Clausura del curso del Instituto Juan Pablo II

Homilía del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes.

Aprovecho la ocasión para resaltar que el don de la sabiduría, una cualidad de Dios, es otro motivo más para dar gracias al Altísimo, por habernos hecho participes de este regalo.

Si nos aproximamos a los textos de la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento, podemos ver como en esa etapa de la historia se desarrolló y floreció una rica tradición de doctrina sapiencial. En el plano humano, dicha tradición manifiesta la sed del hombre de coordinar los datos de sus experiencias y de sus conocimientos para orientar su vida del modo más provechoso y sabio, como se hace en nuestros días. Es curioso como Israel no se cierra al mundo en aquel momento, sino que se abre a las formas sapienciales presentes en otras culturas de la antigüedad, y elabora una propia sabiduría de vida, que abarca los diversos sectores de la existencia: individual, familiar, social, político.

Necesito resaltar estas cosas para abrir otra vía, que precisamente ha cerrado muchas veces el hombre moderno. Me refiero a que la misma búsqueda sapiencial no se desvinculó nunca de la fe en el Señor; y eso se debió a la convicción que se mantuvo siempre presente en la historia del pueblo elegido, de que sólo en Dios residía la Sabiduría perfecta. Por ello, la orientación religiosa y vital hacia Él fue considerada el ‘principio’, el ‘fundamento’, la ‘escuela’ de la verdadera sabiduría (Prov 7; 9, 10; 15, 33).

No hay un desprecio a la sabiduría humana, no queda ésta anulada, más bien se comprende que la sabiduría humana es un reflejo de la Sabiduría divina, que Dios «derramó sobre todas sus obras. Se la concedió a todos los vivientes y se la regaló a quienes lo aman» (Sir 1, 9-10). En los libros sapienciales se ve claro que la Sabiduría divina aparece como la luz que lo ilumina todo, la palabra que revela la fuerza del amor que une a Dios con su creación y con su pueblo. La descripción más bella de la Sabiduría la encontramos, precisamente en el libro de la Sabiduría, y dice de ella que es «efluvio del poder de Dios, emanación pura de la gloria del Omnipotente… resplandor de la luz eterna, espejo límpido de la actividad de Dios e imagen de su bondad,… va haciendo amigos de Dios y profetas» (Sab 7, 25-27).

La simbología que se utiliza es apasionante y muy humana, con las motivaciones profundas del amor, veremos como la Sabiduría invita al hombre a la comunión con ella y, en consecuencia, a la comunión con el Dios vivo. El sabio se convierte en hermano, esposo, amigo, hijo de la sabiduría.

Veamos ahora con que palabras la tradición del Antiguo Testamento describe las relaciones estrechísimas que se instauran entre la sabiduría y quien la cultiva:

a) En la sabiduría hay una belleza que seduce y enamora; por eso el sabio anhela tomarla como esposa (Sab 8,2) y compañera de su vida (Sab 8,9.16); ella, en respuesta, irá a su encuentro como la mujer en los años mozos (Si 15,2).

b) En el parentesco con la sabiduría (Sab 8,17) está la inmortalidad y en su amistad el goce puro (Sab 8,18).

c) Si uno dice a la sabiduría: «Tú eres mi hermana, y llama amiga a la inteligencia», no caerá en los lazos de los amores prohibidos de una mujer extraña (Prov 7,4-5).

d) Con la fidelidad a la ley del Señor se obtiene la sabiduría (Si 15,1), y ésta saldrá al encuentro del sabio como una madre (Si 15,2) que exalta a sus «hijos» y cuida de cuantos la buscan (Si 4,11).

e) Hay una progresión en este discurso sobre el parentesco con la Sabiduría: así como la sabiduría tiene su origen en Dios y viene de Dios (Si 24,3-4, Prov 8,22-30; Sab 9,4.9-10.17…), así la proximidad íntima con ella garantiza una comunión estrecha con Dios mismo.

Conociendo estos aspectos de la sabiduría es lógico pensar que el israelita piadoso que escucha la palabra de Dios, su ley, y la guarda en el corazón, es un verdadero sabio, contrae vínculos especialísimos con la sabiduría. En el libro de la Sabiduría hay una secuencia que describe este itinerario para llegar a Dios y que es bellísimo: «Su verdadero comienzo es el deseo de instrucción, el afán de instrucción es el amor, el amor es la observancia de las leyes, el respeto de las leyes es garantía de inmortalidad y la inmortalidad acerca a Dios» (Sb 6, 17-18).

Según todo esto, ya os podéis hacer una idea del alcance que tiene lo que se dice de la Virgen María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); o, cuando afirma, «María, por su parte conservaba todas las cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). Esta es la prueba de por qué llamamos a la Santísima Virgen María «Trono de Sabiduría», porque ha abierto de par en par sus puertas a Dios, porque su fe es inquebrantable y ha sido bendecida con la plenitud de gracia.

Naturalmente que la fuente de la Sabiduría es Jesús, es el Señor, donde está cimentada nuestra fe. En el Nuevo Testamento son varios los textos que presentan a Jesús lleno de la Sabiduría divina. El Evangelio de la infancia según San Lucas insinúa el rico significado de la presencia de Jesús entre los doctores del templo, donde «cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia» (Lc 2, 47), y resume la vida oculta en Nazaret con las conocidas palabras: «Jesús crecía en sabiduría y edad y gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52). Durante los años del ministerio de Jesús, su doctrina suscitaba sorpresa y admiración: «Y la muchedumbre que le oía se maravillaba diciendo, ¿De dónde le vienen a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada?» (Mc 6, 2).

El prestigio de Jesús era muy grande: «Porque les enseñaba como quien tiene poder, y no como sus doctores» (Mt 7, 29); por ello se presenta como quien es ‘más que Salomón’ (Mt 12, 42). Jesús es verdaderamente ‘más que Salomón’, porque no sólo realiza de forma plena la misión de la Sabiduría, es decir, manifestar y comunicar el camino, la verdad y la vida, sino que Él mismo es «el camino, la verdad y la vida» (Jn 14, 6), es la revelación suprema de Dios en el misterio de su paternidad (Jn 1, 18; 17, 6). Jesús aparece explícitamente como la verdadera Sabiduría revelada a los hombres; se le contempla cada vez con mayor profundidad como la verdadera ‘Sabiduría de Dios’.

La fe en Jesús, Sabiduría de Dios, conduce a un ‘conocimiento pleno’ de la voluntad divina y hace posible comportarse «de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el comportamiento de Dios» (Col 1, 9-10).

San Pablo les dijo a los Corintios que Dios es el que nos llena de sabiduría, pero escribiendo a los de Éfeso, les precisará que ese don divino no es otra cosa que el conocimiento profundo del vastísimo e insondable misterio de Jesucristo, que este conocimiento de Jesucristo es un tesoro de valor incalculable, tesoro que es nuestro y que acrecentamos más y más, conforme vamos creciendo en la gracia de Dios.

Ahora bien, ¿ha habido alguien que haya conocido a Jesucristo como María? ¿Alguien que haya entendido mejor sus misterios? ¿Alguien que los haya comunicado con mayor largueza y esplendidez?… ¿Exageramos cuando llamamos a María Trono de la Sabiduría, que es como decir, trono del mismo Dios?… María, con ojos y con corazón de Madre, observa, discurre, medita, profundiza cada vez más en el misterio de Cristo, hasta convertirse en la conocedora más profunda de Cristo que ha existido.

María es la «Sede sapienciae», porque en Ella se asentó la Sabiduría eterna de Dios, porque engendró al Hijo del Eterno Padre y fue Madre del Rey del Cielo.

María, Trono de la Sabiduría, porque se llenó como nadie de la ciencia suprema de Jesucristo y Dios le concedió el regalo de estar llena de gracia.

María, Trono de la Sabiduría, porque a ella acudimos para alcanzar la gracia y la sabiduría d
e Cristo.

María ha conocido de cerca, como nadie, el misterio de Jesucristo, con una ciencia que sobrepasa en extensión, altura y profundidad a todo conocimiento humano. Por todo esto acudimos a ella.

En Murcia cuando cantamos el himno a la Fuensanta decimos que la oración que sube al cielo para por tu camarín, que es como decir que la Virgen María es el medio más eficaz para conocer, amar y darse también a Jesucristo, y tener así, de una manera sencilla y fácil la vida eterna…

Que Dios os bendiga.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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