Escuchar el “Eco de Lampedusa” en las Islas Canarias

Carta conjunta de los obispos de Canarias, Mons. José Mazuelos y de la diócesis de Tenerife, Mons. Bernardo Álvarez

 

Este domingo 15 de noviembre de 2020, la Iglesia Católica celebra en todo el mundo la IV Jornada Mundial de los pobres, que en esta ocasión tiene por lema “Tiende tu mano al pobre”, un lema que, como nos dice el Papa Francisco, es un código sagrado a seguir en la vida.

Con motivo de esta Jornada Mundial, ante el hecho que estamos viviendo estos últimos meses, con la llegada de miles de inmigrantes a Canarias, los obispos de las dos diócesis de estas islas nos dirigimos a los fieles católicos, y a la sociedad en general, ofreciéndoles algunas reflexiones que nos ayuden a tomar conciencia de la situación de pobreza y vulnerabilidad que viven estas personas y, especialmente, a ponernos manos a la obra para que nadie se sienta marginado o despreciado, sino que todos experimenten la acogida, la atención y el respeto que como personas humanas se merecen. Apoyamos nuestra reflexión en las enseñanzas del Papa Francisco que, como es conocido, en distintas ocasiones ha manifestado su sensibilidad y preocupación por las personas emigrantes.


1. El drama de los inmigrantes

La llegada de inmigrantes a las costas canarias nos llama a todos a tener presente la “cruz de Lampedusa”, que como recordáis fue realizada por el artista italiano Franco Tuccio con trozos de madera de las embarcaciones que habían naufragado en la isla y a tener presente las palabras del Santo Padre que afirmaba: “No podemos seguir viviendo anestesiados ante el dolor ajeno. Lleven a todas partes la “cruz de Lampedusa” como símbolo, para acercar y no olvidar el drama y la realidad de los inmigrantes”.
El eco de las Palabras de Francisco nos obliga a sensibilizarnos ante la muerte de aquellos que viajaban en las barcas, por esos niños, jóvenes y adultos que han enterrado sus sueños y sus vidas en las aguas del Atlántico. Nunca sabremos cuantos miles de personas han perdido sus vidas de manera trágica y dramática entre las dos orillas en estos últimos años.
Nos unimos a las palabras del papa Francisco que con tanta fuerza profética denunció las tragedias mortales en Lampedusa y que siguen sonando como un aldabonazo en nuestras conciencias: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste? ¿Quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas? ¿Quién ha llorado por esas personas que iban en la barca? ¿Por las madres jóvenes que llevaban a sus hijos? ¿Por estos hombres que deseaban algo para mantener a sus propias familias? Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar!
Como Iglesia sentimos el profundo dolor y la impotencia de ver cómo muchos hermanos mueren frente a las costas de nuestros pueblos y ciudades sin que parezca que hayamos hecho lo suficiente para evitarlo


2. Globalización de la indiferencia

El eco de la “cruz de Lampedusa” nos llama a todos a trabajar contra la globalización de la indiferencia. Como afirma Francisco, somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto. Poner la meta en lo provisional nos conduce a la indiferencia hacia los otros. Hay que saber mirar uno a uno a esos hombres, mujeres y niños y hacer nuestros sus sufrimientos tras haber huido de la guerra, de las persecuciones, del hambre y haber afrontado un largo y peligroso viaje por el desierto y el mar en manos, tantas veces, de traficantes de seres humanos. Los inmigrantes son personas como cualquiera de nosotros, con nombres, historias y familias.
Escuchar el “eco de Lampedusa” es rechazar todas las voces que siembran confusión. Lamentablemente, la llegada de inmigrantes es una imagen utilizada, en ocasiones, por algunas voces políticas y bulos en plataformas mediáticas para sembrar la confusión y el miedo en la ciudadanía, alertando de que es una invasión, tal vez con el fin de conseguir réditos electorales, o de promover una fobia inaceptable hacia los extranjeros.
Hay que exponer la verdad y decir que los que llegan en las pequeñas embarcaciones son sólo una pequeña parte, que no llega al 10%, del total, de la población inmigrante empadronada y residente en España.
Hay que contar un relato real y positivo de las migraciones, ya que habitualmente se silencia la aportación positiva que la inmensa mayoría de los inmigrantes hacen al país que los acoge. La contribución que aportan los inmigrantes abarca todas las dimensiones: la economía, la demografía, la cultura, y la propia vida religiosa, rejuveneciendo y revitalizando muchas parroquias y comunidades. No lo olvidemos, quienes vienen de fuera nos traen un inmenso tesoro, rejuvenecen con sangre nueva nuestra vieja Europa y nos abren al desafío de la diversidad que tiene tanto que ver con el Dios Trinidad.
Las aportaciones que hacen los inmigrantes a nuestra sociedad son notables. Además de paliar nuestro envejecimiento, como anteriormente se ha expuesto, muchas mujeres inmigrantes están siendo la voz y las manos de ternura que nuestros niños, nuestros enfermos o nuestros ancianos necesitan. Muchos jóvenes jornaleros del campo están recogiendo de nuestros campos una riqueza, que no se ve correspondida con las condiciones laborales que sufren. Y todos ellos con el testimonio de sus vidas, su valentía y su disponibilidad para afrontar peligros buscando un mundo mejor son un ejemplo de esperanza para nuestra sociedad pesimista y ciega ante el futuro. Sí, todos ellos son fuentes de esperanza, ya que fue la esperanza la que les dio las fuerzas para afrontar tan duro viaje.


3. Llamados a ser buen samaritano

Escuchar el “eco de la cruz” es reconocer y valorar todas las vidas salvadas y rescatadas por los profesionales del Servicio Marítimo de la Guardia Civil, de Salvamento Marítimo del Gobierno. Han sido auténticos ángeles de la guarda en medio de nuestros mares y sería deseable que esa humanitaria labor de socorrer y salvar vidas siga contando en nuestra frontera sur con un apoyo decidido por parte de los diferentes gobiernos. A ellos hay que añadir la magnífica labor de la Policía Nacional, del personal de la Cruz Roja y de la Comisión de Ayuda al Refugiado [CEAR]. Son esos profesionales los que, junto con los voluntarios y miembros de Cáritas y de otras organizaciones humanitarias, nos ayudan a evitar la globalización de la indiferencia, que se consigue poniendo en práctica el programa descrito -con cuatro verbos- por el Papa Francisco en la Jornada mundial del inmigrante del pasado 29 de septiembre de 2019: ACOGER, PROTEGER, PROMOVER E INTEGRAR. Estos verbos expresan la misión de la Iglesia en relación con todos los habitantes de las periferias existenciales. Estos verbos nos invitan a encarnar la parábola del buen samaritano. Él se detuvo a salvar la vida del pobre hombre golpeado por los bandidos sin preguntarle cuál era su procedencia, sus razones de viaje o si tenía sus documentos en regla. Simplemente decidió hacerse cargo y salvar su vida.
Hablar de migrantes, es hablar de un paradigma para la vida cristiana que apunta a Cristo, que es nuestro Camino, Verdad y Vida. Un migrante es hijo de Dios. Donde muchos ven un emigrante, el cristiano ve a un hermano con una vida marcada por el dolor y el sufrimiento que busca la esperanza de alcanzar una vida mejor. No podemos permanecer ajenos al dolor del hermano. El encuentro con el otro es también un encuentro con Cristo. Nos lo dijo Él mismo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo que lo encontremos y ayudemos, pidiendo poder desembarcar. Y si todavía tuviéramos alguna duda, esta es su clara palabra: “En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).


4. Todos Hermanos

Por último, hacemos una llamada a todos a crear la cultura del encuentro, a superar la fobia al extranjero, a luchar contra las mafias y favorecer el desarrollo de los países de origen. Como afirma la Encíclica Fratelli Tutti [FT]. Se trata de problemas globales que requieren acciones globales, evitando una “cultura de los muros” que favorece la proliferación de mafias, alimentadas por el miedo y la soledad (FT 27-28).
No debemos olvidar que solo cuando cese la injusticia actual del comercio internacional, cuando cesen las guerras inducidas en países con riquezas mineras, cuando los dictadores que expolian a su pueblo dejen de contar con la complacencia de gobiernos y empresas multinacionales, cuando cese el comercio de armas, la inmigración de ciertas zonas del mundo se podrá regular. Cuando se acabe con la injusticia actual la migración se moderará.
Hay que evitar migraciones no necesarias creando en los países de origen posibilidades concretas de vivir con dignidad. Como sabemos, también existe el derecho a no emigrar, y muchos de estos hermanos nuestros no iniciarían un viaje tan incierto si en sus pueblos y países se vivieran situaciones más justas
A los gobernantes europeos y al gobierno español hay que decirle que no se pueden crear guetos insulares para evadir el problema migratorio. Como afirma Francisco, en los países de destino, el equilibrio adecuado será aquel entre la protección de los derechos de los ciudadanos y la garantía de acogida y asistencia a los migrantes. Concretamente, el Papa señala algunas “respuestas indispensables” especialmente para quienes huyen de las “graves crisis humanitarias”: aumentar y simplificar la concesión de visados; abrir corredores humanitarios; garantizar la vivienda, la seguridad y los servicios esenciales; ofrecer oportunidades de trabajo y formación; fomentar la reunificación familiar; proteger a los menores; garantizar la libertad religiosa y promover la inclusión social (FT 38-40)
El Papa también invita a establecer el concepto de “ciudadanía plena” y la necesidad de una gobernanza mundial, una colaboración internacional para las migraciones que ponga en marcha proyectos a largo plazo, que vayan más allá de las emergencias individuales, en nombre de un desarrollo solidario de todos los pueblos basado en el principio de gratuidad. De esta manera, los países pueden pensar como “una familia humana”. Una cultura sana es una cultura acogedora que sabe abrirse al otro, sin renunciar a sí misma, ofreciéndole algo auténtico. Como en un poliedro – una imagen apreciada por el Pontífice – el conjunto es más que las partes individuales, pero cada una de ellas es respetada en su valor (FT 132-146)
Nos encomendamos a la Virgen María, a la que todos veneramos con gran devoción -con distintas advocaciones- en cada una de nuestras islas. A ella le confiamos las esperanzas de todos los emigrantes y refugiados y le pedimos por todas las comunidades parroquiales y colectivos sociales que los acogen para que les ayude a ser buenos samaritanos para vivir el mandamiento del amor al otro, al extranjero, como a nosotros mismos. Que Dios derrame su amor en nuestros corazones para que lo hagamos realidad.

† José Mazuelos Pérez, obispo Canariense
† Bernardo Álvarez Afonso, Obispo Nivariense.

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