Coronación de la Virgen de los Remedios, Patrona de Pliego

Homilía del Obispo de Cartagena en la clausura del Año Jubilar Santiaguista.

Queridos hermanos,

Los frutos de la gracia de Dios en este Año Jubilar han estado delante de vuestros ojos, de cómo ha habido una respuesta de la gente para encontrarse con Nuestro Señor, por el 500 aniversario de la fundación de la parroquia, por el año santiaguista y por la coronación de Nuestra Madre de los Remedios. Han venido también de otros pueblos a vivir este acontecimiento, cosa que nos hace ver la grandeza de la fe y las posibilidades de estrechar lazos con otros, simplemente por compartir el mandamiento del Amor.

Gracias Pliego, gracias a las autoridades por vuestra colaboración, gracias a todos los habitantes de este histórico y bello rincón de nuestra Región por la oportunidad de haber compartido con vosotros esta alegría. No puedo olvidarme de darle las gracias a Don Ángel Soler, párroco, por su vivo entusiasmo y por ser un motor siempre en marcha para que todos los feligreses os mováis en la dirección de Aquel que nos ha creado y nos tiene prometida la vida eterna.

Pero en este día nos centramos en la Virgen de los Remedios, cuya imagen nos acerca a ver con naturalidad que eso de hacer la voluntad de Dios es posible, sin olvidarnos de que pisamos tierra, de que no andamos por las nubes, y nos recuerda que para ello es necesario vivir la caridad, es el servicio a los hermanos que nos necesitan. De María hemos aprendido a entregarnos a una causa buena y a saber servir.

La fiesta de la coronación de Nuestra Madre tiene este sentido, resaltar a la Madre que nos ha enseñado a vivir como buenos hijos; piropear a la que, con sencillez y humildad, ha hecho las cosas bien; ponerla como ejemplo y modelo de una vida cristiana… de tal manera que al mirarle a la cara podamos ver a cada uno de vosotros, orgullosos de la Madre. Vosotros sois la corona de María, la buena obra que ella presentará a su Hijo Jesús. ¡La corona de la Virgen somos nosotros! ¿No es verdad que a los hijos, por la pinta, se nos reconoce de qué familia somos? Pues eso es lo que os deseo, que no renunciéis a la familia de la fe, que no renunciéis al corazón grande y generoso, que nos ha regalado la Madre y luzcáis, sobre vuestras cabezas, la corona de gloria que os regalará el Señor.

¿Queréis saber un secreto, para que no os resulte difícil ser verdaderamente cristianos? Orad al Espíritu Santo, que de Él decimos que es Padre amoroso del pobre… dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, 
tregua en el duro trabajo, 
brisa en las horas de fuego, 
gozo que enjuga las lágrimas 
y reconforta en los duelos… ¡qué bellas palabras! Pero, en la piedad cristiana le pedimos con fuerza: Riega la tierra en sequía, 
sana el corazón enfermo, 
lava las manchas, 
infunde calor de vida en el hielo, 
doma el espíritu indómito, 
guía al que tuerce el sendero… por tu bondad y tu gracia 
dale al esfuerzo su mérito; 
salva al que busca salvarse 
y danos tu gozo eterno. Pedid al Espíritu saber hacer las cosas como las hizo la Virgen María.

La cooperación de María con el Espíritu Santo, manifestada en la Anunciación y en la Visitación, se expresa en una actitud de constante docilidad a las inspiraciones del Paráclito. Consciente del misterio de su Hijo divino, María se dejaba guiar por el Espíritu para actuar de modo adecuado a su misión materna. Como verdadera mujer de oración, la Virgen pedía al Espíritu Santo que completara la obra iniciada en la concepción para que el niño creciera «en sabiduría, edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). En esta perspectiva, María se presenta como un modelo para los padres, al mostrar la necesidad de recurrir al Espíritu Santo para encontrar el camino correcto en la difícil tarea de la educación.

La presencia de María al pie de la cruz es el signo de que la Madre de Jesús siguió hasta el fondo el itinerario doloroso trazado por el Espíritu Santo a través de Simeón. Desde la cruz el Salvador quería derramar sobre la humanidad ríos de agua viva (cf. Jn 7, 38), es decir, la abundancia del Espíritu Santo. Pero deseaba que esta efusión de gracia estuviera vinculada al rostro de una madre, su Madre. María aparece ya como la nueva Eva, madre de los vivos, o la Hija de Sión, madre de los pueblos. El don de la madre universal estaba incluido en la misión redentora del Mesías: Desde la Cruz nos entrega a la Madre: «Mujer, he ahí a tu hijo», y «He ahí a tu madre» (Jn 19, 26-28).

Esta escena permite intuir la armonía del plan divino con respecto al papel de María en la acción salvífica del Espíritu Santo. María sigue cumpliendo en la Iglesia la maternidad que le confió Cristo. En esta misión materna la humilde esclava del Señor no se presenta en competición con el papel del Espíritu Santo; al contrario, ella está llamada por el mismo Espíritu a cooperar de modo materno con él. El Espíritu despierta continuamente en la memoria de la Iglesia las palabras de Jesús al discípulo predilecto: «He ahí a tu madre», e invita a los creyentes a amar a María como Cristo la amó. Toda profundización del vínculo con María permite al Espíritu una acción más fecunda para la vida de la Iglesia.

Tened confianza, que la Santísima Virgen María es el mejor camino para ir a Dios. Todas las oraciones, necesidades, súplicas que estén en vuestro corazón podéis presentarlas al Señor, por medio de la Virgen María, que ella, llena de misericordia, intercede en vuestro favor, y podéis implorar con confianza su protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como ellos, que sufrió mucho, que fue paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la crucifixión y muerte del Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús. Celebran con gozo sus fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en peregrinación a sus santuarios, les gusta cantar en su honor, le presentan ofrendas votivas. No permiten que ninguno la ofenda e instintivamente desconfían de quien no la honra.

Virgen de los Remedios, te presento tu corona, este pueblo que te honra. Cuídalos, protégelos y defiéndelos de todo mal.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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