El Espíritu de Cristo clama en nosotros: ¡Abba! Padre!

Carta Pastoral de Mons. Antonio Ceballos Atienza, Obispo de Cádiz y Ceuta, con motivo de la Jornada Pro Orantibus. Mis queridos diocesanos:

El domingo 7 de junio la Iglesia se detiene a contemplar el misterio insondable de la Santísima Trinidad. Es un domingo de amorosa contemplación que se expresa en sentimientos de adoración, gratitud y alabanza.

1. Perenne efusión del Espíritu

Todo dimana del amor fontal del Padre, que nos envió a su Hijo, quien se hizo hombre por nosotros y murió y resucitó por nuestra salvación. Sentado ahora a la derecha del Padre “intercede por nosotros como mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu” (Prefacio para después de la Ascensión). El Espíritu, principio vital de la Iglesia, es el que la guía, conduce y santifica hasta que llegue a la “patria trinitaria”, meta de su peregrinación.

2. La Iglesia misterio de comunión y de misión

La Iglesia se sabe anclada en el misterio de la Santísima Trinidad, sabe que hunde sus raíces en el misterio trinitario. La Iglesia es un misterio de comunión y de misión, que sólo se puede entender desde la Trinidad. La Iglesia es comunión porque es un “pueblo unido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4), como dice la Constitución sobre la Iglesia, citando palabras de San Cipriano. La Iglesia es misión “puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el propósito de Dios Padre” (AG 2).

3. El Espíritu de Cristo clama en nosotros: ¡Abba! Padre

En esta solemnidad de la Santísima Trinidad, la Iglesia en España celebra la Jornada Pro Orantibus, en que recuerda, con gratitud y afecto a los contemplativos que, a diario, viven, oran y se sacrifican por los problemas de los hombres y sus múltiples necesidades.

El lema de este año 2009 es el siguiente: “El Espíritu de Cristo clama en nosotros: ¡Abba! Padre (Gal 4,6)”. Este lema constituye la respuesta en este año paulino a los gemidos del Espíritu mencionados en el capítulo 8 de la Carta a los Romanos: el gemido de la creación, ya que toda la tierra gime como con dolores de parto; el gemido de aquellos que hemos recibido las primicias de la fe. Es decir, también nosotros gemimos en nuestro interior; y el gemido del Espíritu que clama en nosotros: “Abba, Padre”.

Los contemplativos son los custodios de estos tres gemidos, haciendo especialmente suyo el gemido de Dios con el que dar a la Iglesia y a la humanidad entera la filiación, y así recordamos que somos hijos en el Hijo y hermanos en el Hermano mayor que es Cristo.

4. ¡ Abba! “Padrecito, Papaito”

El Espíritu Santo es la tercera persona de la Santísima Trinidad que comunica a los creyentes la comprensión y el gusto por las cosas del Reino de Dios. Los mejores cristólogos y teólogos de nuestros días, acerca de Jesús, destacan como un elemento original de Jesús “la experiencia viva de Dios Padre”, hasta tal punto que acuñó una palabra nueva para dirigirse al Padre, una palabra que no se usaba en el lenguaje religioso, que él la recogió del lenguaje familiar intimo y la traspasó al Padre: “Abba”. Es algo así como si dijéramos llenos de ternura “papaito” o “padrecito”. Así le llamaba Jesús a su Padre. Es tan singular y tan profunda la experiencia que tenía del Padre, que no le salían las palabras de la tradición.

5. Fecundidad evangelizadora de la contemplación
   
La contemplación de María de Betania es tan fecunda para el crecimiento de la Iglesia como la actividad de Marta. La Iglesia que escucha la Palabra y la Iglesia que anuncia la Palabra son dos aspectos de la misma Iglesia, que se influyen  mutuamente.
   
El teólogo suizo Urs Von Balthasar, a quien debemos páginas tan profundas y tan bellas sobre la estructura trinitaria de la oración cristiana y su inseparable dimensión eclesial, opinaba que debíamos a Santa Teresa de Lisieux el descubrimiento de la fecundidad evangelizadora de la contemplación: “Para ver esta verdad puesta de relieve y claramente propuesta, hay que esperar hasta tiempos recientes en que la teología de la pequeña Teresa encuentra en la función eclesial del contemplativo la fuente de toda la vida de la Iglesia y en particular de la acción sacerdotal en los sacramentos y la predicación” (cf. La oración contemplativa, cap. III).

Santa Teresa de Jesús tenía la misma intuición de servicio a la Iglesia al fundar los carmelos teresianos (cf. Camino de perfección, caps, 1-3). No podemos dejar de reconocer el papel providencial, en el sentido de la “pequeña Teresa”, que ha sido reconocido por la Iglesia.

El servicio que la vida contemplativa presta a la Iglesia en orden a la evangelización es insustituible: “Sin la oración -decía el Papa Juan Pablo II- nuestro esfuerzo sería vano y nuestra esperanza (…) podría quedar sin fundamento. Esta es la razón por la que recurro a vosotras, queridas Religiosas Contemplativas, porque sé que estáis abiertas y atentas a todas las necesidades de la Iglesia” (Mensaje de Juan Pablo II a las religiosas contemplativas de América Latina, 12 de diciembre de 1989).

6. Custodios de los gemidos del Espíritu
   
Los contemplativos y contemplativas, como indicábamos, sois los custodios de los gemidos del Espíritu, haciendo vuestro el gemido de Dios con el que dar a la Iglesia y a la entera humanidad la vida de Dios. Vosotros testimoniáis estos gemidos en la Presencia de Dios. Así es San Juan de la Cruz el que grita, desde su gemido interior, en el Cántico espiritual:

“¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste, habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

Pastores, los que fuerdes allá, por las majadas, del otero,
si por ventura vierdes aquél que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero”.

Ese gemido de la creación: toda la tierra gime con dolores de parto, dice San Pablo. El gemido de la creación tiene que ver con ese mundo inacabado, como si de una sinfonía incompleta se tratase, y será el mismo San Juan de la Cruz el que gritará desde su interior el gemido de la creación:

“Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores, ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras”.

Y continúa para tratar de descubrir el “paso” de Dios:

“¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del amado!
¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado,
decid si por vosotros ha pasado!”.

Ese gemido misterioso que estremece las entrañas del Espíritu le conduce a San Juan de la Cruz a descubrir a Dios en las criaturas, contemplarlas “vestidas de hermosura”, y sorprender el “paso” de Dios:

“Mil gracias derramando, pasó por estos so
tos con presura,
y, yéndolos mirando, con sola su figura
vestidos los dejó de hermosura”.

Todo es llevar las cosas a Dios, su fuente y principio, y llegar así al encuentro del alma con Dios, presente en todas las cosas y gritar una y otra vez: “¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido?”, que es herida de amor; “¡Oh llama de amor viva, que tiernamente hieres!”, que es vida; “Vivo sin vivir en mí”, que es posesión de Dios; “El rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme…” ¿Como captar ese gemido, ese Espíritu y esa vida?

7. Demos gracias a Dios

Nunca daremos suficientes gracias a Dios por la predilección que ha mostrado a favor de nuestra Iglesia particular de Cádiz y Ceuta, al otorgarnos ocho monasterios de contemplativas, que colaboran eficazmente, con su oración y oblación personales, a vivificar y difundir las múltiples obras apostólicas de la Diócesis. También debemos ayudarles con nuestras oraciones por las vocaciones de clausura y ayudarles económicamente en la medida de nuestras posibilidades.

Que la Santísima Virgen, Modelo y Madre de la vida consagrada, bendiga nuestros monasterios con abundantes vocaciones y les obtenga la fidelidad en su santa vocación, para gloria de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en bien de toda la familia humana.

Reza por vosotros, os quiere y bendice,

+ Antonio Ceballos Atienza
Obispo de Cádiz y Ceuta

 Cádiz, 26 de mayo de 2009

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