Cristo en el centro

Domingo XXXIII. Ordinario. B. 2021

No estamos demasiado acostumbrados a un lenguaje así, que se nos hable de los últimos días, especialmente de la venida futura del Señor con imágenes tan impactantes. Se habla de un porvenir que supera nuestras categorías, de unas fuerzas de la naturaleza que asustan, pero, no temáis, que no cierran la puerta a la esperanza, porque detrás de todo esto está el Señor, que nos salvará. No os quedéis en la descripción de los acontecimientos finales, en las desgracias y catástrofes, más bien en lo que significa eso, que el único que permanece es el Señor. En el Evangelio, la esperanza es más visible, porque se nos ofrece un camino de serenidad y de paz al contemplar la imagen del Hijo del Hombre, Jesucristo, que vendrá entre las nubes con gran poder y gloria. Jesucristo es para nosotros el centro de nuestra atención, que dará cumplimiento a las antiguas profecías. Este es el verdadero acontecimiento que, en medio de los trastornos del mundo, permanece como una noticia que nos da serenidad y estabilidad. Ahora, antes de continuar, conviene detenerse ante las palabras de Jesús, porque nos ayudarán a mantenernos seguros: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (v.31).

 

Jesús no se comporta como un vidente, que se dedica a asustarnos con mensajes y palabras de acontecimientos apocalípticos, no, precisamente todo lo contrario. Es verdad que este tema sí que era una preocupación para los primeros cristianos, que cundió la preocupación por el final del mundo, que pensaban que iba a ser inmediato, pero al ver que se iba retrasando llevó a la primitiva comunidad a ciertos problemas, a la falta de tensión. El factor tiempo jugó un papel negativo en la expectativa de la primera comunidad cristiana y el evangelista san Lucas se enfrentó a esta realidad explicándoles que el tiempo es relativo, que es algo secundario en el marco general de la historia de la salvación y, como solución a esas preocupaciones, san Lucas enfrenta al cristiano directamente con su historia, con su hoy de cada día. La parusía ha dejado de ser un hecho inminente y la transforma en una realidad transcendente, capaz de manifestarse en cualquier momento insospechado de futuro. Esto quiere decir que hay que estar preparados siempre para el encuentro con el Señor.

 

En la primera venida se hizo nuestro en el tiempo, nos trajo su gracia, su Palabra y la esperanza de la salvación. En su segunda venida nos ofrece el Señor la eternidad, nos juzgará del uso que hemos hecho de su gracia, y de si hemos escuchado y cumplido su Palabra. En el espacio que se crea desde nuestro hoy hasta la parusía es también tiempo de salvación. El Señor es el alfa y la omega, el principio y el fin; es la fuente de todo lo bueno. Toda nuestra vida está orientada a Él, hacia su venida suprema al fin del mundo, nuestra historia va al encuentro del Señor Jesús, caminamos, fatigosamente algunas veces, pero atraídos por Él hacia la eternidad.

 

Después de haber escuchado la Palabra de este domingo, es necesario cargarnos de la virtud de la paciencia, no precipitar los acontecimientos y confiar en la fuerza del Espíritu Santo, porque no nos faltará nunca, además tenemos a la Iglesia, que es necesaria para la Salvación. Pues, mucho ánimo, a seguir con ilusión, que Jesús es el único Salvador y por esto debemos entregarnos más a la comunidad fraterna.

 

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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