Un renovado impulso a la Pastoral Vocacional

Carta Pastoral del Obispo de Cádiz y Ceuta en la Solemnidad de San José y Día del Seminario.

Querido Pueblo de Dios, Iglesia diocesana que camina en Cádiz y Ceuta,

La imagen de la Santísima Trinidad preside el presbiterio de la capilla mayor de nuestro Seminario. Al mirarlo pienso que el misterio de la evangelización de nuestra diócesis hunde sus raíces en ese abismo de amor trinitario donde cada uno de nosotros es llamado por su nombre. De este seno de amor surge el deseo de salvación de todos los hombres, la inquietud por que todos los hijos vuelvan a la casa del Padre y gocen de su felicidad divina para siempre. En el horizonte de este deseo divino se inserta cada una de las vocaciones sacerdotales que recibimos como auténticos regalos del cielo, como signos de su consuelo. Cada vocación sacerdotal es una historia misteriosa de amor entre Dios y el llamado, y al mismo tiempo entre Dios y su pueblo a través del llamado. Por eso todos nuestros esfuerzos por cuidar y promover la pastoral vocacional tienen como perspectiva la Nueva Evangelización cuya clave es el amor que Dios tiene a cada hombre y mujer de nuestro tiempo. Sabemos además que este apasionante momento histórico de Nueva Evangelización que estamos viviendo a nivel mundial tiene como protagonista a Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Él va por delante, prepara los corazones, dialoga con ellos mucho antes de que nosotros lleguemos. Y llama. Sin duda sigue llamando, y lo hace sin cesar. Sólo necesita que nosotros ayudemos a que ese encuentro de amor sea reconocible para el llamado.

El Papa Francisco nos acaba de recordar acerca de la pastoral vocacional: «Esta pastoral es un aspecto que un obispo debe poner en su corazón como absolutamente prioritario, llevándolo a la oración, insistiendo en la selección de los candidatos y preparando equipos de buenos formadores y profesores competentes» (Roma, a los Obispo españoles, 3 de marzo de 2014).

Quizás algunas veces pensemos que este tiempo ya no es propicio para las vocaciones sacerdotales. Sin duda vivimos en una cultura que es refractaria -y a veces incluso contraria- a la cultura vocacional que propone la Iglesia. Pero no podemos sino reconocer también la acción del Espíritu Santo en muchos lugares y realidades llenas de su unción. Vemos que Dios no deja de llamar y muchos jóvenes no dejan de responder -aún siendo niños- a esta misteriosa comunicación de amor que recuerda al diálogo -tan conocido para nosotros- entre Dios y el niño Samuel que encuentra en el anciano sacerdote Elí un maravilloso mediador (cf 1 Sam 2, 18 ss). Sí, el «Dios de nuestros padres» sigue actuando como nos recuerda con palabras tan alentadoras el Santo Padre Francisco en su Exhortación La alegría del Evangelio:

«Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto. En un campo arrasado vuelve a aparecer la vida, tozuda e invencible. Habrá muchas cosas negras, pero el bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza, que resucita transformada a través de las tormentas de la historia. Los valores tienden siempre a reaparecer de nuevas maneras, y de hecho el ser humano ha renacido muchas veces de lo que parecía irreversible. Ésa es la fuerza de la resurrección y cada evangelizador es un instrumento de ese dinamismo» (EG 276).

Esta solicitud por las vocaciones sacerdotales se expresa en varios compromisos:

1º Compromiso con el Seminario

Nuestros trece seminaristas se sienten y son profundamente diocesanos, miembros de esta gran familia que es la diócesis de Cádiz y Ceuta. Están deseando servir a nuestras comunidades y para ello han dejado carrera, familia y amigos. Cristo ha ganado sus corazones y se preparan como los apóstoles para ser enviados con la fuerza del Espíritu Santo. Es necesario que oremos por ellos. Para ello la iniciativa Cadena de oración por las vocaciones sacerdotales busca una cadena de solidaridad orante que sostenga, impulse y llene de fuerza a nuestros seminaristas. Debemos creer que realmente lo más eficaz que podemos hacer por ellos es orar pues así lo pidió y lo vivió Jesús mismo que pidió por la fidelidad de sus apóstoles (cf. Lc 22, 32). Es muy importante también la ayuda económica para poder tener una formación adecuada en orden a los nuevos retos evangelizadores. Esto requiere a veces una inversión importante junto al mantenimiento y arreglo del Seminario, manutención, etc.

2º Compromiso por las vocaciones

Pero el compromiso más importante que debemos hacer y del que todos somos protagonistas y responsables es un planteamiento que suponga empeñarnos, como diócesis, en ser altavoces de Dios en la llamada vocacional y mediadores suyos en crear el clima propicio para que pueda ser acogida con generosidad.

La Iglesia es sobretodo misión, nos recuerda continuamente el papa Francisco. Jesús mira a la gente que anda como ovejas sin pastor y su corazón se conmueve y suspira «La mies es abundante pero los obreros son pocos ¡rogad al Dueño de la mies que mande obreros a su mies!» (Lc 10, 1-9) La experiencia gozosa de la comunión con Dios tiende a extenderse a todo el mundo. Es una Iglesia que se une no para complacerse en sí misma sino para evangelizar. Una Iglesia consciente de que su misión en el mundo es anunciar a Jesucristo como esperanza, alegría y salvación de todos los hombres, y hacerlo presente entre nosotros hoy. Y para ello se organiza a sí misma como comunidad evangelizadora, como grupo de evangelizadores.

Una de las principales figuras en este ámbito es la del presbítero; su misión, es mantener vivo y fiel ese dinamismo evangelizador de toda la comunidad. Su influencia positiva en el surgir de vocaciones es sobre todo «con el ejemplo de su propia vida humilde y laboriosa, llevada con alegría, y el de una caridad mutua y una unión fraternal en el trabajo» (OT 2). Pero también con la sensibilidad para descubrir chicos con aptitudes para incorporarse al seminario, y con la pedagogía necesaria para que vean ese camino vocacional como una fuente de felicidad en el servicio a Dios y a los demás. Eso será posible solamente si hay una relación cercana con los niños y los jóvenes, y una atención personalizada, un cuidado acompañamiento personal, encaminado al crecimiento espiritual y maduración en la fe, con la propuesta de pequeñas metas. El acompañamiento espiritual y los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía desempeñan un papel primordial, que está bien avalado por la experiencia, tanto en las vocaciones de antes como en las de ahora. En nuestro trabajo pastoral, hemos de hacer opciones en la dedicación del tiempo. La atención a las personas y a su desarrollo de fe es prioritaria.

Me parece muy importante el grupo de monaguillos de las parroquias. Hay que cuidarlo donde exista y crearlo allí donde se pueda. Realmente es la mejor cantera para el preseminario y para el mismo seminario. Para ello, hay que dar sentido a la función de los monaguillos en la liturgia, prepararlos bien, formales, inculcarles la sensibilidad hacia lo sagrado, la reverencia y devoción a la Eucaristía, iniciarlos a la oración. Esto les hará ir gustando lo que es la vida del sacerdote.

También, en las parroquias y colegios ayudaría mucho la existencia de un laico, o una persona consagrada, responsable de esta pastoral que se encargase de la oración por las vocaciones sacerdotales con la promoción de la Cadena de Oración, la institución de un día al mes de oración por las vocaciones, por ejemplo, los Jueves Sacerdotales, con un acto eucarístico, etc.

Los educadores cristianos tienen un
gran papel en este campo. Si educar significa «hacer salir», colaborar a que aflore lo que cada cual lleva dentro, es función primordial suya ayudar a que los niños y jóvenes descubran su propia vocación, el proyecto que Dios tiene sobre ellos.

Entre los educadores, los catequistas desempeñan en este aspecto una función especial, porque contribuyen a la maduración y educación en la fe. Y la verdadera fe en Jesucristo supone el plantearse el modo de seguimiento del Señor y la manera concreta de ser miembro vivo y activo de su Iglesia. En los procesos de iniciación y consolidación en la fe, particularmente en las catequesis preparatorias del sacramento de la Confirmación, no debe faltar una catequesis sobre la vocación al sacerdocio, inserta en el conjunto de la vocación cristiana. La Primera Comunión es una ocasión muy buena para descubrir la función del sacerdote en la Iglesia, como ministro del perdón y de la Eucaristía. Un buen catequista sabe captar qué niños tienen una especial sensibilidad y allí puede comenzar a crecer una semilla de vocación.

Los profesores de religión también viven un apostolado, cierto pastoreo. En estos momentos, puede que su contacto con los jóvenes sea incluso mayor que en las catequesis. Su labor es, por tanto, complementaria y necesaria para trasmitir en las aulas la identidad y misión del sacerdote, como algo imprescindible en la Iglesia. Una presentación escolar correcta contribuirá a apreciar la figura del sacerdote, cuando a menudo los medios de comunicación presentan una imagen distorsionada de él.

Todos los profesores cristianos y los colegios católicos están llamados a ejercer un gran servicio a la sociedad y a la Iglesia, en estos momentos en que tan difícil es la tarea educativa. No se puede desistir de una educación en el sentido cristiano de la vida, conscientes de que el Evangelio de Jesucristo, con la impresionante riqueza de valores que contiene, es un verdadero servicio al hombre de nuestro tiempo, de cara a su felicidad y a la transformación de la sociedad. Educar así es entender la vida como vocación y ahí está el suelo natural donde puede germinar la semilla de una vocación sacerdotal o consagrada. Las Congregaciones religiosas que trabajan en este campo pueden hacer una labor de hondo calado, al servicio de la evangelización y también de cara a las vocaciones.

Pero sobretodo el ámbito más importante de la pastoral vocacional sois las familias cristianas. Vosotras sois el ámbito natural donde nacen y crecen los cristianos y por tanto los llamados. Por eso, la familia es célula básica tanto de la sociedad como de la Iglesia. Las vocaciones nacen normalmente, aunque no siempre, en un hogar cristiano. El Papa nos lo acaba de recordar a los obispos españoles en la Visita ad limina: «Una familia evangelizada es un valioso agente de evangelización, especialmente irradiando las maravillas que Dios ha obrado en ella. Además, al ser por su naturaleza ámbito de generosidad, promoverá el nacimiento de vocaciones al seguimiento del Señor en el sacerdocio o la vida consagrada» (Roma 3 de marzo de 2014). En este punto, es preciso hacer una llamada a los matrimonios cristianos y orientarlos debidamente para que estén abiertos con generosidad a recibir el don de la vida, el don de los hijos y, en este punto, abiertos a esta entrega en las manos de Dios.

Queridos hermanos, confío en Dios y confío en vosotros. La urgencia de la salvación de los hombres no nos permite mirar hacia otro lado o permitir ninguna pereza en este ámbito. Un tiempo lleno de gracia nos inunda por doquier y el Espíritu Santo nos llama a ser colaboradores de su obra. Con la conciencia de estar llevando al mundo la alegría del Evangelio seamos apóstoles de las vocaciones.

Con mi afecto y agradecimiento os bendigo y os envío,

+Rafael Zornoza Boy

Obispo de Cádiz y Ceuta

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