Acompañemos a Cristo en el Tabor

Escrito del Obispo de Cartagena en el II Domingo de Cuaresma.

Ya vimos la semana pasada cómo sale vencedor Jesús ante las tentaciones. Este momento es de vital importancia para los que rodeaban a Jesús, que Cristo saliera victorioso de ese trance frente al demonio y sirviera para abrir también nuestro corazón a la esperanza y guiarnos así a vencer las seducciones del mal. En estos domingos le hemos visto cercano, accesible, nos ha ido abriendo el corazón a su Palabra. Tomemos nota para fijarnos bien en los relatos donde aparece el monte: en este domingo, en el Tabor, más adelante en el Gólgota, porque son momentos especiales, de diálogo con el Padre, en sosiego y paz. Tanto en la crucifixión como en la Transfiguración existe un ambiente especial de silencio, de oración, serenidad, y en ambos se manifiesta la gloria de Dios.

En el Evangelio de la Transfiguración del Señor se nos manifiesta la gloria de Cristo, que anticipa la resurrección y que anuncia la divinización del hombre. La comunidad cristiana toma conciencia de que es llevada, como los apóstoles Pedro, Santiago y Juan «aparte, a un monte alto» (Mt 17, 1), para acoger nuevamente en Cristo, como hijos en el Hijo, el don de la gracia de Dios: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle» (v. 5). Es la invitación a alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde se discierne el bien y el mal (cf. Hb 4, 12) y donde se fortalece la voluntad de seguir al Señor.

Nuestra vivencia de fe nos hace experimentar que seguir a Jesús vale la pena; que debemos aprender a seguirle en el camino de Jerusalén, unas veces subiendo a la montaña del Tabor y otras bajando continuamente al valle del trabajo, del sudor y lágrimas, con el esfuerzo propio de nuestra condición, aunque apoyados en la fe. La experiencia del Tabor sigue siendo necesaria para los hombres de nuestro tiempo, para poder responder como Jesús, para no alejarnos de la voluntad de Dios, como hizo San Agustín al sentir a Dios dentro de sí: «tu resplandor disipó mi ceguera, exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por Ti, te he paladeado y me muero de hambre y de sed, me has tocado y ardo en deseos de tu paz» (Conf. X. 27, 38).

En este relato evangélico vemos la presencia activa de Dios en nuestras vidas, que transcurren en un valle de lágrimas y donde el sufrimiento siempre está presente. Es un relato que apunta a la esperanza y nos ofrece la seguridad de que es el mismo Dios quien nos sostiene a través de su gracia. La invitación a escuchar a Jesús en el Tabor tiene una gran actualidad y nos ayudará a entender que para llegar a la gloria de Dios hay que pasar primero por otro monte, el Gólgota, a considerar la ardua realidad de la Cruz, seguir a Cristo siempre, con su estilo de vida, con el amor, perdón y misericordia que va derramando.

Feliz domingo.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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