Carta del obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca
Isaías es el profeta de la esperanza. La primera lectura de este domingo es sobrecogedora, porque nos envuelve con la ternura de unas palabras que llegan al corazón, palabras que nos desvelan el amor de Dios: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice nuestro Dios». Así de sencilla y contundente es la invitación que Dios hace para su pueblo, un pueblo que había vivido la dramática experiencia de estar deportado de su tierra y ya está viendo su pronta liberación por la mano de Dios. Todavía se pronuncia más su delicadeza cuando dice este texto: «Habladle al corazón de Jerusalén, gritadle que se ha cumplido su condena, que está perdonada su culpa». El mensaje central es advertir al pueblo que Dios está aquí, que solo Dios es el que sabe consolar, porque tiene poder para cambiar la suerte de esta gente que ha vivido en la esclavitud; en segundo lugar, se presenta al Señor como un Buen Pastor que se entrega a su rebaño y cuida de sus ovejas, especialmente de las más débiles y pequeñas. El consuelo de Dios no termina ahí, quiere hacernos partícipes a todos nosotros de esa hermosa tarea, la de consolar a la gente, la de ser portadores de ternura, perdón, confianza y esperanza.
La Iglesia nos pide en este tiempo que nos pongamos a la escucha de la Palabra de Dios, porque necesitamos convertirnos de verdad y se nos proponen cuatro semanas de reflexión sincera para estar preparados para el encuentro con el Señor, que no tardará y que cumplirá sus promesas. Esto es lo que nos dice san Pedro en la segunda lectura de este domingo: Dios tiene paciencia, pero es bueno que nos encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables. Este es ahora nuestro mayor interés, acercarnos a Dios con el coraje y la valentía de los primeros cristianos, como estamos viendo en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. La advertencia de san Lucas es que no nos descuidemos, que puede ser que perdamos la tensión primera y nos puedan las rutinas, cansancios y la incredulidad. ¡Hay que despertar! Tenemos que estar atentos para mantenernos firmes en la fe y todavía tenemos tiempo para la conversión. Pero nosotros nos conocemos y sabemos que necesitamos ayuda, por eso no es extraño que el Señor envíe mensajeros y profetas capaces de hablar al corazón. Este es el mensaje de san Juan Bautista cuando llamaba a la gente a prepararse para recibir al que venía a bautizar en Espíritu y en verdad.
Todavía habrá gente que se preguntará, para excusarse de su vida escéptica, si merece la pena esperar la salvación prometida. La Palabra de Dios lo deja muy claro y nos dice que ¡claro que sí vale la pena! Repasemos la segunda lectura y veamos cómo san Pedro nos insiste en que estamos en un tiempo de presencia de Dios, pero que necesitamos la fortaleza de la fe para poder responder a esta gracia: «Nosotros esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva, en que habite la justicia…». Y sigue san Pedro con una recomendación necesaria: «Mientras esperáis estos acontecimientos, procurad vivir en paz con Dios limpios e irreprochables ante él».
La Virgen María es nuestro mejor modelo de fidelidad, porque ha confiado en el Señor con firme esperanza y ha sabido esperar el cumplimiento de la Palabra de Dios con el ansia de la fe. Que Dios os regale estos dones y os bendiga.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena