Mensaje por la jornada mundial de oración por las vocaciones

«Pedid al Señor de la mies que mande obreros» a su Iglesia (cf. Mt 9, 38) porque «la mies es mucha, pero los operarios son pocos» (ib. 9, 37), dijo el Señor que «al ver a las gentes se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor». Eso mismo nos sucede hoy en relación a las grandes necesidades de la evangelización y la necesidad de atención que cada uno necesita. Son pocos en relación a las exigencias del mundo moderno, a sus necesidades que requieren maestros y padres comprensivos, abiertos y actuales; pocos también en relación a los alejados, indiferentes u hostiles, pero que piden en el sacerdote un modelo vivo de vida evangélica, un padre que lleva a Dios. Sin duda faltan sacerdotes para catequizar y consolar a los demás. Este domingo de Pascua llamado del Buen Pastor en la liturgia por su evangelio oramos por las vocaciones bajo el lema “Llamados a edificar la familia humana”.

Orar para que aumenten las vocaciones sacerdotales, ha de ser un compromiso para toda la Iglesia –familias, comunidades religiosas, parroquias— sabiendo que nuestros ruegos coinciden con los deseos del mismo Cristo. La propuesta que Jesús hace a quienes dice «¡Sígueme!» es ardua, pero entusiasmante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña a entregarse a Dios y a la difusión de su Reino. Los invita a salir del proprio interés cerrado en sí mismo, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios, y dejarse guiar por ella; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios (cf. Mt 12, 49-50), y que llega a ser el rasgo distintivo de la comunidad de Jesús: «La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros» (Jn 13, 35).

El origen de la vocación está en el Espíritu Santo, que mueve al joven a decir sí a Dios. Pero la llamada a una vida de especial consagración o al sacerdocio implica siempre una disponibilidad, una confianza que deja a un lado la tranquilidad de una vida acomodada para salir al encuentro del otro. Si miramos a Jesús Resucitado, el Buen Pastor, que camina junto a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-15), crece nuestra confianza con la alegría del Evangelio que ha superado todas sus dudas. ¿Qué hace Jesús? Camina con ellos y, lentamente, comienza a trasformar su desánimo, hace que arda su corazón y les abre sus ojos, anunciándoles la Palabra y partiendo el Pan. Ciertamente siempre pensamos no estar a la altura de la vida y misión a la que el Señor nos invita, pero, abandonados a su gracia, siendo dóciles a su llamada, no hay lugar para el temor. Con generosidad se puede responder a la llamada: “Aquí estoy, envíame”.

El Papa Francisco ha recordado, refiriéndose a la sinodalidad, que «brillamos, cada uno, como una estrella en el corazón de Dios y en el firmamento del universo, pero estamos llamados a formar constelaciones que orienten y aclaren el camino de la humanidad, comenzando por el ambiente en el que vivimos”. Las vocaciones que Dios concede son para actuar según el Espíritu al servicio de toda la Iglesia, sin competencia entre ellas, sino con complementariedad. Todos tenemos mucho que aportar a los demás, todos colaboramos en la marcha de la misma familia aportando lo mejor de nosotros mismos.

Digamos al Señor: Así como Tu llamaste a los primeros discípulos para hacerles pescadores de hombres, haz que Tu invitación continúe resonando. Da a los jóvenes, hombres y mujeres, la gracia de responder prontamente a la llamada. Concede perseverancia a nuestros seminaristas y a todos aquellos que llevan hacia adelante los ideales de una vida totalmente consagrada a Tu servicio. Despierta en nuestra comunidad un entusiasmo misionero. Señor, envía trabajadores a tu cosecha y no permitas que nadie se pierda por falta de pastores, misioneros y dedicados a anunciarte a Ti y Tu Evangelio.

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