Escrito del Obispo de Cartagena en el III Domingo de Cuaresma.
Conforme avanzamos en este tiempo de Cuaresma somos más conscientes de lo que supone conocer que estamos dentro del proyecto salvador de Dios, porque «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28), aunque la realidad y la condición humana sean tan crudas que intenten incansablemente forzar al hombre, a base de muchas seducciones, para apartarle de Dios. La contundente realidad de la fragilidad humana se rompe en pedazos cuando le acompaña la Buena Noticia de la iniciativa divina que nos ofrece vías de esperanza. Es conveniente que nos detengamos ante el salmo 102, donde se nos dice que Dios nos conoce desde lo más hondo de nuestro ser y que no cesa de llamar a todo hombre, que el Señor sale siempre en su búsqueda para que viva y sea feliz, que su amor es gratuito, compasivo y misericordioso. Partir de esta realidad es hermoso y da ánimo para ponerse en pie y mirar cara a cara a Nuestro Señor.
En las lecturas de esta semana se repasa la historia de nuestra salvación para resaltar la grandeza salvadora de Dios durante todos los tiempos. Estas lecturas son un fuerte grito al corazón para no repetir las debilidades, los pecados de olvidos y desconfianzas; un grito de atención para no caer en la tentación de pensar que nos bastamos a nosotros mismos y que no necesitamos a Dios. El hombre no puede ser salvador de sí mismo, porque no puede fiarse de sus fuerzas. La parábola de la higuera que propone el Evangelio es un aviso para el nuevo Israel, para que piense que una vida sin Dios es estéril y si no da fruto, no vale nada más que para arrancarla de raíz. Pero, es cierto que el Señor no actúa con ligereza, tiene paciencia y vuelve a dar nuevas oportunidades. Esto es hermoso.
Volvemos a centrarnos en dos cosas importantes, en la voluntad salvadora de Dios y en la respuesta que se espera de nosotros. En cuanto a lo primero, ya vemos, desde el Antiguo Testamento, la importancia de la fuerza del encuentro personal con Dios y cómo el Señor te envía a la misión de darle a conocer. El que salva es el que te envía, esta es la respuesta que se le da a Moisés cuando le pregunta a Dios por su Nombre. Es la misma respuesta que recordamos los cristianos cuando rezamos el Padrenuestro y decimos: santificado sea tu NOMBRE, el que nos salva: Jesús.
Sólo Dios es el que salva, nosotros debemos evitar colocarnos ante el mundo como si fuéramos los jueces de alguien, siempre debemos evitar el llevar en cuenta los castigos que se merece nadie a causa de sus pecados, ese no es nuestro papel. La Palabra es clara: Todos necesitamos conversión, todos estamos necesitados del amor, del perdón y de la misericordia de Dios. No estamos llamados a juzgar o condenar a nadie, sino a ser señales del amor de Dios, signos de misericordia y testigos de la grandeza del corazón de Dios, que quiere que nos convirtamos y vivamos. Esta es la respuesta que Dios espera de ti o de mí.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena