Carta Pastoral «El Jubileo, Luz de la Esperanza. Año Jubilar 2025″
Queridos Diocesanos
El papa Francisco ha convocado un año jubilar para toda la Iglesia católica mediante la bula Spes non confundit. (La Esperanza no defrauda). En ella explica que “la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús”.1
Como dice el papa Francisco, debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente2.
Dónde estamos
El momento actual del mundo y de la Iglesia es un momento lleno de dificultades para hacer realidad la evangelización que el mundo necesita y que la Iglesia tiene que hacer realidad, porque es la misión confiada y recibida del mismo Cristo.
En los últimos veinticinco años hemos vivido, y estamos viviendo, una verdadera y penosa pérdida de valores humanos y cristianos, que han significado, como ha subrayado repetidamente el papa Francisco, para la sociedad y para la Iglesia, un auténtico cambio de época.
De hecho, ahora se niega que el hombre, como ser libre, esté de algún modo vinculado a una naturaleza que determine el espacio de su libertad. El hombre ya no tiene naturaleza, sino que «se hace» a sí mismo. Ya no existe una naturaleza humana: es él quien decide lo que es, hombre o mujer. Es el hombre quien produce al ser humano y quien decide el destino de un ser que ya no proviene de las manos de un Dios Creador, sino del laboratorio de invenciones humanas. La abolición del Creador como abolición del hombre se ha convertido en la auténtica amenaza para la fe y para la humanidad. Este es el gran desafío que se presenta hoy a la teología. Y solo podrá enfrentarlo si el ejemplo de vida de los cristianos es más fuerte que el poder de las negaciones que nos rodean y nos prometen una falsa libertad.
Por otra parte, el mundo al que estamos llamados a anunciar el Evangelio, se halla sumergido en una cultura líquida, una cultura basada en el consumismo en el que las relaciones humanas, incluidas las relaciones entre el hombre y la mujer, quedan sometidas a la lógica del usar y tirar y en la servidumbre del relativismo, para el que no hay ideas verdaderas o falsas, sino únicamente útiles o inútiles. Un mundo en el que hay un predominio cultural del ateísmo práctico, que normaliza modelos de vida abiertamente inmorales, que chocan con la enseñanza de la Iglesia. La secularización radical se revela cada vez más progresivamente como la visión dominante auténtica, privando cada vez más al cristianismo de su espacio vital.
Detrás de dicha increencia se esconde además un pragmatismo brutal, un relativismo radical y un laicismo excluyente e ideológico que origina un desprecio de la verdad del ser humano y una devaluación y ruptura de las relaciones entre la fe y la razón. Ahí está la quiebra de humanidad, la verdadera ruina que se impone con la desolación de los espíritus y la destrucción de la conciencia moral. Se nos plantea, pues, la insoslayable tarea de edificar sobre lo que hoy y mañana prometa mantener la dignidad humana y una existencia conforme a ella.
Fernando Sebastián3 afirmaba que hay que tener claro que el hombre postmoderno es un gigante técnico, pero con los pies de barro que necesita conocer el amor de Dios y confiar en Él. Esta necesidad y esta pobreza del hombre de hoy es la que debe movernos a ir a su encuentro. Por tanto, ante este hombre postmoderno, que intenta encontrar la salvación y calmar la sed de eternidad con meras realidades terrenas, ha de resplandecer con fuerza el tesoro que tiene en su seno la Iglesia: Cristo, única fuente de agua viva capaz de saciar la sed de eternidad y de amor que tiene el hombre de todos los tiempos, también el actual.
La evangelización razón para la esperanza
Una nueva evangelización es la urgencia mayor y el mejor de los servicios que la Iglesia puede, y debe, prestar hoy a los hombres de nuestro tiempo. Esto reclama llevar el Evangelio sin ningún miedo ni complejo, con firmes y básicas certezas, con plena libertad y valentía, con la alegría que viene de Dios y la dicha del tesoro del Evangelio, con las razones que sustentan el anuncio del Evangelio, capaces de responder a las explicaciones que hoy se nos piden.
Sin echarse atrás y sin retirarse, la Iglesia, en su totalidad, ha de mostrar a Jesucristo; obedeciendo a Dios antes que a los hombres, consciente y sabedora, con certeza, de que el Evangelio no está encadenado ni en trance de perecer, y es fuerza de salvación para todo el que cree; sabiendo, además, que hoy y casi siempre hay que navegar contracorriente, ya que se está en un «mar proceloso», sacudidos por tantas olas de modas culturales que nos presionan, por tantos vientos, a veces tan adversos, que parecen confundirnos y llevarnos sin rumbo, al precipicio.
No hay auténtica evangelización si no va acompañada del compromiso por la liberación integral del hombre y de todos los hombres. Es necesario un nuevo ardor, unos nuevos métodos, unas formas nuevas de presentación del mensaje cristiano. Pero implica sobre todo la aceptación práctica de algunos postulados teológicos que deben inspirar y animar la nueva evangelización, de los que podemos destacar:
- Es preciso rescatar la prioridad del anuncio kerigmático como primer paso hacia la construcción de la comunidad cristiana. La ausencia de ese anuncio explica en parte la falta de experiencia cristiana y de la práctica del Reino en sociedades y culturas tradicionalmente cristianas.
- Teniendo presente que la Iglesia es la realidad visible de la experiencia de Dios, la nueva evangelización debe encaminarse más a una iniciación vivencial y práctica en la experiencia cristiana que a un simple adoctrinamiento de los La nueva evangelización debe ser esencialmente testimonial. Debe estar respaldada por el testimonio evangélico del evangelizador y de la comunidad evangelizadora.
- La nueva evangelización implica el compromiso de la Iglesia con la causa de la justicia y la La experiencia cristiana es una experiencia de comunión y solidaridad entre los hombres.
- La nueva evangelización implica vivir la sinodalidad, ya que ella es tarea y responsabilidad de todos los miembros y sectores de la Iglesia. La figura solitaria del misionero clásico cede protagonismo a la comunidad evangelizadora. Cada comunidad cristiana se convierte en agente primero de la nueva evangelización. Todos sus miembros, laicos, religiosos o sacerdotes, están llamados a trabajar corresponsablemente en la tarea evangelizadora, cada uno según sus carismas y ministerios específicos. La incorporación de los laicos es uno de los rasgos destacados de la nueva evangelización.
Es necesario no olvidar en la misión evangelizadora que hoy se hace presente, como hace más de dos mil años, la mirada compasiva de Cristo a aquella muchedumbre que lo seguía y que andaba como ovejas sin pastor. También hoy Jesús quiere acercarse y apiadarse de la viuda de Naím, y mirar a la mujer sorprendida en adulterio, sin condenarla; con afecto y cariño quiere mirar también al joven rico de corazón bueno, y a Pedro, que le había negado, sin reprocharle nada; Jesús siempre miraba con entrañas de amor y solicitaba al Padre obreros para trabajar por él. Así también, como Iglesia de Dios, hemos de mirar el mundo de hoy para traerle con Cristo salvación, luz, esperanza, sanación, reconciliación, la alegría de un nuevo futuro, lleno de fecundidad y de consuelo. Como decía el papa San Juan Pablo II: “No lo dudemos: «Nos espera una apasionante tarea de renacimiento. Una obra que implica a todos»: evangelizar; de nuevo evangelizar; como en los primeros tiempos. Es en verdad apasionante mostrar la verdad y el rostro de Dios, que es Amor, en nuestros días; es apasionante, sin duda alguna poder hablar de Jesucristo a nuestros contemporáneos, ofrecérselo, e invitarlos a que compartan el gozo y el inmenso don de la fe. Nada se le puede comparar a esto4”.
El papa Francisco se hace eco de esta enseñanza cuando habla de la importancia de la “conversión pastoral” que es mucho más que la reestructuración de nuestras parroquias, escuelas e instituciones diocesanas. La “apasionante tarea de renacimiento pastoral” que san Juan Pablo II dice que nos espera a todos es lo que el papa Francisco quiere decir cuando habla de la pastoral en clave de misión, afirmando que “la planificación pastoral nos desafía a no escudarnos en la actitud acomodadiza de que “siempre lo hemos hecho así.” Nos invita a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar las metas, la estructuras, el estilo y los métodos de evangelización en nuestras respectivas comunidades”5.
La esperanza no defrauda
Spes non confundit, “La esperanza no defrauda”. Es la esperanza la que el Papa invoca como don en el Jubileo 2025 para un mundo marcado por el choque de las armas, la muerte, la destrucción, el odio al prójimo, el hambre, la “deuda ecológica” y la baja natalidad.
La Bula, que tiene como lema “Peregrinos de la esperanza”, en referencia a los fieles que vendrán a Roma y a los que, no pudiendo llegar a la ciudad de los apóstoles, lo celebrarán en Iglesias particulares. Contiene súplicas, propuestas (como la dirigida a los gobiernos para que amnistíen o indulten las penas de los presos o la de un Fondo Mundial para eliminar el hambre con el dinero de las armas), también llamamientos en favor de los presos, los enfermos, los ancianos, los pobres, los jóvenes, y anuncia las novedades de un Año Santo -una sobre todo; la apertura de una Puerta Santa en una cárcel-.
Ante ese mundo sumergido en una cultura líquida y en el ateísmo práctico, nos decía Benedicto XVI que “Es necesario dar cuenta de la esperanza cristiana al hombre moderno, agobiado por grandes e inquietantes problemáticas que ponen en crisis los cimientos mismos de su ser y actuar»6. Y, para ello, el papa Francisco nos dirá que «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). La esperanza es el bálsamo que se quiere extender sobre las heridas de una humanidad que, “ajena a los dramas del pasado”, se ve sometida a “una prueba nueva y difícil” que ve a “tantas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia” o atenazadas por un crecimiento exponencial de la pobreza, a pesar de que los recursos no faltan y se destinan sobre todo a gastos militares7.
Ha llegado la hora, como servicio a la humanidad de este tiempo, que los cristianos, sin demora y sin echarse atrás ni retirarse, muestren y ofrezcan a Jesucristo en toda su verdad, como camino y vida; obedeciendo a Dios antes que a los hombres, a la cultura o a los poderes de este mundo. Sin olvidar ni dudar nunca de que el Señor navega con los que lo siguen, sin bajarse de la frágil barca de Pedro, y que Él, en medio de la noche, ya en la alborada de un nuevo día, viene hoy a nuestro encuentro caminando sobre las «aguas agitadas», agarrándonos de la mano para que no nos hundamos, y, salvados, seamos conducidos al buen puerto con los vientos y las aguas sosegadas.
Es preciso que la Iglesia camine en medio de los vientos contrarios de hoy, con la certeza de que Jesucristo mismo, en persona, el mismo que nació de la santísima Virgen María y fue crucificado, es el mismo que vive resucitado, triunfador de la muerte, con las llagas abiertas de la carne y del costado herido, y que no es un fantasma, no es una idea, sino que está vivo y camina con nosotros.
Mensaje de esperanza para todos los canarios
Quiero finalizar esta carta pastoral, dirigiéndome, no solo a los cristianos de la Diócesis, sino también a todos los que habitamos en el territorio. El Jubileo es una ocasión para dejarnos guiar por la esperanza. Y ella, siendo una virtud, es también un don de Dios que ofrece a todos los que la quieran. Naturalmente, mi primer deseo es ofrecer a todos nuestros conciudadanos que, de la mano de Nuestra
Señora del Pino, se acerquen a conocer la esperanza cristiana, que puedan experimentar de primera mano, lejos de cualquier tópico o posicionamiento ideológico, la alegría de quienes esperamos en Cristo Jesús. No se trata de una oferta vana y rutinaria, sino que la Iglesia existe para comunicar esta esperanza, como ya nos indicó desde el principio el apóstol San Pedro: «siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto» (1 P 3, 15).
Con esa dulzura y todo el respeto, también para los que no creen o siguen cualquier otra doctrina, les ofrezco esta esperanza de la que aquí hablamos que como la fe, es un bien común para toda la humanidad: no le quita nada al ser humano ni lo degrada ni lo hace irracional, sino que, por el contrario, le abre un horizonte nuevo, inmenso, infinito… hacia el que caminar juntos sin paralizarnos por las dificultades de la vida o por los tropiezos en la historia. Si la esperanza cristiana tiene como origen y fin la vocación a la comunión eterna con Dios, el mayor de todos los horizontes posibles, muestra por eso una capacidad real para alimentar y retroalimentarse de cualquier otra esperanza que sea honesta y plenamente humana. Se da como una especie de «circularidad positiva» entre esperanzas que engendra una fortaleza enorme capaz de hacernos avanzar hacia donde queremos a pesar de los contratiempos y requiebros de cualquier tipo y época que minan nuestra confianza en la humanidad. La esperanza se muestra, así, como el mayor remedio para la frustración y la ansiedad que desbordan nuestro mundo.
Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos una ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayudará a encontrar sus razones. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma:
«Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5).
En Canarias, como en el resto del planeta, tenemos muchos retos. Deseo con toda el alma que este Jubileo convocado por el Papa nos haga reavivar la esperanza: la que procede de la fe y cualquier otro tipo de esperanza que nos lleve a luchar juntos sin desfallecer por el ser humano: poniendo en el centro de todos nuestros esfuerzos a la persona, su protección y desarrollo, garantizando sus derechos y necesidades básicas; cuidando el planeta en
el que vivimos como un regalo que hemos recibido y que dejaremos a los que vienen detrás; apostando por una convivencia fraterna que nos haga saborear y disfrutar la vida, lejos de cualquier polarización irracional que nos lleve a descartar a otros o que desgaste nuestro compromiso social y por supuesto, que nos lleve a no desistir nunca en buscar la construcción de una civilización de justicia, paz y gozo que todos deseamos y que el Nuevo Testamento hace coincidir con el Reino de Dios (Rom 14, 17).
Reciban todos mi bendición y mi mano tendida para caminar juntos en esperanza.
+José Mazuelos Pérez
Obispo de Canarias
- Francisco, Bula Spes non confundit nº5 2024
- Carta del Santo Padre Francisco a Rino Fisichella para el jubileo 2025
- Sebastián, Evangelizar, Madrid 2010, p. 276.
- San Juan Pablo II, Novo Millennio Ineunte, 29
- Francisco, Exhortación Evangelii gaudium, 33
- Homilía de Benedicto XVI en el Parque de San Giuliano de Mestre en su viaje Apostólico a Venecia, 5-8-2011.
- Francisco, Bula Spes non confundit,8-17.