Carta pastoral del Obispo de Córdoba con motivo del Día del Seminario 2008 y en el 425 aniversario de la fundación del Seminario Conciliar de San Pelagio. A los sacerdotes, consagrados y fieles de la Diócesis
Queridos hermanos y hermanas:
Con el lema “Si escuchas hoy su voz”, tomado del salmo 95, y sintonizando con el tema elegido por el Papa Benedicto XVI para la XII Asamblea General del Sínodo de los Obispos, “La Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia”, que tendrá lugar en el próximo otoño, vamos a celebrar el domingo 9 de marzo el Día del Seminario. Estas palabras, que la Iglesia entona cada día en el invitatorio del oficio de lecturas, pueden entenderse como una llamada dirigida a todos los que han recibido la vocación sacerdotal, para que sean dóciles a la Palabra de Dios siempre “viva y eficaz” (Hb 4,12).
En el citado invitatorio rezamos también: “No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto”. Este verso del salmo, que según la tradición era recitado por el pueblo de Israel como himno procesional en la fiesta de las Tiendas (cfr. Dt 31,11), invita al creyente a acoger la Palabra de Dios con todo el corazón, sin condicionamientos ni obstáculos, superando la incredulidad del pueblo elegido, que extenuado por la sed en su peregrinar por el desierto, se querelló contra Moisés y murmuró contra él, poniendo en duda la eficacia de la Palabra de Dios: “¿Está Yahvé entre nosotros o no?” (Ex 17,7; cfr. Nm 20,1ss.).
La carta a los Hebreos, que cita las palabras del salmo 95, nos recuerda que la invitación a acoger la Palabra de Dios es permanente y para todos, de modo que “nadie caiga imitando aquella desobediencia” (Hb 4,11). Dios, por lo tanto, sigue llamando. Vocación, en efecto, significa invitación y llamada; por eso se puede decir que la vocación sacerdotal está inserta en el fenómeno general de la Palabra de Dios[1], una Palabra que estimula, que invita indicando un camino a seguir; una Palabra dirigida a un “tú”, que debe acogerla en lo más profundo de su propio ser, estando dispuesto a cambiar el propio estilo de vida, como María, según los planes de Dios: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1,38).
La docilidad a la Palabra de Dios consiste en último término en abrir el corazón para encontrar a Jesucristo escondido en los textos de la Escritura y en los acontecimientos salvíficos de la redención[2]. En la Escritura se adquiere “la ciencia suprema de Jesucristo” (Flp 3,8), que es también la clave para entender la vocación. Nadie puede sentirse llamado por Dios, ni descubrir que es llamado, sin una relación real con la Palabra de Dios por excelencia, con la Palabra que incluye todas las demás palabras de Dios. Por ello, toda opción vocacional acontece en una historia de relación con Jesucristo.
En una visita a los Seminarios de Dallas y St. Paul-Minnesota, en 1984, comentando la llamada de Jesús a los Doce (Mc 3,13-19), el entonces Cardenal Ratzinger afirmó: “Un Seminario sacerdotal significa que también hoy el Señor sube al monte y llama a los que quiere […] El seminario es el monte al que Jesús sube para lanzar su llamada”[3]. Para el Papa, pues, el seminario es un “monte”; es el lugar de la ascensión interior por encima de las ataduras de los afanes cotidianos, un lugar de recogimiento y dedicación al Dios vivo, al mismo tiempo que es el lugar de la oración de Jesús, de donde brota la llamada a los discípulos[4]. Por esta razón, el seminario es el lugar privilegiado para la escucha y la respuesta generosa a la llamada de Dios, ya que es “a la luz y con la fuerza de la Palabra de Dios como puede descubrirse, comprenderse, amarse y seguirse la propia vocación”[5].
1. Contemplar con gratitud el pasado.
Nuestra Diócesis celebra este año el 425 aniversario de la fundación del Seminario Conciliar de San Pelagio. En este marco celebrativo, el lema del Día del Seminario, apuntando a la Palabra de Dios como origen del ministerio ordenado, se convierte en ocasión propicia para agradecer al Señor la providencia del todo especial que, a lo largo de un periodo tan dilatado y fecundo, ha ejercido sobre nuestra Diócesis, permitiendo que no nos hayan faltado nunca los sacerdotes necesarios, ni siquiera en los momentos más difíciles de nuestra historia más reciente[6]. La efemérides que celebramos nos brinda también la ocasión de manifestar la gratitud de la Diócesis a los superiores y profesores que han servido al seminario a lo largo de cuatrocientos veinticinco años de historia, habiendo dejado en este servicio lo mejor de sí mismos.
La formación de los futuros sacerdotes ha sido siempre una de las tareas más cuidadas y queridas por las Diócesis y por los obispos[7], especialmente a partir de la institución de los seminarios sacerdotales por el Concilio de Trento (1545-1563). El precedente histórico más cercano de lo que hoy conocemos como seminario fueron las escuelas clericales de la edad antigua de la Iglesia, en las que bajo la mirada atenta y la tutela del obispo, se formaban los futuros sacerdotes en las disciplinas humanísticas y también en las propiamente teológicas. El origen de estas instituciones formativas se remonta al siglo IV. San Agustín instituye en el año 396 una escuela para la formación de los clérigos en su misma residencia episcopal. En los Concilios de Toledo II (527) y IV (633) ya encontramos normas relativas a la organización de estos centros de formación clerical, que después florecerán en los claustros de las catedrales y que darán origen a las universidades y estudios generales, que supusieron un hito decisivo para las ciencias eclesiásticas y también para la cultura europea[8].
El auge de las universidades y el consecuente declinar de las escuelas clericales tuvo como contrapartida la desaparición de una institución específicamente dedicada a la formación de los futuros sacerdotes. Los Concilios Lateranenses III (1179) y IV (1215) intentaron remediar esta situación con algunas disposiciones específicas, pero los resultados obtenidos fueron escasos. Por este motivo, los grandes promotores de la formación sacerdotal en el siglo XVI, entre los que cabe mencionar a San Ignacio de Loyola y San Juan de Ávila, fundaron, junto a las universidades, colegios para los clérigos estudiantes, en los que se aseguraba la disciplina y la piedad y, al mismo tiempo la formación y el clima de estudio apropiado[9]. Sin embargo, habrá que esperar a la celebración del Concilio de Trento para encontrar una solución definitiva a este grave problema eclesial.
Unos años antes de que este gran Concilio urgiera la creación de los seminarios, el Cardenal Reginaldo Pole, coincidiendo con la restauración católica en Inglaterra por María Tudor, en el Concilio de Londres de 1556, propició la aprobación de un decreto, en cuyo canon 11 encontramos la primera referencia al término seminario, como lugar de formación de los futuros sacerdotes: “en las catedrales debe educarse a un cierto n&uac
ute;mero de iniciados, del cual, como de un semillero, puedan elegirse los que han de ponerse al frente de las iglesias”. El decreto del cardenal Pole será el punto de partida del canon 18 de la sesión XXIII del Concilio de Trento (15 de julio de 1563), en el que se pide a los obispos la creación de los seminarios, añadiendo algunas innovaciones tales como la obligatoriedad de instituirlos en todas las Diócesis, su dedicación exclusiva a la preparación de los futuros sacerdotes y la provisión económica para su mantenimiento. Surge así el seminarium tridentino, uno de los frutos más cuajados del Concilio y que por sí sólo justifica su celebración, independientemente de otras muchas y poderosas razones que hacen de él uno de los concilios más decisivos en la historia de la Iglesia.
En el año 1582 llega a la Diócesis de Córdoba el obispo D. Antonio Mauricio de Pazos y Figueroa, que la regirá hasta 1586. Entre 1582 y 1583 participa en el Concilio Provincial de Toledo, en el que se recuerda a los obispos la obligación de cumplir las disposiciones tridentinas. A su vuelta a Córdoba, decide la creación de un seminario en nuestra Diócesis. Las diligencias se inician el día 9 de agosto de 1583 y concluyen el 12 de septiembre del año siguiente[10], lo cual quiere decir que tan sólo veinte años después de la conclusión del Concilio de Trento, el Seminario de Córdoba comienza su andadura bajo el patrocinio de San Pelagio, justamente en el solar en que actualmente está enclavado, si bien sus dimensiones debieron ser modestas en sus comienzos. El propio fundador redactó sus primeras constituciones.
Diez años después, el obispo D. Francisco de Reinoso (1597-1601) amplió el edificio y reformó su normativa. Los seminaristas cursaban los estudios de filosofía y teología en el Colegio de Santa Catalina de la Compañía de Jesús, mientras la dirección del seminario estaba encomendada a sacerdotes diocesanos.
En el siglo XVII, el seminario de San Pelagio conoce un primer periodo de esplendor, con las ampliaciones del obispo D. Francisco Alarcón (1657-1675) y la creación de las primeras cátedras de filosofía y teología por el Cardenal Salazar (1686-1706), que volvió a reformar las constituciones. En el siglo XVIII, su sobrino, el obispo D. Pedro Salazar y Góngora (1738-1742) siguió tutelando el seminario como sus predecesores. A él le tocó renovar y actualizar las normas del centro, mientras su sucesor D. Miguel Vicente Cebrián (1742-1752) amplia y mejora sus instalaciones. A finales de siglo, el obispo D. Agustín Ayestarán (1796-1805) crea la cátedra de Sagrada Escritura.
En los comienzos del siglo XIX, como consecuencia de la invasión francesa (1808-1814) el seminario permanece cerrado durante varios años, mermando considerablemente el número de seminaristas. Cuando se abre de nuevo en 1813, los alumnos eran solamente 26. Dos décadas después, el obispo D. Juan José Bonel y Orbe (1834-1845) crea las cátedras de cánones y latín, en 1836 y en 1846 respectivamente, completando de este modo el plan de estudios de la carrera eclesiástica. Unos años después el edificio del seminario es ampliado de nuevo por los obispos D. Manuel Joaquín Tarancón y Morón (1853-1857) y D. Juan Alfonso de Alburquerque (1857-1874), que además actualizó sus estatutos. En el pontificado del primero, concretamente a partir de 1853, el seminario de Córdoba gozó de la facultad de conferir el bachillerato en teología y cánones, rango que perdió unas décadas después. Por su parte, Fray Zeferino González y Díaz-Tuñón (1875-1883), obispo de grandes dotes intelectuales, orientó los estudios de filosofía y teología del seminario según los cánones neotomistas entonces florecientes. Al mismo tiempo, fundó un colegio anexo al seminario para los jóvenes aspirantes que carecían de medios económicos. En 1878 instituyó las llamadas preceptorías de latín en distintas parroquias de la Diócesis, con el fin de facilitar el estudio de las humanidades a los candidatos al sacerdocio en sus mismos lugares de origen.
A comienzos del siglo XX, el obispo D. José Pozuelo (1898-1913) encargó a la Compañía de Jesús la atención espiritual del Seminario. En el pontificado de su sucesor, D. Ramón Guillamet (1913-1920), que renovó sus constituciones, las preceptorías de latín adquirieron su máximo desarrollo, quedando suprimidas en 1925. Unos años antes, en 1916, el obispo Guillamet encargó la dirección del seminario a la Hermandad de Sacerdotes Operarios, dejando la docencia y la organización académica en manos del clero diocesano. Los Operarios estuvieron al frente del seminario hasta 1932, año en que el obispo Pérez Muñoz encargó la dirección a los sacerdotes de la Diócesis. Desde 1926 hasta esa fecha rigió el seminario como rector el mártir D. José María Peris Polo, beatificado por Juan Pablo II el día 1 de octubre de 1995.
Con el estallido de la Guerra Civil española (1936-1939) se inicia un periodo muy difícil para el seminario de Córdoba. Disminuyen las vocaciones, muchos seminaristas tienen que marchar a los frentes, y el edificio es transformado primero en cuartel y después en hospital de sangre. Concluida la guerra, en la que muchos sacerdotes de nuestra Diócesis dieron su vida por amor y fidelidad a Jesucristo, la escasez de clero se hace notar. El obispo D. Adolfo Pérez Muñoz (1920-1945) pidió, por ello, a la Compañía de Jesús que le ayudara a restaurar el seminario, aunque el rectorado y la administración siguieron en manos de sacerdotes seculares. Como consecuencia, sin embargo, del nombramiento del rector, D. Francisco Blanco Nájera, como obispo de Orense en 1945, también la dirección del seminario hubo de ser entregada a los Padres Jesuitas, que además se hicieron cargo de la docencia en aquellos difíciles años, prestando un servicio inestimable a nuestra Diócesis, que muchos sacerdotes cordobeses recuerdan todavía hoy con gratitud[11]. Fueron años de un extraordinario florecimiento vocacional, de cuyos frutos todavía nos estamos beneficiando.
Las obras de ampliación y mejora del edificio del seminario que llevó a cabo el obispo Pérez Muñoz en los años de la posguerra fueron continuadas por el obispo Fray Albino González y Menéndez-Raigada (1946-1958). A él se debe la creación en 1957 del Seminario Menor de Santa María de los Ángeles, en el término municipal de Hornachuelos. En el curso 1965-1966, la Compañía de Jesús obtiene autorización del obispo D. Manuel Fernández-Conde (1959-1970) para ocuparse exclusivamente de la atención espiritual del Seminario, quedando la dirección del mismo encomendada nuevamente al clero diocesano. En el año 1971, estando la Diócesis en período de sede vacante, los seminaristas del Seminario Menor de Hornachuelos retornan al edificio de San Pelagio, en la capital, y gran parte de los seminaristas mayores son enviados a Sevilla, para cursar sus estudios en el Centro de Estudios Teol&oacut
e;gicos, fundado por el cardenal José María Bueno Monreal en 1969. Esta situación se mantiene durante todo el pontificado de D. José María Cirarda (1971-1978), que remodeló el antiguo edificio del seminario para dar cabida en él a los seminaristas mayores en el supuesto de que un día volvieran a la Diócesis.
En este edificio reformado, en el año 1981 el obispo D. José Antonio Infantes Florido (1978-1996) inaugura la nueva andadura del Seminario Mayor de San Pelagio en Córdoba[12], y un año después erige el Seminario Menor en el barrio residencial de El Brillante. Fueron éstas dos decisiones de extraordinaria importancia y largo alcance, dos decisiones sabias que honran la memoria del obispo Infantes Florido si nos atenemos a los frutos que de ellas se han derivado para nuestra Diócesis. En esta nueva etapa, el Seminario es afiliado a la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas. En el año 2000, finalmente, y por iniciativa de mi predecesor D. Javier Martínez (1996-2003), el seminario se vincula a la Facultad de Teología “San Dámaso” de Madrid. Un año antes había erigido el Seminario Diocesano Misionero “Redemptoris Mater-Ntra. Sra. de la Fuensanta”, que había iniciado sus tareas en 1998, por lo que en este año cumple sus primeros diez años de existencia. A Mons. Martínez Fernández se debe también la iniciativa de enviar a Roma un número crecido de sacerdotes a ampliar estudios en las universidades y ateneos romanos, contribuyendo así de forma destacada a consolidar y fortalecer el claustro del Centro de Estudios del Seminario Conciliar, que cuenta actualmente con un total de trece doctores y diecisiete licenciados en las diferentes disciplinas de filosofía, Sagrada Escritura, teología, historia de la Iglesia y derecho canónico.
Esta es, a grandes rasgos, la historia de nuestro seminario, deudor de la sabia y autorizada decisión de los Padres del Concilio de Trento. Gracias a ella la Palabra de Dios que llama, acogida por centenares de jóvenes cordobeses a lo largos de estos 425 años, ha producido frutos vacacionales ubérrimos a pesar de las dificultades y de las más variadas vicisitudes. Nosotros somos los herederos de esta hermosa historia. Por ello, contemplar con gratitud nuestro pasado debe ensanchar nuestro corazón para dar gracias a Dios y estimular nuestro compromiso para que la voz de Dios siga encontrando eco en los corazones de los jóvenes cordobeses de hoy.
2. Contemplar con responsabilidad el presente.
Queridos seminaristas de los Seminarios Mayor y Menor de San Pelagio y del Seminario Diocesano Redemptoris Mater: bajo la guía de vuestro obispo y de vuestros superiores y profesores, os corresponde en la hora presente responder con generosidad y prontitud a la Palabra, que en forma de llamada o de vocación un día más o menos cercano resonó en vuestro corazón. Seguid escuchando la voz del Señor en la comunión de la Iglesia, con todos los grandes testigos de esta Palabra que nos han precedido, especialmente aquellos que dieron su vida por ella. Entre ellos se cuentan el Beato José María Peris Polo, ya citado, rector del seminario entre 1926 y 1932[13]; el Beato Antonio María Rodríguez Blanco, ex alumno de San Pelagio y párroco de Santa Catalina de Pozoblanco[14], los ochenta y tres sacerdotes y los seis alumnos de nuestro seminario, mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España, que hemos incluido en la causa diocesana de beatificación que espero abrir en los próximos meses, para que sean como una antorcha que nos ilumine a todos los fieles de la Diócesis y muy especialmente a vosotros, queridos alumnos de nuestros seminarios. Estos son los nombres y las procedencias de los seminaristas: Antonio Artero Moreno, nacido en Pozoblanco; Rafael Cubero Martín, nacido en Carcabuey; los hermanos Antonio y Manuel Montilla Cañete, Francisco Morales Cantos y José Ruiz Montero, todos ellos nacidos en Puente Genil[15]. Su testimonio debe alentaros a acoger cada día la Palabra que habéis recibido, a responder con prontitud y fidelidad a la invitación del Señor a seguirle, siempre en comunión con la Iglesia y con las orientaciones que el Magisterio hoy nos brinda sobre la preparación de los futuros sacerdotes. Si vivís a la escucha del Señor dentro de la gran comunión de la Iglesia, estoy seguro de que Él, por medio de su Espíritu, preparará vuestro corazón para el ministerio que dentro de muy poco os va a encomendar[16].
En los últimos decenios, especialmente a raíz de la promulgación en 1965 del decreto Optatam totius del Concilio Vaticano II y de la publicación de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II en 1992, el Magisterio de la Iglesia nos ha ido señalando, con claridad y profundidad crecientes, el camino de la formación sacerdotal para los seminaristas de nuestro tiempo. Estas orientaciones han sido después precisadas y completadas por la Santa Sede con numerosos documentos, todos ellos de gran riqueza doctrinal, a los que hay que sumar los sucesivos Planes de Formación de la Conferencia Episcopal Española. Como consecuencia, tenemos hoy un itinerario pedagógico claro y preciso, distribuido en etapas progresivas, que atienden a las distintas dimensiones de la maduración y preparación del seminarista en los planos humano, espiritual, intelectual, pastoral y comunitario, que buscan en último término “la formación de verdaderos pastores de almas a ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo, Maestro, Sacerdote y Pastor”[17].
En un encuentro con seminaristas, en el contexto de la XX Jornada Mundial de la Juventud de Colonia en el año 2005, Benedicto XVI se refirió a este itinerario formativo con estas palabras: “El seminario es un tiempo destinado a la formación y al discernimiento. La formación, como bien sabéis, tiene varias dimensiones que convergen en la unidad de la persona: comprende el ámbito humano, espiritual y cultural. Su objetivo más profundo es el de dar a conocer íntimamente a aquel Dios que en Jesucristo nos ha mostrado su rostro. Por esto, es necesario un estudio profundo de la Sagrada Escritura como también de la fe y de la vida de la Iglesia, en la cual la Escritura permanece como palabra viva. Todo esto debe enlazarse con las preguntas de nuestra razón y, por tanto, con el contexto de la vida humana de hoy. Este estudio, a veces, puede parecer pesado, pero constituye una parte insustituible de nuestro encuentro con Cristo y de nuestra llamada a anunciarlo. Todo contribuye a desarrollar una personalidad coherente y equilibrada, capaz de asumir válidamente la misión presbiteral y de llevarla a cabo después responsablemente”[18].
El conocimiento íntimo y sabroso de Dios revelado en Jesucristo es el núcleo de la formación sacerdotal. El seminario no es un centro académico como otros tantos; es una comunidad fraterna donde se aprende a vivir el misterio de Cristo. Es una comunidad educativa en camino, “promovida por el obispo para ofrecer a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce”[19].
En este encuentro y conocimiento sapiencial de Jesucristo ocup
a un papel fundamental el estudio de la teología. En esta tarea no debemos escatimar tiempo ni exigencia. En nuestro caso, gracias a Dios, contamos con un claustro de profesores bien formados y competentes. Aprovechad, queridos seminaristas, esta oportunidad que nuestra Iglesia particular os ofrece. En nuestro contexto cultural secularizado y pluralista, ya ahora, y mucho más cuando seáis sacerdotes, habéis de estar capacitados para dar razón de la esperanza cristiana (cfr. 1 Pe 3,15). Para ello, habéis de adentraros con rigor en la inteligencia de la fe, comprendiendo sus fundamentos filosóficos, así como sus consecuencias morales y pastorales. No descuidéis el deber de estudiar con dedicación y responsabilidad, ya que en los labios del sacerdote se busca la sabiduría (cfr. Mal 2,7). No atraigáis sobre vosotros las duras palabras del profeta Oseas: “Por haber tú desechado la ciencia, yo te desecharé a ti para que no ejerzas mi sacerdocio” (Os 4,6)[20].
El estudio de la teología os capacitará para el ministerio de la predicación. Para desempeñarlo necesitaréis también cultivar la vida interior. En el evangelio de San Marcos leemos que Jesús “instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). En consecuencia, al mismo tiempo que os capacitáis para anunciar a Jesucristo y predicarlo por doquier, habéis de aprender a “estar con el Señor”. “Sólo quienes están «con Él» -os dice el Papa Benedicto XVI- aprenden a conocerlo y pueden anunciarlo de verdad. Y quienes están con Él no pueden retener para sí lo que han encontrado, sino que deben comunicarlo […] La experiencia confirma que cuando los sacerdotes, debido a sus múltiples deberes, dedican cada vez menos tiempo para estar con el Señor, a pesar de su actividad tal vez heroica, acaban por perder la fuerza interior que los sostiene. Su actividad se convierte en un activismo vacío”[21]. Cuánta verdad encierran estas palabras y cómo debéis apreciar el servicio que os presta el seminario, escuela privilegiada en la que se aprende el arte de “estar con el Señor”. Qué importante es aprovechar todos los medios de formación espiritual que el Seminario os ofrece: la eucaristía celebrada y adorada, la liturgia de las horas, la oración personal que no puede sustituirse con nada, la devoción a la Virgen, la confesión sacramental, y especialmente la dirección espiritual, frecuentada con asiduidad y transparencia. Si en el Seminario vivís intensamente esta dimensión trascendental de vuestra formación, ofreceréis garantías seguras al obispo y a la Iglesia de que la viviréis también en la vida ministerial, en la que, si no se cultivan las bases sobrenaturales de la vida sacerdotal todo será agitación estéril. No habrá fecundidad pastoral ni alegría, como tantas veces he repetido en estos años a los sacerdotes[22].
Construyendo vuestra personalidad desde la base firme de un plan de vida revisado con frecuencia y, sobre todo, desde el cimiento de una sólida vida interior, crecerá vuestra caridad pastoral y vuestro celo apostólico. El Papa Benedicto XVI os ha dicho que en el seminario se experimenta “la belleza de la llamada en el momento que podríamos definir de «enamoramiento»”[23]. En los años de formación os preparáis para que vuestra futura vida sacerdotal sea un verdadero officium amoris[24], un verdadero servicio de amor a Jesucristo, a los fieles y a la Iglesia. Como bien sabéis, antes de recibir el encargo de pastorear la grey del Señor como supremo pastor, San Pedro tuvo que sufrir un examen de amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” (Jn 21,15). En el amor célibe, pobre y obediente a Cristo, el sacerdote encuentra las energías necesarias para entregarse a los demás, especialmente a los más pobres y necesitados, amando y desviviéndose singularmente por los pecadores, los enfermos y los alejados. Queridos seminaristas: preparaos para este servicio abnegado. Tened siempre ante los ojos la figura de Jesús, el buen Pastor, que no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos (cfr. Mt 20,28).
Finalmente, junto a la adquisición de las virtudes humanas y de una personalidad madura y equilibrada, vivid la comunión fraterna. Con palabras del Papa Benedicto XVI os recuerdo “que el seminario es la cuna de vuestra vocación y el gimnasio de la primera experiencia de comunión”[25]. Nunca estimaremos bastante la eficacia pastoral que tiene el amor sincero y la verdadera comunión fraterna dentro del presbiterio. Es una gracia anhelada por el Corazón de Cristo y pedida insistentemente en su discurso de despedida: “que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea” (Jn 17,21). La comunión fraterna no se improvisa después de la ordenación. Ha de ser cultivada en los años del seminario, aprendiendo a trabajar en equipo y a superar rechazos, antipatías, susceptibilidades y vanos protagonismos. La fraternidad sacerdotal es además un seguro de vida en la perseverancia y en la fidelidad de los sacerdotes. A la hora de ordenar a los candidatos al sacerdocio, casi siempre intuimos que quedan aspectos de su personalidad, de su vida espiritual y de su preparación pastoral que deberán madurar y crecer a lo largo de la vida sacerdotal. Esto no será posible si el joven sacerdote prescinde de su presbiterio, se cierra a la sana amistad con sus hermanos sacerdotes o desprecia de hecho la formación permanente.
Queridos seminaristas: cuidad con responsabilidad vuestra vocación, para que podáis ser los sacerdotes que la Iglesia y el mundo necesita. Dad gracias a Dios por este don inconmensurable y siempre inmerecido y por el amor de predilección que os ha demostrado el Señor al elegiros como amigos, al llamaros a su intimidad y al enviaros como mensajeros y testigos. Recordad que Cristo llama a los que quiere y no simplemente a los que lo desean. “No existe el derecho al sacerdocio. Esta misión no se puede elegir como si de un oficio o una profesión se tratase. Sólo se puede ser elegido por Él. El sacerdocio no figura en la lista de los derechos humanos. Nadie puede reclamar recibirlo. Jesús llama a los que Él quiere”[26].
3. Contemplar con esperanza el futuro.
Nuestro Seminario Conciliar de San Pelagio cuenta hoy con 37 seminaristas mayores y 38 menores, a los que hay que sumar los 21 seminaristas mayores de nuestro Seminario, también Diocesano, Redemptoris Mater. En la situación de penuria vocacional que asola a las Iglesias europeas en los últimos años, estos jóvenes son un signo de esperanza para nuestra Diócesis. Su respuesta generosa a la vocación sacerdotal es una providencia de Dios, que no se olvida de su pueblo. Sin embargo, la mies es abundante y los trabajadores son todavía pocos. Necesitamos redoblar nuestro esfuerzo y oración para que “el dueño de la mies envíe operarios a su mies” (Mt 9,38), algo que está la alcance de todos, de los sacerdotes y consagrados, de los seminaristas y sus familias, de los fieles laicos y, singularmente, de las monjas y monjes contemplativos, a los que quiero agradecer su oración constante por esta intención, que co
n justicia podemos calificar como mayor.
Me dirijo ahora con especial afecto a los sacerdotes, a los que agradezco cuanto están haciendo en el sector de la pastoral vocacional. Les invito a seguir implicándose en este quehacer principalísimo de nuestra Iglesia en el momento presente, suscitando vocaciones sacerdotales en sus parroquias como signo de amor al Señor, a la Iglesia y a su sacerdocio. Antiguamente, los sacerdotes recién ordenados asumían, casi como un reto personal, la tarea de encontrar un candidato que ocupara el lugar que ellos habían dejado vacío en el seminario. Es un modo precioso de plantear la pastoral vocacional, que pone de manifiesto un amor grande al seminario y a la propia vocación. Con nuestra palabra, alegría y entusiasmo, y sobre todo, con nuestro testimonio evangélico y nuestra entrega, los sacerdotes debemos despertar en los niños y jóvenes el deseo de ser como nosotros. Cultivad también a los grupos de acólitos o monaguillos. Como escribiera el Papa Juan Pablo II, “en la parroquia se ve cada vez más claro que al crecimiento de las vocaciones, a la labor vocacional, contribuyen de manera especial los movimientos y asociaciones. Uno de los movimientos, o más bien de las asociaciones, que es típico de la parroquia, es el de los acólitos, de los que ayudan en las ceremonias. Eso sirve mucho a las futuras vocaciones. Así ha sucedido en el pasado. Muchos sacerdotes fueron antes acólitos. También hoy ayuda”[27].
En segundo lugar, quisiera dirigirme a los responsables de la pastoral juvenil, universitaria y vocacional de nuestra Diócesis. Las actividades que se vienen desarrollando en los últimos años en este sector pastoral han dado ya frutos vocacionales. Me refiero a las peregrinaciones a Guadalupe, a las Jornadas Mundiales de la Juventud, los ejercicios espirituales para jóvenes, el Adoremus, etc. Seguid por este camino. Mostrad a los jóvenes todo el atractivo del misterio de Cristo y de una vida comprometida en su seguimiento, sin disimulos, rebajas ni sucedáneos. Una buena pastoral juvenil, que cultiva las raíces de la vida cristiana y pone a los jóvenes en camino de conversión y compromiso evangélico, de formación cristiana, de oración y amistad con el Señor, una pastoral juvenil que inicia a los jóvenes en la experiencia de la fraternidad y que inculca el amor a la Iglesia es siempre una excelente pastoral vocacional.
Me dirijo también a las familias, a los catequistas, profesores y educadores cristianos. A vosotros os corresponde cuidar las primeras semillas de la vocación. Nuestro Seminario Menor de San Pelagio es un testimonio precioso de lo que significa acoger y acompañar la vocación desde la infancia. Un porcentaje razonablemente alto de los niños que ingresan cada año en el Seminario Menor continúa sus estudios de teología en el Seminario Mayor y acaba abrazando el ministerio sacerdotal, ofreciendo a Dios con alegría su adolescencia y juventud. Como es natural, a esta edad la vocación sacerdotal no es todavía algo claro y evidente; tendrá que ir madurando con el tiempo en un ambiente propicio para ello como es el seminario. Pero es obvio –y de ello podrían dar testimonio muchos sacerdotes y también vuestro obispo- que en muchos casos la vocación sentida en la infancia es verdadera. Qué necesario es, por tanto, crear una conciencia vocacional en la familia de los seminaristas, de modo que los padres sean los primeros en acompañar y cuidar la vocación de sus hijos. La pastoral de las vocaciones ha de ser fomentada también en el colegio, en la catequesis, en las clases de religión, en los grupos de niños y jóvenes de Acción Católica, en los grupos infantiles y juveniles parroquiales y de religiosos, en la pastoral familiar y en las actividades formativas de las Hermandades y Cofradías. Desde todas esas instancias se debe hablar de la belleza de la vocación sacerdotal. Se debe también alentar a los niños que participan mensualmente en el Preseminario o en las colonias vocacionales, acompañándoles en el camino de su vida cristiana y cuando, como por desgracia suele acontecer, son objeto de burlas y de juicios negativos al manifestar su deseo de ser sacerdotes.
Quiero destacar también la importancia del quehacer de los religiosos y consagrados en la promoción de las vocaciones sacerdotales. Las palabras de Benedicto XVI que he citado al comienzo de esta carta tienen en vosotros a su principal destinatario. La elección de los apóstoles tiene lugar cuando, al clarear el día, el Señor baja del monte, después de una noche entera en oración. La elección se fragua en la familiaridad con el Padre. Los apóstoles, en efecto, son engendrados en la oración; son fruto de la oración. Por ello, dada la íntima conexión entre la vocación apostólica y la oración, es necesario que en vuestra plegaria, en vuestras penitencias y mortificaciones, en vuestra entrega a los más necesitados y en vuestra vida escondida con Cristo en Dios, tengáis muy presente la intención de las vocaciones y colaboréis como mediadores, si está en vuestras manos, interpelando, estimulando o animando a los niños y jóvenes que apuntan indicios claros de vocación.
4. La importancia decisiva de la oración por las vocaciones.
Soy consciente de que la oración es el “alma” de toda pastoral vocacional. Por ello, encarezco a todos los miembros de nuestra Iglesia diocesana que pongan en el centro de su plegaria diaria esta intención. En una circular enviada por el Prefecto de la Congregación para el Clero, Cardenal Claudio Hummes, a todos los obispos del mundo el pasado mes de diciembre, se nos pedía que teniendo en cuenta “la especificidad y la insustituibilidad del ministerio ordenado en la vida de la Iglesia” suscitemos en nuestras iglesias particulares “un movimiento de oración, que ponga en el centro la adoración eucarística… de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente, una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, ruego y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están ontológicamente conformados con el único Sumo y Eterno Sacerdote”. Se nos pide, pues, a los obispos que promovamos “verdaderos cenáculos” en los que debe estar además muy presente María, la madre del Sumo y Eterno Sacerdote, y madre también, por un título especial, de todos aquellos que participamos del único sacerdocio de su Hijo.
Teniendo en cuenta estas recomendaciones de la Santa Sede, ruego a los miembros de la vida contemplativa de la Diócesis, a los consagrados, a los sacerdotes y a los laicos que en la celebración o participación en la Eucaristía, y en el culto eucarístico fuera de la Misa, es decir en la exposición y adoración del Santísimo, pongan en primer plano esta intención: la santificación y fidelidad de los sacerdotes, pidiendo también al Señor que nos conceda muchas, santas y generosas vocaciones, que nos permitan mirar con esperanza el futuro de nuestra Dió
;cesis e, incluso, ayudar a otras iglesias, cercanas o lejanas, más necesitadas. Dios quiera que esta sugerencia de la Congregación para el Clero, que hago mía, y que confío también a la Adoración Nocturna masculina y femenina, a los Jueves Eucarísticos y al Adoremus, tenga como fruto en nuestra Diócesis el incremento de las vocaciones sacerdotales, tan necesarias para todos.
5. Una palabra a los jóvenes.
No quisiera terminar esta carta pastoral sin dirigir una palabra personal, llena de afecto y amistad, a todos y cada uno de los jóvenes de nuestra Diócesis, especialmente a los que están vinculados a la Delegación Diocesana de Juventud, al Secretariado de Pastoral Universitaria, a los Jóvenes de Acción Católica, a los grupos juveniles parroquiales, y a los grupos de jóvenes ligados a los movimientos y obras apostólicas de los religiosos. Queridos jóvenes: es posible que más de uno de vosotros haya escuchado en alguna ocasión la llamada de Dios a seguirle en el sacerdocio ministerial. Es posible también que sintáis miedo a responder a esta llamada exigente, que compromete la vida entera para siempre. Me hago cargo de vuestras perplejidades y de vuestros miedos ante una opción que exige una opción irrevocable por el Señor. Con palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II, al que tanto habéis querido, yo os repito también: “¡No tengáis miedo!”. Alejad de vosotros la cobardía y la pusilanimidad. Os recuerdo también las palabras que os dirigió el Papa Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia en agosto de 2005: “Abrid vuestro corazón a Dios, dejaos sorprender por Cristo. Dadle el derecho a hablaros. Abrid las puertas de vuestra libertad a su amor misericordioso. Presentad vuestras alegrías y vuestras penas a Cristo, dejando que Él ilumine con su luz vuestra mente y acaricie con su gracia vuestro corazón”.
Responded con valentía y secundad la acción de Dios, si en algún momento de vuestra vida sentís que el Señor os invita a seguirle. Tened por cierto que en su cercanía y en la entrega de vuestra vida a Jesucristo por la salvación del mundo encontraréis la felicidad a la que aspiran vuestros corazones juveniles, deseosos de plenitud y de vida. Como os dijera el Papa Juan Pablo II en el encuentro inolvidable que tuvo con vosotros el 3 de mayo de 2003 en Cuatro Vientos, “merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!"[28]. Otro tanto podrían deciros miles y miles de sacerdotes y consagrados. Para ayudaros en vuestro posible camino vocacional, el Seminario Mayor ha creado un Preseminario especial para jóvenes, que viene funcionando laudablemente desde principio de curso un fin de semana al mes, con un retiro, convivencia con los seminaristas y momentos de oración y formación.
6. Hagamos con esmero la campaña y la colecta.
Quiero decir también una palabra sobre la campaña del Día del Seminario, que este año celebraremos el domingo 9 de marzo y en la que todos debemos implicarnos con sentido de responsabilidad. Es deseable que en los días previos, en las catequesis parroquiales y en las clases de religión se dedique algún espacio de tiempo a hablar del seminario y de la hermosura de la vocación sacerdotal. Otro tanto deben hacer los sacerdotes en la homilía de dicho domingo, para lo que bien pudieran servir las ideas fundamentales de esta sencilla carta pastoral. Consciente de que al obispo corresponde "ocuparse de promover y alentar iniciativas de carácter económico para la sustentación y la ayuda a los jóvenes candidatos al presbiterado"[29] ruego humildemente a todos que hagan con especial interés la colecta en favor del seminario. Sé que no es éste el aspecto más decisivo de esta campaña, pero no deja de ser importante. El seminario necesita medios económicos para asegurar la mejor formación de los seminaristas, sin lujos que yo mismo no deseo, y sí con la sencillez y austeridad con que deberán vivir cuando sean sacerdotes. Se trata, pues, de una causa nobilísima que tiene por objeto nada menos que garantizar al Pueblo de Dios pastores según su corazón, para que continúen en el mundo su misión salvadora. Con nuestras aportaciones económicas y, sobre todo, con nuestra oración, nuestro afecto y simpatía por el seminario nos hacemos corresponsables de la fecundidad apostólica y eclesial de esta institución vital en la vida de nuestra Diócesis.
Termino ya reiterando que la pastoral vocacional no es una tarea de “solistas”, sino una obra “sinfónica” o “coral”, en la que todos estamos implicados[30]. Los sacerdotes son un bien necesario para todo el Pueblo de Dios. Por ello, todos debemos comprometernos en su promoción y buena formación. Pongamos esta intención en las manos de María. Confiemos también a su intercesión, a la San Pelagio mártir, titular del Seminario, y a la de todos los mártires y santos cordobeses, los frutos espirituales del 425 aniversario de nuestro Seminario Conciliar de San Pelagio que estamos celebrando y que coincide además con el XXV Aniversario de nuestro actual Seminario Menor y con el X Aniversario del Seminario Redemptoris Mater. Que la Madre del Sumo y Eterno Sacerdote ayude a nuestros seminaristas a configurarse con su Hijo y les enseñe a pronunciar como ella un fiat confiado y generoso al escuchar su voz.
Para todos, y muy especialmente para los propios seminaristas, sus formadores y profesores, mi saludo fraterno y mi bendición.
Córdoba, 11 de febrero de 2008
CL aniversario de las apariciones de Lourdes
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Obispo de Córdoba
[1] Cfr. C. M. MARTINI, La vocación en la Biblia, Sígueme, Salamanca 2002, 19-23.
[2] En este sentido, afirmaba San Jerónimo que “desconocer la Escritura es desconocer a Cristo”: Com. in Is., Prol.: PL 24,17. Cfr. CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática “Dei Verbum”, n. 25.
[3] J. RATZINGER, Servidor de vuestra alegría. Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Herder, Barcelona 52005, 78.
[4] “La elección de los discípulos es un acontecimiento de oración; ellos son, por así decirlo, engendrados en la oración, en la familiaridad con el Padre. Así, la llamada de los Doce tiene, muy por encima de cualquier otro aspecto funcional, un profundo sentido teológico: su elección nace del diálogo del Hijo con el Padre y está anclada en él”: J. RATZINGER-BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Primera parte: desde el Bautismo a la Transfiguración, La esfera de los libros, Madrid 2007, 208.
[5] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”, n. 47.
[6] Cfr. J. J. ASENJO PELEGRINA, Carta Pastoral “En el comienzo del curso pastoral 2007-2008” (8-9-2007), n. 16; ID., Carta Pastoral “Un nuevo año de gracia y de conmemoraciones diocesanas” (8-1-2008).
[7] “La Iglesia […] por ninguna otra cosa quizá, en el transcurso de los siglos, ha mostrado tan tierna solicitud y maternal desvelo como por la formación de sus sacerdotes”: PÍO XI, Encí
;clica “Ad catholici sacerdotii”, n. 67.
[8] Cfr. M. FERNÁNDEZ-CONDE, España y los Seminarios Tridentinos, CSIC, Madrid 1948; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, La formación clerical en los Colegios Universitarios españoles (1371-1563), Ed. Eset, Vitoria 1961; ID., Los seminarios españoles. Historia y pedagogía, Sígueme, Salamanca 1964; L. SALA BALUST, “La formación clerical. Bosquejo histórico”: Seminarios 10 (1964) 22-30; J. SAN JOSÉ PRISCO, La dimensión humana de la formación sacerdotal. Aproximación histórica, aspectos canónicos y estrategias formativas, Publicaciones Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca 2002, 23-35.
[9] Por su proximidad a nosotros, debemos destacar el celo infatigable de San Juan de Ávila (1500-1569) por la formación sacerdotal. En sus Memoriales dirigidos al Concilio de Trento el patrono del clero secular español afirma con contundencia: “Si la Iglesia quiere buenos ministros, ha de proveer que haya educación de ellos; porque esperarlos de otra manera es gran necedad”: Memorial primero al Concilio de Trento (1551), en: Escritos Sacerdotales, BAC, Madrid 1969, 42.
[10] Cfr. Cfr. M. RODRÍGUEZ SÁNCHEZ, El Seminario de Córdoba. Su fundación e historia. Discurso leído en la solemne apertura del curso académico 1900-1901, Imprenta del Diario de Córdoba, Córdoba 1902; M. FERNÁNDEZ-CONDE, Carta Pastoral sobre el “Día del Seminario”: Boletín Oficial del Obispado de Córdoba 2 (1960) 76-79. M. NIETO CUMPLIDO, Catálogo del Archivo del Seminario San Pelagio de Córdoba, Instituto de Estudios Andaluces-Facultad de Filosofía y Letras, Córdoba 1977.
[11] Cfr. J. FERNÁNDEZ CUENCA, El Seminario de San Pelagio después de nuestra guerra de cruzada. Discurso inaugural del curso 1955-1956 (ciclostilado); M. MORENO VALERO, “Los jesuitas en el Seminario diocesano de Córdoba”: Boletín de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes 151 (2006) 199-216.
[12] Cfr. J. A. INFANTES FLORIDO, “El Seminario y los cordobeses”: Boletín Oficial del Obispado de Córdoba 1 (1981) 7-10.
[13] Fue martirizado en Almazora (Castellón) el 15 de agosto de 1936 y beatificado por Juan Pablo II el 1 de octubre de 1995.
[14] Nacido en Pedroche, sufrió el martirio en Pozoblanco el 16 de agosto de 1936. Fue beatificado en Roma el 28 de octubre de 2007.
[15] El primero fue martirizado en Valencia el 15 de septiembre de 1936; el segundo en Cañete de las Torres el 20 de agosto del mismo año, y los otros cuatro en su pueblo natal, Puente Genil: los hermanos Montilla el 24 de julio, Francisco Morales el 25, y José Ruiz Montero el 23 de julio de 1936.
[16] Cfr. BENEDICTO XVI, Visita al Seminario Romano Mayor con ocasión de la Fiesta de la Virgen de la Confianza (17.2.2007).
[17] CONCILIO VATICANO II, Decreto “Optatam totius”, n. 4; JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”, n. 57; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La formación para el ministerio presbiteral, n. 16.
[18] BENEDICTO XVI, Viaje apostólico a Colonia con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud. Encuentro con los seminaristas (19.8.2005).
[19] JUAN PABLO II, Exhortación apostólica “Pastores dabo vobis”, n. 60.
[20] Cfr. PÍO XI, Encíclica “Ad catholici sacerdotii”, n. 62.
[21] BENEDICTO XVI, Viaje apostólico a Munich, Altötting y Ratisbona. Vísperas marianas con religiosos y seminaristas (11.10.2006).
[22] J. J. ASENJO PELEGRINA, Carta a los sacerdotes (25.1.2004).
[23] BENEDICTO XVI, Viaje apostólico a Colonia con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud. Encuentro con los seminaristas (19.8.2005).
[24] Cfr. S. AGUSTÍN, In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678; JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica “Pastores dabo vobis”, n. 23.
[25] BENEDICTO XVI, Viaje apostólico a Brasil con ocasión de la V Conferencia General del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Discurso al final del rezo del Santo Rosario en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (12.5.2007), n. 4; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 32.
[26] J. RATZINGER, Servidor de vuestra alegría, cit., 80.
[27] JUAN PABLO II, Catequesis sobre el presbiterado y los presbíteros, Palabra, Madrid 1993, 117.
[28] Cfr. Seréis mis testigos. V Visita apostólica de Juan Pablo II a España, Madrid, 3-4 de mayo 2003, Edice, Madrid 2003, p. 91.
[29] JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica “Pastores gregis”, n. 48.
[30] Cfr. la tercera parte del extenso documento: OBRA PONTIFICIA PARA LAS VOCACIONES ECLESIÁSTICAS, Nuevas vocaciones para una nueva Europa. Documento final del Congreso Europeo sobre las Vocaciones al Sacerdocio y a la Vida Consagrada en Europa (5-7.5.1997).