El subsecretario del Sínodo de los Obispos de la Santa Sede, Mons. Luis Marín de San Martín, comparte sus impresiones sobre su visita a la Diócesis y sobre la sinodalidad en la Iglesia.
P.: ¿Cuál es su balance de esta visita que ha realizado esta semana a la Diócesis de Cartagena?
R.: He venido para dos charlas de formación permanente, una al clero y otra abierta a todos los laicos sobre el tema sinodal, y me he encontrado con la grata sorpresa de una Iglesia viva, una Iglesia dinámica y una Iglesia en salida. Para mí ha sido una experiencia muy enriquecedora y al mismo tiempo he podido constatar la estupenda tarea que se ha hecho en este proceso sinodal en esta Diócesis. Agradezco muchísimo al señor obispo la invitación.
P.: ¿Por qué es importante que todos, sacerdotes, laicos, todo el Pueblo de Dios, nos formemos en torno al proceso sinodal con iniciativas como esta formación que ha impartido en la Diócesis?
R.: Es un doble objetivo. Por una parte, se trata de formar, de insistir en la importancia que tiene la sinodalidad como dimensión constitutiva de la Iglesia, ver cómo se puede ir desarrollando, cómo es una tarea que nos implica a todos y que no termina, porque nos orienta a una Iglesia coherente, en salida; a una Iglesia que evangeliza.
Y, por otra parte, se trata también de poner en común estas experiencias que estamos viviendo, darnos cuenta de que en la Iglesia no estamos solos. Un cristiano no puede ser nunca individualista, no puede ser egoísta. Estamos interconectados, formamos parte de una gran familia, de la Iglesia como familia de Dios, y esto nos estimula, nos ayuda a darnos cuenta de que somos testigos de Cristo resucitado y de que debemos llevarlo al mundo. Por eso el proceso sinodal –comunión, participación y misión– nos orienta realmente a la Iglesia de Jesús, a una Iglesia que lleva el testimonio cristiano a todos los rincones del mundo. Esto es lo que hemos intentado hacer.
P.: Porque, una vez inmersos en este proceso, ¿cuál es el horizonte? ¿Cómo es esa Iglesia sinodal hacia la que tenemos que seguir avanzando?
R.: La Iglesia sinodal es la Iglesia de Jesús. No se trata de construir o de inventarnos otra Iglesia. La única que existe es la de Jesús, la fundada por Jesús, la Iglesia de los Apóstoles, de los primeros tiempos, de los primeros cristianos. Se trata de recuperar esta dimensión que nos lleva a la comunión con Cristo. No hay sinodalidad si él no es el centro de nuestra vida, la persona que orienta realmente nuestro ser, nuestro existir, nuestro hacer. Y al mismo tiempo que nos unimos a Cristo nos unimos como familia, como comunidad, con los demás cristianos.
Decía san Agustín y ha repetido el Papa Francisco: «Nadie se salva solo». Unirse a Cristo significa ser miembro de la Iglesia y participar en ella. Esta es la Iglesia que recuperamos y que potenciamos: la única Iglesia de Jesús.
Esto nos lleva también a darnos cuenta de que todos somos corresponsables en la Iglesia. No es solamente de algunos, de los sacerdotes, de los obispos o de gente de élite. Todos los cristianos estamos al mismo nivel por el Bautismo y todos somos corresponsables. Todos debemos implicarnos en la Iglesia y profundizar en lo que significa el mensaje cristiano y la realidad de la vida cristiana. Y esto nos impulsa a la misión. Cualquier cristiano, todo aquel que se ha encontrado con Cristo vivo, se siente impulsado a ser Cristo en medio del mundo, a iluminar todos los rincones, todas las realidades desde el mensaje cristiano, desde la persona de Jesús.
La sinodalidad, por tanto, es algo entusiasmante; no es un peso, no es algo extraño o que nos orienta a cambios de estructuras o luchas por el poder. Nos llama a la coherencia como cristianos, a la Iglesia de Jesús, una iglesia viva en salida. Esto es lo que estamos intentando desarrollar y por eso, aunque termine el Sínodo de los Obispos, la sinodalidad no termina nunca, porque es una dimensión de la Iglesia, que siempre es sinodal, que siempre es comunión, participación y misión.
Yo creo que lo vamos entendiendo ya así, pero a veces debemos tener cuidado, porque no se trata solo de saber cosas, sino de hacerlas vida. Sabemos que la Iglesia es sinodal, pero a veces nos cuesta trabajo o no nos atrevemos. El proceso sinodal es un impulso de vitalidad. No se puede vivir la fe cristiana desde la resignación, el pesimismo o la queja, sino siempre desde el entusiasmo. Cristo entusiasma siempre. La Iglesia debe sembrar no un falso entusiasmo, sino la luz de Cristo en medio del mundo. Y este es el objetivo del proceso sinodal, que no es otro que el de la fe cristiana.
P.: La primera charla que impartió en la Diócesis estuvo dirigida al clero. ¿Cuál es el papel del sacerdote, a la luz del proceso sinodal?
R.: El Papa ha hablado mucho de esto. El proceso sinodal nos orienta a una concepción del sacerdote, en primer lugar, unido a Cristo. No pensemos en el sacerdocio como un grupo de élite o como un poder dentro de la Iglesia. Toda autoridad de la Iglesia es servicio de Jesús. Por tanto, nos remite al sacerdote unido a Cristo, que es instrumento de Cristo, que es cauce de su gracia.
Segundo, el sacerdote está dentro del pueblo de Dios. El Papa ha insistido mucho en evitar y superar ese esquema de pirámide de poder en la que arriba está el Papa, después los obispos, abajo los laicos… No hay pirámides, todos estamos al mismo nivel por el Bautismo, todos participamos en Cristo. No hay mayor dignidad que ser hijos de Dios, cada uno con vocaciones diferentes: el sacerdote debe servir a la Iglesia como sacerdote, el laico como laico y el religioso como religioso; pero siempre todos en el pueblo de Dios.
En tercer lugar, el Papa también insiste en que el sacerdote es pastor. Pastor significa servidor. Y debe implicarse y ayudar al resto del pueblo de Dios, a los fieles que están puestos bajo su responsabilidad, a que se encuentren con Cristo, a que sean Cristo en medio del mundo… es decir, la tarea pastoral de guiar, ayudar y animar. Y en esto también el Papa dice que el pastor, que debe estar dentro del pueblo de Dios, a veces va delante, orientando; otras veces en medio, escuchando, captando las intuiciones; y otras veces detrás, impulsando a los más rezagados y también dejándose guiar por Dios. Esta es la tarea. Y en el proceso sinodal es crucial, sobre todo la de los párrocos, porque tienen una gran responsabilidad en la dinamización de todo lo que es la realidad de la Iglesia y en la tarea evangelizadora de coordinar. El sacerdote también es aquel que no es un pequeño rey en su parroquia, sino que se deja ayudar por los organismos y las estructuras de participación: consejo pastoral, consejo económico, grupos… Juntos se intenta discernir cuál es la voluntad de Dios y luego toma sus decisiones, cumple aquella función que le viene de la vocación a la que ha sido llamado.
P.: Esto con respecto al papel del sacerdote. ¿Pero qué hay del laico, cuál es su papel en esta sinodalidad?
R.: Es un papel que no se ha inventado ahora, sino con el que se ha recuperado algo que está ahí. El papel del laico es el de la vocación laical. Recordemos que todos nos incorporamos a Cristo, pero cada uno según una distinta vocación. El laico debe desarrollar todo lo que significa el seguimiento de Cristo como laico. Sería absurdo que quisiéramos clericalizar al laico y que hiciéramos del laico un pequeño sacerdote. Ni laicizar al clero ni clericalizar al laico; cada uno según su vocación.
Los laicos no deben quedarse como simples espectadores, consumidores de sacramentos, personas miedosas encerradas en sus propias seguridades. Tienen que desarrollar lo que es su vocación en todos aquellos aspectos y realidades de la Iglesia que implican al laico. En el proceso sinodal se ha hablado mucho también de, por ejemplo, los ministerios laicales, de la participación de los laicos en los órganos de administración de la Iglesia, de la desclericalización de tantas realidades, de la tarea evangelizadora del laico… El Vaticano II ya hablaba de todo esto. Es recuperar y potenciar el papel del laico como cristiano, en una vocación específica que es la vocación laical. Yo creo que esto es responsabilidad de todos nosotros.
Y no se trata de vocaciones separadas. Son diferentes, pero están interconectadas, unidas en la misma Iglesia, en el mismo Cristo, en la misma fe, el mismo Evangelio y la misma tarea de evangelización en medio del mundo. Entonces yo creo que es un momento muy bonito, porque es muy eclesial; un momento en el que recuperamos, potenciamos y vivimos todas las vocaciones en la Iglesia como riqueza en esa comunión a la que todos hemos sido llamados.
P.: Después de su visita y de la formación aquí impartida, ¿cuál es su mensaje para todos los que forman este pueblo de Dios que camina en la Diócesis de Cartagena?
R.: Yo les diría, simplemente, de todo corazón y con todo cariño, que adelante. Hay que salir, no hay que conformarse. El cristiano no se queda en esas seguridades. La Diócesis de Cartagena, que tanto ha recibido, debe ponerlo al servicio del mundo y de la Iglesia.
El mensaje fundamental es un mensaje de enorme esperanza, que es Cristo. No nos cerremos nunca en el pesimismo, claro que hay dificultades, pero la luz brilla, hay muchas semillas de vida. Y es también un mensaje de dinamismo: no hay que cerrarse, no hay que buscar solo las seguridades, sino que hay que salir, hay que abrirnos, hay que llevar la luz de Cristo a aquellos ángulos en los que no está presente.
El cristiano es siempre un hombre alegre, una mujer alegre. No tengamos miedo de asumir responsabilidades, no tengamos miedo de dar la vida, no tengamos miedo de poner como eje de todo lo que hacemos y somos a Cristo, nuestro Señor. Ojalá así todos, no solamente la Iglesia que peregrina en esta diócesis, sino toda la Iglesia, podamos testimoniar a lo largo de nuestra vida, en nuestras opciones y decisiones, a Cristo vivo en medio del mundo, que se expresa y se vive en la comunidad cristiana.
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