La fiesta de la Trinidad que celebramos este domingo nos lleva a contemplar el misterio de Dios y alabarle, pues es un misterio de cercanía entrañable con nosotros y así se ha manifestado. La acción de las tres Personas divinas – Padre, Hijo y Espíritu Santo – es todo un plan de amor, un diseño de salvación para nosotros. Es una fiesta que nos invita a dejarnos fascinar por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad (cf. Francisco, 7 junio 2020).
En este domingo recordamos a los que oran con la Jornada ‘Pro Orantibus’, un día dedicado a los monjes y monjas de vida contemplativa. La Iglesia agradece el don de la vida contemplativa y ora por esta vocación específica que embellece el rostro de la Iglesia
Nuestra Diócesis de Cádiz y Ceuta cuenta con siete monasterios de monjas de vida contemplativa, que oran por nosotros todos los días del año. En este día les queremos mostrar nuestra gratitud y reconocimiento por lo que son y representan para la Iglesia y para la sociedad. La vida contemplativa es, dentro de la Iglesia “el corazón orante, guardián de gratuidad, riqueza de fecundidad apostólica y de una misteriosa y multiforme santidad» (Instrucción Cor Orans).
Los monasterios y los conventos son escuelas de fe en el corazón de la Iglesia y del mundo. Aquí radica su valor inestimable para la Iglesia y para la sociedad. Los monasterios son “faros luminosos” en medio de un mundo que ha perdido la luz de Dios; nos hacen presente a Aquel que siempre nos acompaña, y, a su vez, acompañan con amor a Quien se ha hecho nuestra mejor compañía.
Los monjes y monjas nos recuerdan que hay una Palabra por antonomasia –la de Dios- que es preciso escuchar, y que hay una presencia por excelencia –la de Dios-con-nosotros, sobre todo en la Eucaristía-, que debemos siempre acoger, contemplar y adorar. Esa Palabra ha llenado su silencio con una voz inconfundible, y esa Presencia ha colmado su soledad con una plenitud inmerecida. Los monjes y monjas no se desentienden ni de la Iglesia ni del mundo. Aunque separados de todo están unidos a todo porque nada humano ni eclesial les es ajeno. Los contemplativos rehúyen el activismo frenético de nuestras sociedades y eligen una vía de intimidad orante y fraterna que no les aleja del dolor del mundo, sino que los convierte en faro luminoso y un refugio en momento de dolor. El ser humano sufriente, como ahora en este tiempo dramático de la pandemia, sabe que quienes contemplan y alaban y ruegan a Dios cada jornada, asomados a su entraña misericordiosa, pueden acercarse con Él a enjugar nuestras lágrimas y vendar nuestras heridas.
El Papa Francisco les ha dicho: «La oración es el núcleo de vuestra vida consagrada, vuestra vida contemplativa, y es el modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe». Hemos de reconocer la importancia de la vida contemplativa «que sufre cuando el mundo sufre porque su apartarse del mundo para buscar a Dios es una de las formas más bellas de acercarse a él a través de Él». «La vida contemplativa, cerca de Dios y del dolor del mundo», dice el lema de este año. Interceden por nosotros y oran por los que sufren. El fruto de su oración es inmenso, pues sabemos que nada de cuanto vivimos, sufrimos, gozamos y ofrecemos se pierde. Dios lo recoge todo y va dando a cada uno lo que necesita; en el Corazón de Dios nuestras vidas hechas oración se transforman en Gracia que Dios va derramando en el mundo.
Pedimos al Señor que los custodie en su amor, los bendiga con nuevas vocaciones, los aliente en la fidelidad cotidiana y les mantenga la alegría de la fe.
+ Rafael Zornoza
Obispo de Cádiz y Ceuta