Ángel Rodríguez Luño
Introducción a la Ética Política
Madrid, Rialp, 2021
La ética -considerada tanto en su práctica como en su teoría- constituye en la actualidad un tema de permanente y de honda preocupación para ciudadanos. No es extraño, por lo tanto, que sea objeto de conversaciones entre padres y educadores, y que despierte el interés de los estudiosos de diferentes ciencias humanas, en especial de la Sociología, de la Antropología, de la Filosofía, de la Psicología y de la Teología. En esta última disciplina, el debate entre especialistas alcanza una singular importancia debido a la necesidad -y a la obligación- que contraen los teólogos de repensar muchos de sus criterios y de sus pautas con el fin de mantener una triple fidelidad: al Evangelio, a la Iglesia y a los hombres de nuestro tiempo.
En mi opinión, esta obra, elaborada por Ángel Rodríguez Luño, Catedrático de Teología Moral Fundamental en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, proporciona unas nociones básicas, unos principios básicos y unos criterios prácticos para plantear de forma rigurosa y para resolver de manera correcta las cuestiones más candentes de la ética política.
Una de las aportaciones, a mi juicio más valiosas de esta obra es la claridad con la que formula las cuestiones más importantes y las orientaciones concretas para resolver problemas que surgen cuando no se explican ni se aplican nociones tan básicas como “libertad”, “democracia”, “constitucionalismo”, “ley”, “solidaridad”, “bien común”, “justicia social”, “economía política” y “buen gobierno”. Creo que si, efectivamente, se explicaran y se aplicaran estas cuestiones fundamentales sería posible plantear de manera adecuada y resolver de forma razonable muchos de los problemas que se plantean en los diferentes niveles de los gobiernos y administraciones públicas. Sin duda alguna se abrirían cauces para lograr una convivencia solidaria, justa y pacífica.
Advierto, sin embargo, que los destinatarios de este libro no son exclusivamente los políticos sino también los demás ciudadanos que somos los que con nuestras votaciones decidimos quienes nos gobiernan y, en cierta medida, cómo nos gobiernan. Estas ideas, que el autor aborda desde la filosofía política moderna y desde la antropología cristiana, pueden ser útiles especialmente a los educadores y a los profesionales de los medios de comunicación, que en la práctica, contribuyen a la formación de una opinión pública ilustrada. Tengamos en cuenta que, como afirma claramente el autor, “El principio democrático presupone en los ciudadanos una actitud de participación en la vida política”.
Sólo de esta manera podremos evitar caer en el relativismo o en el fundamentalismo, replantear el sistema normativo de la ética política cristiana, superando una moral formulada sobre bases antropológicas pesimistas y, sobre todo, hacer una ética desde la perspectiva de cristiana. Creo que, a partir de estas reflexiones, aún sería posible entablar un diálogo provechoso con todos los intelectuales que buscan salidas razonables en este mundo que, de manera tan acelerada, cambia permanentemente de referencias éticas.
José Antonio Hernández Guerrero