Práctica de la espiritualidad pastoral

PRÁCTICA DE LA ESPIRITUALIDAD PASTORAL

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– Espíritu Santo

– Formación espiritual

Me parece difícil entregarse al arte de pintar, sin la práctica correspondiente. Lo normal es que se tome papel y lápiz para hacer bosquejos y proyectos. Enseguida, aprovechándose de éstos, se hará el diseño sobre la tela y se echará m ano de los pin­celes y de las pinturas. Luego, poco a poco, la obra pictórica se va configurando sobre el lienzo.

Otro tanto sucede en la espiritualidad pastoral. Aunque pretende desarrollarse como ciencia, su investigación sistemática gira en torno a la vida, igual que la ciencia médica.

En concreto, la espiritualidad pastoral se ejercita en el con­tacto con la vida del pueblo. Al percibir las necesidades, posibi­lidades e ideales espirituales de la gente, el pastoralista recibe el estímulo primordial. Así, incitado por las pulsaciones vitales de la gente, empieza a buscar las intervenciones que traigan salud espiritual o la promuevan en ella.

Autenticidad del pastoralista espiritual
De ordinario, para que un pastor sepa medir el pulso de la vida espiritual en el pueblo, necesita una especie de entrenamiento por parte del Espíritu de Jesús.

El Espíritu, desde luego, está actuando en todos los hombres. Infunde sus gracias sobre todo en los creyentes. Se prodi­ga de manera especial en todos los que desempeñan algún minis­terio eclesial. Influye, seguramente en modo privilegiado, en los sacerdotes, religiosos y laicos, que se empeñan en la promoción espiritual de sus hermanos.

PRACTICA DE LA ESPIRITUALIDAD PASTORAL 
En este sentido, parece indispensable un mínimo de auten­ticidad espiritual, si se pretende ejercer la espiritualidad pasto­ral.

Esto, sin embargo, no significa que debamos esperar hasta poseer una perefecta congruencia espiritual. Basta con la “au­tenticidad volitiva”, la cual, en la vida cristiana, consiste en la volutad firme y efectiva de dejarse guiar por el Espíritu hacia el Padre, mediante el seguimiento e imitación de Jesús.

Gracias a este mínimo de autenticidad volitiva, el creyente está capacitado para recibir las luces y mociones del Espíritu en su vida cotidiana.

Bajo el efecto de su autenticidad, se esfuerza por vivir efec­tivamente como un seguidor de Jesucristo. Su com portamiento moral tiende a eliminar y erradicar el pecado. Sus pensamientos corresponden a la enseñanza del Señor. Sus sentimientos se van adecuando al ejemplo del mismo Jesús. No le faltan sus ratos de oración. Su recurso a los sacramentos se dem uestra constante y fervoroso. Más que nada, sus obras se orientan hacia el amor y servicio del prójimo, de acuerdo al precepto del Señor.

Con un mínimo de congruencia espiritual, como el apenas descrito, el creyente de cualquier tipo -laico, consagrado o sa­cerdote-, está preparado para percibir las mociones del Espíritu. Entonces puede captar las necesidades, posibilidades e ideales que el mismo Espíritu suscita en el corazón de quienes integran el pueblo de Dios.

Contacto personal con la gente del pueblo
Pero no basta con estar capacitado para percibir las necesi­dades y posibilidades espirituales del pueblo. De ordinario, hace falta un contacto normal y directo con la gente.

Sin duda alguna, existen muy diversas posibilidades de con­tacto con la gente. Conozco comunidades de religiosos contem­plativos que, a pesar de su vida en clausura, consiguen mante­nerse en relación epistolar y teléfonica con los cristianos más comprometidos.

Cierto, lo ideal consiste en la llamada “inserción”. Cristo la practicó efectivamente optando por vivir en el pueblo y entre los más pobres. Otro tanto han hecho los misioneros a lo largo de los siglos. En este siglo, tal como hicieron Gandhi y la M. Tere­sa de Calcuta, muchos cristianos han optado por la inserción en­
tre los pobres.

Existen otros niveles de contacto personal con el pueblo. Muchas profesiones lo reclaman en forma constante. Los maes­tros, médicos, psicólogos, sacerdotes, comerciantes, vendedores, etcétera, pasan la mayor parte de su vida en contacto con la gente.

Esa relación directa constituye una oportunidad insupera­ble para el pastoralista espiritual. Así percibe las necesidades que el pueblo padece en sus ansias de vida cristiana. También se torna sensible a las posibilidades reales de que la gente dispone. Imposible, por ejemplo, que adopten prácticas espirituales de ti­po monástico.
A esto, precisamente, se refiere la espiritualidad pastoral. Al afán por impulsar la santidad en el pueblo, sin sacar a la gente de su realidad.

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– Espiritualidad pastoral

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