XXIX domingo del Tiempo Ordinario
Dios va realizando sus planes de salvación incluso por medio de personas que no lo conocen o creen en él. Es el caso de Ciro, que gracias a la acción de Dios salvó de la esclavitud a su pueblo; un monarca pagano, que ni conocía a Dios, pero que también fue llamado para abrir las puertas de la liberación. Dios salva a su pueblo del destierro, a donde le había llevado su pecado, pero escoge bien los instrumentos de liberación. La historia de salvación es directamente cosa de Dios, como dice el profeta Isaías: «Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios». La actividad de Dios a favor del hombre ha sido una realidad desde siempre, desde el mismo momento de la Creación y nunca la ha dejado. Siempre encuentra razones para activarla, incluso en los momentos en los que parecía que su pueblo le había abandonado. Las personas pueden ser infieles a la palabra dada, pero Dios siempre permanece fiel y sale siempre a nuestro encuentro. Es admirable cómo expresa san Pablo la grandeza del corazón de Dios en la segunda lectura de este domingo: «Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo solo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis». Palabra, fuerza del Espíritu Santo y coraje para hablar.
En este domingo celebramos el Día del DOMUND, el día para dar gracias a Dios por tantos hombres y mujeres que son testigos de lo que han visto y oído y han salido a los cruces de todos los caminos del mundo con la Palabra, la fuerza del Espíritu Santo y el coraje para hablar. Ellos son los misioneros, los evangelizadores de nuestro tiempo, los que muestran el camino y los que señalan a Dios como Salvador y Redentor. Jesús dice al comenzar su vida pública, que el Espíritu le ha ungido para llevar la buena nueva a los pobres. ¿A quiénes? El Papa Benedicto XVI decía, a aquellos que son «incapaces de alegrarse, a los que viven el hastío de la vida considerada como absurda y contradictoria». La incapacidad de alegrarse supone y produce la incapacidad de amar, provoca la envidia, la avaricia, todos los vicios que desbastan la vida de cada uno y del mundo. Por este motivo tenemos necesidad de la nueva evangelización. Pero, ¿quién está llamado a evangelizar con espíritu, como nos pide el Papa Francisco? Pues, solo aquel que tiene la vida, aquél que es el Evangelio en persona, el que tiene experiencia de Cristo, le conoce y le ama entrañablemente. La Iglesia evangeliza siempre y no ha interrumpido jamás el camino de la evangelización; el Evangelio está hecho para todos y no solo para un sector determinado de personas, por esto estamos obligados a buscar nuevas vías para llevar el Evangelio a todos.
Pido a Dios en esta clásica jornada de recuerdo de nuestra tarea fundamental, que nos dé el coraje y la valentía para decir, como san Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,21). «Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo» (Flp 3,7-8). Solo con esta amistad se abren las puertas de la vida. No tenemos otro tesoro que este. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos. Os pedimos ayuda para esta obra buena.