Mensaje Navideño de Don José Mazuelos Pérez, Obispo de Canarias

Navidad es Cercanía de Dios

“Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11). Con estas palabras invita el ángel a los pastores y a cada uno de nosotros a contemplar el misterio de la Encarnación de nuestro Dios. El misterio de ese niño pequeño en brazos de su Madre y que tenía por nombre Jesús.

En los Medios de Comunicación social, en el correo, en los comercios, en la calle, en los hogares durante estos días, … todo nos habla de la Navidad. El Niño nacido en Belén, hace dos mil años, vuelve a proclamar su mensaje de esperanza para la humanidad, y ese anuncio, escuchado en el corazón, en los ámbitos más silenciosos del alma, nos inunda de luz nueva y nos invita a la alegría, a cantar con los ángeles de Belén un eterno villancico.

La Navidad nos habla de familia. La familia es necesaria. Quien al nacer prescindió de todos los lujos, no prescinde de un padre y de una madre. En este año de la “Familia Amoris Laetitia” es bueno recordar que Jesús quiso nacer de la Virgen María y vivir en el seno de una familia puesta bajo la custodia de José, para ser solidario con nuestra condición humana. La Navidad nos invita a estrechar los lazos con nuestras familias, compartiendo con ellos la alegría que nos inunda estos días. Es hermoso vivir la Navidad con los familiares y amigos, haciendo partícipes a los más pequeños del mensaje de la Navidad. Vale la pena que pensemos cómo podríamos hacer que Jesús sea el centro también en nuestras celebraciones familiares.

Navidad es el “salto” de Dios de lo divino a lo humano sin dejar de ser lo primero (cfr. Flp 2, 6 – 11), que se ha pasado a nuestro bando, es uno de nosotros. Él ya no está lejos. No es desconocido. Al nacer en la tierra quiere hacerse compañero de viaje de cada uno de nosotros. En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo ha venido a la tierra y hace saltar de gozo a los ángeles que cantan de alegría porque lo alto y lo bajo, cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha unido nuevamente a Dios.

La tierra ha quedado restablecida y es posible ahora, como recogen los Padres de la Iglesia, que los hombres y los ángeles canten juntos el canto de alabanza al Señor de toda la creación. Nos llena de asombro tanta cercanía de Dios, tanta ternura, tanto amor. Ahora podemos afirmar que no estamos solos porque Dios está con nosotros y sigue estando cerca de nosotros, incluso cuando nosotros nos olvidamos de él.

Dios va a nacer en un establo entre pañales, sin lujos y sin comodidades. También nosotros somos “el establo donde nace Dios”.  Un establo suele oler mal,  hay estiércol mezclado con paja y heno. Esa es una imagen simbólica de nuestro interior. Nuestro corazón a menudo es como un establo lleno de miserias, rencores, agresividades y complejos. Pero Dios no desecha la suciedad de nuestro establo, Él quiere entrar en nosotros y cuando le abrimos la puerta de nuestra vida, lo llena todo de luz y de belleza. Jesús quiere hacerlo todo nuevo en nosotros.

Vivir la Navidad es acoger a Dios y a los hombres. El pesebre manifiesta la lógica divina, que no se centra en las ambiciones ni en los privilegios, sino que es la gramática de la cercanía, del encuentro y de la proximidad. Navidad es, por tanto,  convertirse en constructores de un futuro, anteponiendo el bien común a los particularismos egoístas. Jesús ha establecido la casa común y nos pide que la convirtamos en una casa acogedora para todos. De ahí deriva el compromiso del cuidado y respeto de la creación y la necesidad de superar  los prejuicios, derribar las barreras y eliminar las divisiones que enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.

Navidad es, también, la fiesta de los pobres Dios nace pobre. Jesús nace en una cueva y lo colocan en un pesebre, donde comen los animales. Viene al mundo en un establo, envuelto entre pañales, sin lujos, sin comodidades. Nació como nacen hoy muchos inmigrantes, como nacen los hijos de mujeres en campos de refugiados… y así nos enseña que en este mundo donde Él puso su “tienda”, nadie es extranjero. Aunque en este mundo todos estamos de paso, es precisamente Jesús quien nos hace sentir como en casa en esta tierra santificada por su presencia y quiere que la convirtamos en un hogar acogedor para todos. No olvidemos que, al poco de nacer, también Jesús se hace inmigrante y tiene que huir a Egipto junto con José y María. Si Jesús fue acogido en tierra extranjera, también nosotros hemos de acoger a los que vienen de fuera, aprendiendo a superar cada vez más los recelos y los prejuicios que dividen o, peor aún, enfrentan a las personas y a los pueblos, para construir juntos un mundo de justicia y de paz.

La profunda solidaridad que este Niño ha establecido con su nacimiento, nos hace salir al encuentro del que no tiene, llevándonos a compartir lo que tenemos no sólo lo material, sino también lo espiritual. Esto nos lleva a tener un recuerdo especial en estas Navidades con los palmeros que lo han perdido todo, con los inmigrantes que han tenido que dejar sus hogares, con los enfermos de COVID y todos los que sufren la crisis de esta pandemia. Pero también por todos aquellos que se encuentran solos o han perdido el sentido a su vida, los pobres de esperanza y los faltos de fe. En nuestra felicitación navideña no podemos olvidar y llevar hasta el Portal de la Eucaristía, a quienes más sufren en nuestro mundo cercano y lejano, a los que deambulan por nuestras calles arrastrando el dolor que sufren solos y a los que, en otras naciones, caminan por calles cubiertas de despojos de la violencia y la guerra.
Uniremos nuestras voces y nuestras manos para ofrecerle al Señor nuestro corazón un poco más de misericordioso. Cáritas distribuye amor y misericordia en nuestro nombre.

A todos también que venís a estar con vuestros familiares en estas fechas santas, a los que desde aquí añoráis vuestro hogar lejano, a los hijos de esta tierra bendita que, desde hace muchos siglos celebra la Navidad cristiana junto con personas de otras culturas y religiones, que Dios llene de amor y misericordia vuestros corazones. A todos, ¡Feliz Navidad.

Pidamos al Señor que su nacimiento no nos encuentre ocupados en festejar la Navidad, olvidando que el protagonista de la fiesta es precisamente Él. Roguémosle que nos dé la humildad y la fe con la que san José lo miró y el amor con el que María lo contempló.

          Os deseo a todos feliz Navidad.

 

+ José Mazuelos Pérez

   Obispo de Canarias

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