Mi Mensaje para la Jornada Mundial de Manos Unidas

La Jornada de Manos Unidas que celebramos el 13 de febrero vuelve este año con su Campaña contra el Hambre en el mundo con un lema que invita a la reflexión: “Nuestra indiferencia los condena al olvido”. Nos recuerda que, en efecto, los países más ricos, con su indiferencia, llevan a los países más empobrecidos a una situación límite. Esto produce una profunda desigualdad entre los países del Norte y los del Sur. Si nos fijamos, cuando se habla de la pandemia que estamos sufriendo parece que siempre se hace con la mirada puesta en Europa, en Estados Unidos o en China, pero nada se dice de los países africanos menos desarrollados, casi como si no existiesen.

Manos Unidas, la ONG católica para el desarrollo integral de los pueblos más pobres, es una organización no gubernamental compuesta por voluntarios, que promueve la Campaña contra el Hambre en el mundo cada año y nos presenta los aspectos más sensibles de esta realidad. Ellos trabajan durante todo el año, pero en estos días llegan hasta nosotros para movernos a la caridad cristiana. Nació en el año 1959 a propuesta de las mujeres de Acción Católica con una meta muy concreta: acabar con el hambre en el mundo. Desde entonces vienen luchando contra la alimentación deficitaria de medio planeta, contra la enfermedad, contra la falta de educación y cultura, y contra el subdesarrollo y las causas que lo promueven.

Son muchos, sin embargo, los países que, por desgracia, aún siguen padeciendo el hambre. La desigualdad entre los países ricos y los países pobres es capaz de socavar los niveles más básicos de la vida de los más vulnerables y, sobre todo, es capaz de matar de hambre, de ignorancia y de desesperación.

¿Qué hacer ante esta realidad tan injusta y cruel? Manos Unidas nos invita a orar, en primer lugar, para descubrir la hondura de la dignidad de cada persona desde la mirada de Dios a cada uno, y descubrir así el plan de Dios, que quiere el desarrollo de los pueblos. La oración nos hace reconocer mejor la gravedad de las injusticias cometidas contra las personas y los pueblos y suplicar su ayuda ante los retos que nos superan. El clamor de los pobres llega a Dios, y es Dios quien nos mueve a hacer justicia con los pobres de la tierra.

Manos Unidas nos invita al ayuno voluntario para ayudar a otros, que consiste en privarnos de tantas cosas que nos sobran, e incluso de algunas necesarias para compartirlas por amor con quienes no tienen ni siquiera lo necesario para vivir. En nuestra sociedad de consumo, de la abundancia, del derroche, mirar a nuestros hermanos de países en desarrollo aviva nuestra conciencia y nos saca de la indiferencia; nos estimula, además, a enfrentarnos con audacia y honestidad al ambiente actual de indiferencia ante la desigualdad, y a dejarnos conmover por este mal, algo que, por otra parte, es evitable, y reaccionar comprometiéndonos con acciones concretas y colaboraciones prácticas, como son sus campañas anuales que tanto han conseguido en todos estos años. No es posible quedar indiferentes por tanta injusticia y no buscar el bien común, la justicia social y el destino universal de los bienes. Ciertamente es posible construir un futuro común con responsabilidad, escuchando a los descartados y luchando por la igualdad de oportunidades, de derechos, de acceso a las condiciones de una vida digna.

Manos Unidas trabaja en 60 países financiando proyectos agrícolas, sanitarios, educativos, de promoción de la mujer. También atiende y hace llegar su ayuda a situaciones de emergencia como tsunamis, terremotos, etc. y ha llegado a ser una institución asentada, con una personalidad muy definida tanto ante la Iglesia como ante la sociedad, con proyectos de desarrollo en los países necesitados y campañas de sensibilización como la que ahora se nos presenta.

La Delegación de Manos Unidas de nuestra Diócesis está compuesta por un grupo de voluntarios que trabajan de forma altruista por amor a Jesucristo y a los pobres, para dar a conocer y denunciar la existencia del hambre, de la pobreza, sus causas y sus posibles soluciones. A todos ellos mi agradecimiento por su esfuerzo y entrega desinteresada. Nos hacen un gran servicio recordándonos las necesidades de los pobres, moviéndonos a la conversión y a la solidaridad cristiana, despertando las conciencias del letargo del individualismo y de la indiferencia para salir al encuentro de nuestros hermanos necesitados.

Seamos generosos en esta Campaña de Manos Unidas que nos recuerda que “Nuestra indiferencia los condena al olvido”. Cuando uno tiene lo necesario o vive en la abundancia se olvida de quien no tiene.

Una sociedad como la nuestra nos induce al individualismo, nos encierra en nosotros mismos, nos hace indiferentes ante las necesidades ajenas. Recordemos las oportunas palabras del Papa Francisco con motivo de la primera Jornada Mundial de los Pobres: “La omisión es también el mayor pecado contra los pobres. Aquí adopta un nombre preciso: indiferencia”.

+ Rafael
Obispo de Cádiz y Ceuta

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