Día de Todos los Santos

Carta Pastoral del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes.

Los santos que la liturgia celebra en esta solemnidad son todos los salvados que forman la Jerusalén celeste, los que en su vida terrena han sido fieles al amor de Dios, a la coherencia de vida con el Evangelio, los que han sabido vivir la caridad. Hablando de los santos, San Bernardo decía: No seamos perezosos en imitar a quienes estamos felices de celebrar. De nuevo se nos ofrece una oportunidad para fiarnos de Dios, como testigos de una esperanza viva y posible. La santidad está al alcance de tu mano, no es un lujo, sino una necesidad.

Personalmente siento mucha pena cuando veo el empeño en potenciar esa costumbre de Halloween entre los niños y jóvenes; pero mi asombro es mayor cuando se hace en colegios de inspiración cristiana. Que la «fiesta» de los disfraces de calaveras y calabazas, donde la gente se viste de muertos y de monstruos y piden «trato o truco», como diversión, trate de quitarle protagonismo a la fuerza que tienen los valores humanos y cristianos, donde se construye una persona, me da pena. Invitaría a los padres y educadores a que no cambien, por la luz en una calabaza hueca, la alegría de un cristiano que se reconoce dichoso y feliz, aunque sea pobre, aunque le falte justicia a su alrededor o tenga que luchar por mantener el corazón limpio y trabaje para que la paz no brille por su ausencia. El cristiano tiene la seguridad de que Dios no le abandona y de que no hay otra fuente de alegría mayor que la de Dios.

Los cristianos no miramos el futuro con temor, porque la fe nos mantiene en pie, conocemos el rostro de Dios, por eso seguimos «lavando y blanqueando nuestras vestiduras», que tantas veces el pecado mancha. La santidad no reside en las manos, sino en el corazón; no se decide fuera, sino dentro del hombre, y se resume en la caridad. Los mediadores de la santidad de Dios ya no son lugares (el templo de Jerusalén o el monte de las Bienaventuranzas), no son los ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo. En Jesucristo está la santidad misma de Dios que nos llega en persona. La santidad es ante todo un don, una gracia. Esta es nuestra meta y nos sentimos felices de pertenecer a Cristo más que a nosotros mismos, porque le hemos costado muy caro, a precio de sangre.

La Iglesia terrena se alegra en esta fiesta en honor de la Iglesia del cielo, al celebrar el recuerdo de todos estos hombres y mujeres, anónimos en su inmensa mayoría, pero es también un estímulo para seguir peregrinando, seguir caminando alegres, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo y ayuda en nuestra debilidad. Será una maravilla esperar la resurrección de la carne, volver a encontrar a los seres queridos, todo gracias a la bondad y misericordia de Dios. Pero para eso no basta ser buenos, hay que querer ser santos.

Dios es el Único santo, es la fuente de toda santidad, Él ha sido el que nos ha regalado la filiación divina en el día de nuestro Bautismo, somos de su familia, porque nos ha hecho hijos, ¿cómo no conocer a nuestro Padre?, ¿cómo no fiarnos de Él? A la fiesta a la que nos invita el Señor es a revestirnos de misericordia, de mansedumbre, a tener hambre y sed, a no tener miedo, a creer que el amor de Dios puede triunfar en el propio corazón. Sólo existe una tristeza: la de no ser santos.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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