Nos acercamos a la celebración del Corpus Christi, la fiesta que conmemora la institución de la Santa Eucaristía el Jueves Santo, con el fin de tributarle al Señor, realmente presente en el pan y el vino, un culto solemne de adoración, amor y gratitud. Es la acción de gracias que brota al experimentarnos saciados con su presencia entre nosotros. Él responde al hambre de toda persona, peregrina en esta tierra hacia su patria, el Cielo, que es la plena comunión con el Amor de los Amores. No hablamos, por tanto, de saciarnos con lo material, ni siquiera con los afectos humanos, o las convicciones que ofrecen unas u otras ideologías. Es ese hambre expresada en los discípulos de Emaús, con los que repetimos: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» (Lc 24, 29). Es un hambre que sólo puede saciar Dios, a la que sólo responde Cristo, el único que puede llenar el corazón.
La Eucaristía es la respuesta amorosa de Dios. Es la Alianza que nada ni nadie puede romper. “¡Quien podrá separarnos del amor de Cristo!” (Rm 8, 35). Lo primero que nos conmueve de la Eucaristía es que se trata de una Alianza “nueva y eterna”, como dijo el Señor en la última cena. Lo expresa muy bien la Liturgia en la Plegaria Eucarística sobre la Reconciliación: “Muchas veces los hombres hemos quebrantado tu alianza, pero tú, en vez de abandonarnos, has sellado de nuevo con la familia humana, por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, un pacto tan sólido, que ya nada lo podrá romper”.
Alianza que en la Eucaristía hace que nos transformemos en lo que comemos, como dice Lumen Gentium citando a San León Magno: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos”. Al comer el Cuerpo de Cristo, el Señor, aunque se hace a nuestra medida no se “reduce”. El milagro de la Eucaristía consiste en que el recipiente “de barro” se va asimilando al “tesoro”, al revés de lo que sucede en la naturaleza. Al recibir la Eucaristía, somos nosotros los asimilados a Cristo.
De esta manera, mediante su darse a comer como Pan de vida, el Señor va haciendo a la Iglesia. La va transformando en su Cuerpo en un proceso de asimilación misterioso y escondido. Y al mismo tiempo, en cuanto que este proceso cuenta con el sí libre de la Iglesia, que asiente en la fe a la Alianza que le ofrece su Esposo, la transforma en su Esposa y la invita hoy a la Nueva Evangelización. Sin Eucaristía no hay evangelización. Dejemos que el Señor nos encienda en caridad, apostolado, disfrutando de su intimidad en el Sagrario y en la Adoración Eucarística en estos días. Participemos de las diversas actividades programadas. Preparémonos así de la mejor manera para la Solemnidad del Corpus Christi.
+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz y Ceuta