IV domingo de Cuaresma
Conforme vamos avanzando en la Cuaresma los temas que nos presenta la Palabra se hacen más intensos y dinámicos a medida que se acerca la Pascua. El profeta Jeremías nos anuncia en la segunda lectura una nueva alianza, fruto del amor de Dios, que siempre ha permanecido fiel, mientras que su pueblo Israel se fue alejando poco a poco con un «no» a Dios. Pero el Señor le ha abierto siempre los brazos para volver a acogerlo y espera de ellos una verdadera conversión, porque no puede olvidarse de su pueblo: «Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones, yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo». Juan, en el evangelio, nos habla de la hora de agitación y angustia de Jesús en el Huerto de los Olivos, cuando le pedía al Padre que lo librara de la muerte. Es más, en la segunda lectura de este domingo se añaden datos al subrayar la condición humana de Jesús y dice que esta petición la hizo Jesús con gritos y lágrimas en los ojos. El autor de la Carta a los Hebreos dice que Jesucristo es mediador y pontífice, que sabe comprender nuestros peores momentos, porque los ha experimentado él mismo antes en su propia carne; su obediencia, que es solidaridad con el hombre hasta las últimas consecuencias, fue total, hasta la muerte y se ha convertido en causa de salvación para todos. He aquí cumplida su Palabra al decir lo del grano de trigo que, al morir, da fruto.
La aplicación de este mensaje a nuestras vidas se puede hacer en varias direcciones. Por una parte, se trata de que la Pascua de Cristo sea también nuestra pascua, o sea, el paso a la nueva vida, que está hecho de renuncia y novedad: «El que se ama a sí mismo, se pierde», «donde esté yo, allí también estará mi servidor»… Y, por otra parte: Pascua significa lucha y victoria contra el pecado y el mal. Como Cristo ha pasado a la nueva existencia, nosotros estamos comprometidos a luchar contra el «hombre viejo» y somos invitados a pasar a la nueva alianza, renunciando al mal: «Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera», «y atraeré a todos a mí». La conciencia de pecado la tenemos, pero en la Pascua se nos proclamará la victoria de Cristo contra todo mal, tal como dice el profeta Jeremías: «Cuando perdone sus pecados y no recuerde sus pecados».
Este tiempo de Cuaresma nos ayudará a fortalecer nuestra fe cristiana y a librarnos de caer en la rutina o en el formalismo, por eso la insistencia del mensaje de Jeremías tiene mucho sentido para nosotros: lo que nos enseña Jesús es a entender que la ley debe ser escrita en el corazón, personalizada y seguida con autenticidad. El salmo nos ha hecho repetir varias veces: «Crea en mí un corazón puro». El mejor fruto de la Pascua es que nuestra fe, tanto a nivel personal como comunitaria, se haga más profunda y convencida, tiene que ser tan fuerte como la de nuestro Señor Jesús.
Recordemos las palabras que se nos dijeron al comienzo de la Cuaresma, en el Miércoles de Ceniza: «Conviértete y cree en el Evangelio». Hoy se nos pide la conversión del corazón, la personalización tanto del sentido del pecado como de la vuelta a Dios y de la experiencia de su perdón, sin negar sus aspectos sociales y comunitarios. Es una invitación seria y muy útil para la Cuaresma y la Pascua, sobre todo para los que han recibido en la Iglesia la misión de animar a sus hermanos en la fe.