Nada más urgente que anunciar a Jesucristo

Estamos iniciando un nuevo curso. El Papa Francisco nos ha pedido una transformación misionera de la Iglesia, de modo que todo se ponga al servicio de la evangelización (cf. Evangelii Gaudium, 27). San Pablo VI dijo que “la iglesia existe para evangelizar” (Evangelii Nuntiandi, 14), pues el Señor Jesús nos envió a proclamar el Evangelio a toda la creación (cf. Mc 16, 15). Por esto quisiéramos ser una Iglesia viva que sale a anunciar el Evangelio. No existe para la Iglesia tarea más importante ni más urgente que anunciar la Buena Noticia de Jesús. Este ha de ser también el criterio para discernir lo que es importante en la vida de las parroquias o de una comunidad cristiana. Cualquier acción de la Iglesia debe someterse a esta pregunta: ¿sirve para evangelizar? ¿ayuda a acercar a los hombres (los jóvenes, los niños, los matrimonios, etc.) a Cristo? Así lo recuerda el Papa Francisco cuando pide que nuestras comunidades sean más misioneras y “que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad” (Evangelii Gaudium n. 27). Hay muchas cosas buenas que ocupan la vida de la Iglesia, pero no hay nada más urgente que anunciar a Jesucristo. Dice San Pablo que la fe depende del anuncio (cf. Rom 10, 17). A través de nuestra palabra se puede producir la conversión del corazón, que hace posible el encuentro entre el hombre y Dios.
En este sentido tiene una particular importancia acompañar a las personas, a las familias, a los grupos, a las comunidades cristianas, a los ámbitos pastorales, a las instituciones, a las hermandades. Pensar en cómo podemos acercarnos a tantas personas cercanas o lejanas, que tienen sus dificultades, dudas, luchas, preocupaciones, nos hace ser fraternos y evangelizar atendiendo las necesidades de los demás, de cuantos viven la fe o se han alejado de ella, a los que viven en la indiferencia y también a los que, aun estando integrados en la Iglesia, viven rutinariamente o sin experiencia de la cercanía de Dios. Todo esto comporta una mentalidad, una forma de estar y hacerse presente, donde lo prioritario es amar y acompañar al prójimo con la caridad de Cristo. En primer lugar, hemos de ser testigos de Cristo –a quien estamos unidos por una relación personal íntima y cordial—, que nos lleva al olvido de nosotros mismos para hacer su voluntad por amor. De este modo ponemos también al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido, sabiendo que todos formamos parte de una misma familia.
La verdadera fe se manifiesta en gestos de amor, de caridad, de cercanía a los necesitados, con la certeza de que el otro es un hermano, un hijo del mismo Padre. La fe suscita el amor, que nos da la fuerza para seguir viviendo y actuando y consigue desplazar la mirada narcisista de nosotros mismos para comenzar a pensar en los demás. Con esta actitud se fortalece también el tejido visible de nuestra Iglesia. Hemos de anunciar a Cristo, sin duda. Lo haremos pregonando la Palabra de Cristo, la fe de la Iglesia, siempre en nombre de la Iglesia, proponiendo la Verdad que es Cristo mismo, su Palabra, su modo de vivir, y, en definitiva, su Amor contagioso y benévolo que transforma los corazones. Urgidos por la caridad de Cristo hemos de salir al encuentro de los necesitados y los heridos de la vida, a cuantos sufren por tan variadas contrariedades, a los que se quedan al borde del camino.
 «Que cada cual ponga al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 P 4, 10), dice San Pedro. Pues bien, que el Señor nos guíe y fortalezca para ser fieles a la apasionante misión que ha puesto en nuestras manos, permaneciendo firmes en la fe y consolidados en la esperanza que nos lleva a confiar más en Dios superando las pruebas.
+ Rafael Zornoza 

Contenido relacionado

Enlaces de interés