Escrito de Mons. Lorca Planes para el I Domingo de Cuaresma.
Ya estamos en la primera semana de Cuaresma, el Miércoles de Ceniza inauguramos esta etapa, precisamente con una llamada a la austeridad, pero de ninguna manera al aislamiento y cerrazón al mundo exterior. Al contrario, el Papa nos ha hecho una llamada a tener en cuenta a los demás, porque si nos hemos cerrado en nuestro mundo interior, si dejamos de interesarnos por los otros, de «sus problemas, sufrimientos, de las injusticias que padecen… Entonces nuestro corazón cae en la indiferencia: yo estoy relativamente bien y a gusto, y me olvido de quienes no están bien». Estos comportamientos, dice el Papa, favorecen la «globalización de la indiferencia». La Cuaresma nos debe servir para abrir la puerta y facilitar la comunicación entre Dios y el hombre. Disponemos de cuarenta días para actualizar nuestra pertenencia a Dios, para lograr que Jesucristo ocupe el centro de nuestra vida, para ajustar todos los niveles de fe, esperanza y caridad. Oiremos hasta la saciedad la necesidad de convertirnos al Señor; «conviértete y cree en el Evangelio» se nos dijo al imponernos la ceniza, como un signo de entrada en una nueva etapa de austeridad, reflexión, sacrificio.
Los criterios recomendados para vivir una espiritualidad de comunión en la Cuaresma y el proceso de renovación interior son sencillos y conocidos: la oración, el ayuno y la limosna. El Papa Francisco, para esta Cuaresma, nos recuerda la necesidad de la misión, de abrir todos los caminos para hacer viable el conocimiento de Jesucristo, pero no podemos olvidar que solo se puede testimoniar lo que antes se ha experimentado; predicaremos a Cristo si antes nos hemos encontrado con Él. El ejemplo que nos narra San Agustín de su encuentro con el Señor es inolvidable, le ha marcado tanto que le ha dado la energía y fuerzas para entregarle la vida; su experiencia esencial la expresa así: «me llamaste, me gritaste, y desfondaste mi sordera. Relampagueaste, resplandeciste, y tu resplandor disipó mi ceguera, exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por Ti, te he paladeado y me muero de hambre y de sed, me has tocado y ardo en deseos de tu paz» (Conf. X. 27, 38). Por medio de la caridad, de las obras de amor, que nos ayudan a socorrer al prójimo en sus necesidades y a compartir con los demás lo que poseemos, sigamos ayudando a abrir las puertas del amor, para que la gente reconozca el rostro de Dios, Nuestro Salvador. Esto es la misión, dice el Papa, «lo que el amor no puede callar».
En Cuaresma es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida, a descubrir el dolor y sufrimiento de los hermanos y hacerlos míos; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo. Por esto mismo, recuerda estas palabras de San Agustín y camina: «Si dijeses basta, estás perdido. Ve siempre a más, camina siempre, progresa siempre. No permanezcas en el mismo sitio, no retrocedas, no te desvíes». Los tiempos son recios, pero la seguridad que nos da el Señor es más fuerte que todo: «si el Señor está con nosotros, quién contra nosotros… ¿quién nos separará del amor de Cristo?… nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rm 8,31-38).
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena