judíos: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que “Yo soy”, y no hago nada por mí mismo, sino que, según me enseñó el Padre, hablo. El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8, 28-29).

Jesucristo es el fundamento de nuestra fe, ha sido la voz del Padre pronunciada para nosotros, para que creamos en él, para que le escuchemos y le sigamos. Su glorificación pasará por la Cruz. Creer hoy en Jesucristo, muerto y resucitado, es una experiencia personal y comunitaria, es dejarse seducir, como dijera Jeremías. Dios, a través de su Hijo, se ha empeñado en ofrecernos la salvación y quiere que abandonemos el mal.

Creer en Jesucristo hoy implica promover la vida; nos lleva a evangelizar, a anunciar el Evangelio; creer hoy en Jesucristo es aceptar que somos, por Cristo, el pueblo de la vida, que hemos sido redimidos por el autor de la vida. Le hemos costado caro a Dios, a precio de sangre, y en estos días veremos cómo Jesús pasa por el sufrimiento, con bofetadas e insultos y no abrirá la boca, porque está experimentado en dolores. El Varón de Dolores nos podrá consolar y confortar. Entró en el camino de la Cruz y escogió como suyos los sufrimientos, no solo físicos, sino morales que le acompañaron hasta la muerte, todo por amor a nosotros, para darnos la prueba decisiva de su amor, para reparar el pecado de los hombres.

Espero que esta sea una Semana Santa entrañable, una Semana Santa en la que Cristo sea el protagonista, que nuestra vida esté totalmente centrada en él y que no nos falte la alegría, porque un cristiano triste no es un cristiano. Que vivamos esta Semana Santa como nos pide la Iglesia: cercanos a los demás, llevando el Evangelio en la mano y viviéndolo en el corazón.

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