Carta conjunta de los obispos de las dos diócesis canarias sobre la donación de organos. Hermanos y amigos de las Islas Canarias:
El pasado mes de marzo tuvo lugar, en el Hospital Universitario de Canarias, el trasplante de riñón número 2000. Con este motivo, bajo el lema “2000 gracias a ti”, el propio Hospital está llevando a cabo una serie de actos conmemorativos para agradecer la generosidad de la población canaria en la donación de órganos, reconocer y aplaudir el buen hacer de los equipos médicos, juntamente con el trabajo en paralelo de las asociaciones de enfermos renales que, con sus campañas de concienciación, han sensibilizado a nuestra población en favor de la donación de órganos.
Se quiere, además, difundir una memoria científica de los trasplantes realizados a lo largo de 27 años, así como el seguir fomentando de forma eficaz la concienciación y sensibilización de la población a favor de la donación de órganos. También está previsto celebrar una misa, el 16 de octubre en la Catedral de La Laguna (iglesia de La Concepción), en acción de gracias a Dios, fuente de todo bien, por los beneficios recibidos.
Admirados por este prodigio de la ciencia gracias al cual, a través de los trasplantes, podemos compartir órganos de nuestro cuerpo para que otros vivan mejor e incluso para evitar su muerte, los obispos de las dos diócesis de las Islas Canarias queremos, también, unirnos a esta gozosa efemérides y poner nuestra palabra para celebrar este “2000 gracias a ti”.
Ante todo, vaya por delante nuestra convicción, que compartimos con miles de personas, de que “donar órganos es dar vida”. Así mismo, expresamos nuestro deseo profundo de que sean cada vez más los hombres y mujeres que piensan que después de su muerte aún pueden seguir siendo útiles a sus semejantes y, consecuentemente, hacen donación de sus órganos para que se pueda disponer de los mismos en caso de fallecimiento. Los trasplantes son una gran conquista de la ciencia al servicio del hombre y no son pocos los que en nuestros días sobreviven gracias al trasplante de un órgano. La técnica de los trasplantes es un instrumento cada vez más apto para alcanzar la primera finalidad de la medicina: el servicio a la vida humana.
Pero, para que haya transplantes hacen falta donantes de órganos. Miles de personas, con su salud muy precaria o al límite de la muerte, esperan con ilusión la donación de un órgano para poder mejorar sus condiciones de vida o seguir viviendo. Para los cristianos, como nos enseñó el Papa Juan Pablo II, el amor al prójimo está “hecho de pequeños o grandes gestos de solidaridad que alimentan una auténtica cultura de la vida. Entre ellos merece especial reconocimiento la donación de órganos, realizada según criterios éticamente aceptables, para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas” (Evangelio de la Vida, n. 86). Ciertamente, “donar órganos es dar vida” y es un modo de imitar a Jesús que dice «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13) y que Él mismo dio su vida por los hombres.
“Según criterios éticamente aceptables”. En efecto, toda donación de órganos, que es buena en sí misma, ha de estar regulada por criterios morales para evitar todo aquello que atente a la dignidad y el valor de la persona humana, muy especialmente cuando el donante es una persona sana y viva. Así, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que: “El trasplante de órganos no es moralmente aceptable si el donante o sus representantes no han dado su consentimiento consciente. El trasplante de órganos es conforme a la ley moral y puede ser meritorio si los peligros y riesgos físicos o psíquicos sobrevenidos al donante son proporcionados al bien que se busca en el destinatario. Es moralmente inadmisible provocar directamente para el ser humano bien la mutilación que le deja inválido o bien su muerte, aunque sea para retardar el fallecimiento de otras personas” (n. 2296).
Nosotros, como pastores de nuestras respectivas iglesias diocesanas en Canarias, queremos disipar posibles temores que aún pueden retraer a algunos a donar sus propios órganos para ser utilizados después de su muerte. Y lo hacemos con un texto de la Comisión Episcopal de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, en una exhortación publicada el 25 de octubre de 1984 (¡hace 24 años!):
“Es cierto que se exigen algunas condiciones que garanticen la moralidad de los trasplantes de muerto a vivo: que el donante, o su familiares, obren con toda libertad y sin coacción; que se haga por motivos altruistas y no por mercadería; que exista una razonable expectativa de éxito en el receptor; que se compruebe que el donante está realmente muerto.
Cumplidas estas condiciones, no sólo no tiene la fe católica nada contra tal donación, sino que la Iglesia ve en ella una preciosa forma de imitar a Jesús que dio la vida por los demás. Tal vez en ninguna otra acción se alcancen tales niveles de ejercicio de la fraternidad. En ella nos acercamos al amor gratuito y eficaz que Dios siente hacia nosotros. Es un ejemplo vivo de solidaridad. Es la prueba visible de que el cuerpo de los hombres puede morir, pero que el amor que lo sostiene no muere jamás”.
Por eso, no dudamos en hacer un llamamiento a todos los hombres y mujeres de nuestras islas, muy especialmente a los católicos, a ser generosos y solidarios dejando constancia por escrito de que, en caso de muerte, donamos nuestros órganos “para ofrecer una posibilidad de curación e incluso de vida, a enfermos tal vez sin esperanzas”. Igualmente, pedimos a las familias, a los educadores, a los líderes políticos y sociales, a los Medios de Comunicación…, que promuevan una auténtica cultura de generosidad y solidaridad, indispensable para que aumente el número de donantes. Como dijo Juan Pablo II, el 29 de agosto del año 2000, a los participantes en el XVIII Congreso Internacional de la Sociedad de Trasplantes: “Es preciso sembrar en el corazón de todos, y especialmente en el de los jóvenes, un aprecio genuino y profundo de la necesidad del amor fraterno, un amor que puede expresarse en la elección de donar sus propios órganos”.
Para finalizar, hacemos nuestras las palabras del documento, antes citado, de la Comisión Episcopal de Pastoral:
“Deseamos expresar nuestro estímulo y aliento a los enfermos y familiares que sufren y esperan nuestra generosidad, a las asociaciones de enfermos que con empeño llevan a cabo una labor de sensibilización, a los equipos médicos que con tanto esfuerzo y entrega luchan por estar al día y ofrecer a los enfermos una vida mejor, a los órganos legislativos y administrativos y a los medios de comunicación social que han mostrado su sensibilidad y preocupación por el problema. Y queremos también mostrar nuestro reconocimiento a los que ya han decidido donar sus órganos en caso de muerte”.
Felicitamos y agradecemos al Hospital Universitario, con sus equipos médicos, por los “2000 trasp
lantes de riñón” y les deseamos para el futuro los mayores éxitos al servicio de la vida humana. A los que necesitan y esperan un trasplante les deseamos y pedimos a Dios una pronta solución a sus problemas de salud, una solución que, en buena parte, depende de nuestra decisión de donar los propios órganos. Ojalá que para realizar “otros 2000 trasplantes” no tengan que pasar otros 27 años, como hasta ahora, sino que progresivamente, en menos tiempo, se vayan produciendo más trasplantes. Será la señal evidente de que en Canarias aumenta el número de donantes, el número de los que “dan vida” a los demás, porque, “donar órganos es dar vida”.
Así lo esperamos y deseamos de todo corazón.
+ Bernardo Álvarez Afonso, Obispo Nivariense
+ Francisco Cases Andreu, Obispo Canariense