Mensaje del obispo de Cádiz-Ceuta, Mons. Rafael Zornoza.
El encuentro “Mediterráneo frontera de paz” tiene lugar en Florencia los días 24 al 27 de febrero, y está organizado por la Conferencia Episcopal Italiana. La elección de Florencia como sede del Encuentro no es casual, sino que está llena de significado: Florencia siempre ha desempeñado un papel importante en el tema de la paz, el Mediterráneo y el ecumenismo. Florencia también es la ciudad de Giorgio La Pira, el Alcalde santo, destacando así la inspiración del Encuentro en el pensamiento y el testimonio de quien, a finales de los años 50 y 60, fue alcalde de esta ciudad. Se ha elegido el convento de Santa María Novella como sede de los trabajos dado que fue el primer asentamiento de los dominicos, así como el escenario del Concilio de Florencia. Esta reunión da continuidad a la que se celebró en 2020 en Bari, justo antes de la pandemia, y cuenta con la presencia de un grupo de obispos y alcaldes del Mediterráneo, además del presidente italiano Sergio Mattarella.
El Cardenal Gualtiero Bassetti, Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), que lo convoca y preside, ha señalado que “también hoy existe un bien común del Mediterráneo, cuya construcción es un elemento esencial para toda la familia humana. Los Obispos y los Alcaldes elaborarán juntos propuestas de vida y serenidad espiritual para todos«. “En el horizonte del Camino Sinodal, esta Reunión de obispos, cuyo tema es `Ciudades y ciudadanía mediterráneas´, intensifica el encuentro y la comunión entre las Iglesias hermanas, y quiere traducir la idea de comunión que nos dio el Concilio Vaticano II para activar la participación de los bautizados en el discernimiento y la puesta en práctica de soluciones a los problemas actuales”.
No es propiamente un sínodo, pero explicita la comunión de la Iglesia capaz de caminar dialogando y buscando respuestas a los grandes retos de paz y convivencia del mundo a la luz de la fe. Somos alrededor de 60 delegados de 20 países ribereños del Mediterráneo (como España, Líbano, Francia o Israel) con el propósito de elaborar en común, en una sesión conjunta con un nutrido número de alcaldes de las mayores ciudades, una Carta de Intenciones que se entregará al Papa Francisco.
El Papa Francisco clausuraba el evento, igual que lo hizo en Bari. Lamentablemente un problema de salud le impide el viaje. Quiero recordar sus palabras allí, en la primera reunión, cuando pidió a los presentes que “nunca que quien busca la esperanza cruzando el mar muera sin recibir ayuda, o que quien viene de lejos sea víctima de explotación sexual, sea explotado o reclutado por las mafias”.
En el mar Mediterráneo se vive una vecindad que es frecuentemente conflictiva, aunque ha creado una especie de ciudadanía entre pueblos vecinos con culturas distintas y variadas identidades religiosas que presentan retos innumerables y exigen una armonía capaz de generar la fraternidad entre los pueblos. Los cristianos presentes en ellos estamos llamados a profundizar en nuestros deberes y derechos con responsabilidad. Así se comprende esta ambiciosa iniciativa. Si en el primer encuentro se pusieron las bases de una conciencia eclesial mediterránea, hay que avanzar ahora hasta acordar propuestas realizables y compromisos concretos prácticos. Consecuentemente, en todo momento está presente la oración, meditación y súplica, con el deseo de encontrar en los diálogos y trabajos sugerencias que puedan llegar a configurar una Carta Común. De hecho, ya han sido preparados un cierto numero de jóvenes universitarios para llevar a cabo un proyecto de Cáritas, y se está pensando en un Consejo de jóvenes del Mediterráneo. Pero hace falta mucho más para responder a tantos problemas de convivencia, de emigración y de paz como los que habitualmente se presentan. Está presente en todo momento el rostro de la caridad cristiana, las experiencias de ecumenismo y diálogo interreligioso, las vidas de los santos, la relación entre arte y fe. “Solo tejiendo relaciones fraternales es posible promover el proceso de integración«. Esperemos que, con la ayuda de Dios, las orillas del Mediterráneo vuelvan a ser un símbolo de unidad y no una frontera.