El papa Francisco recibió ayer sábado 11 de marzo, a una delegación de Misión América con motivo del 30º aniversario de esta ONGD vinculada a la Comisión Episcopal para las Misiones y Cooperación entre las Iglesias.
Junto al presidente de Misión América, Fernando Redondo, y un grupo de voluntarios, han estado en la audiencia con el Santo Padre el presidente de esta Comisión, Mons. Francisco Pérez, y dos de sus miembros, Mons. Rafael Zornoza y Mons. César Augusto Franco. Esta delegación le ha presentado al Papa la labor que desde hace 30 años realizan cooperando, acompañando y dando respaldo a los misioneros españoles.
Mons. Zornoza explicaba que para Misión América «este aniversario fundacional quedará marcado para siempre en su historia como algo singular y único. Un gozo muy grande por el reconocimiento a su labor durante treinta años y un respaldo para seguir trabajando con decisión y ánimo. Cada uno ha podido, además, pedir su bendición y presentarle sus inquietudes. Un momento inolvidable».
Un trabajo que ha agradecido el Santo Padre, «gracias, en serio, por lo que hacen. Ustedes dirán: -es poquita cosa, es muy doméstico-. Las cosas chiquitas, las cosas domésticas son las que más perseveran, pero a veces las cosas grandiosas no duran».
Discurso del papa Francisco a los miembros de la Organización Misión América (texto íntegro)
Excelencia Reverendísima,
Reverendos sacerdotes,
hermanos todos:
He sabido que Misión América cumple 30 años de haber sido fundada, por lo que se acerca a lo que en la tradición se llamaba la “edad perfecta”, es decir la edad de Cristo a la hora de su Pasión y muerte. En esta significativa fecha han querido visitar la Sede de Pedro, para renovar su compromiso con la Iglesia universal, concretizado en su trabajo en favor de las misiones en América y África. Los felicito y los invito a que los tres años que les faltan para llegar a esa edad perfecta, sean un camino en el que puedan seguir avanzando en la identificación con Cristo. Con ese Cristo que nos dijo: «Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» (Jn 20,21), de tal manera que vayan abriendo la Iglesia a la misión. La Iglesia tiene que salir fuera, tiene que estar en la calle. A mí me dice mucho ese texto del Apocalipsis, en el que Jesús dice: “estoy en la puerta y llamo”. Si alguien me abre voy a entrar, voy a estar con ustedes, voy a cenar (cf. Ap 3,20).
El problema de hoy es un poquito distinto. Jesús sigue golpeando la puerta, pero tantas veces desde dentro para que le abramos la puerta y lo dejemos salir. Esto creo que es el desafío de hoy. La misión. Abrir la Iglesia a la misión.
Es evidente en el trabajo de ustedes, que han recorrido un importante camino. De hecho, proponen cuatro palabras que lo definen: visibilidad, respeto, voluntariado y colaboración. Nos hace bien releerlas un poquito a la luz de este evangelio de la misión.
Efectivamente en la escena, apenas citada, Jesús, antes de nada, les muestra «las manos y el costado» (v. 20). Es interesante esta imagen, pues de alguna manera nos resume ese “modo” en el que Jesús fue enviado por el Padre y ahora nos envía a nosotros, dando visibilidad a la realidad del dolor, del pecado, de la muerte, no para condenar a nadie —nosotros este dedito lo tenemos muy ejercitado para condenar, y no es lo mejor—.No para condenar a nadie, sino para sanar, sanar a la humanidad, asumiéndola en su propia persona. De esa misma manera, al organizar campañas de sensibilización para dar a conocer la realidad de América Latina, el horizonte no puede ser otro que hacer ver sobre ella la mano tendida de Cristo, que en sus llagas nos ofrece el mejor refugio.
El texto bíblico, como ustedes bien saben, continúa con el episodio de santo Tomás. Es otra idea atrayente —aparte del valor teológico del relato— ese respeto por el otro, por sus tiempos, sus espacios. Jesús siempre está atento a la necesidad, pero sobre todo a la persona en su totalidad. Jesús respeta a las personas. La verdadera igualdad, la verdadera justicia, no es imponer un único y utilitario itinerario para todos, sino ser capaces de acompañar a cada uno, en su libertad, en su necesidad, para que todos puedan responder a la llamada de Dios, al proyecto que Dios tiene para cada uno de nosotros, según sus tiempos, su camino, su paciencia. Saber esperar.
Además, Jesús en esa ocasión, según el Evangelio de Juan, infunde sobre los discípulos el Espíritu Santo, dándoles con ese don la fuerza, la autoridad para cumplir la misión encomendada. Los discípulos desde ese momento entran como en otro nivel, más activo, más emprendedor, con la fuerza del Espíritu Santo, obviamente. De forma análoga, y reconociendo siempre que sólo en Dios está nuestra fuerza, ustedes buscan impulsar desde la Iglesia española esa vocación al voluntariado —es una de las cosas más bellas que tienen las sociedades; el voluntariado de los laicos, ¿no es cierto?—. Voluntariado activo, que no es otra cosa que sostener con la oración, el trabajo, la solidaridad a los que, movidos por el mismo Espíritu, caminan por el mundo. Voluntariado de sostenimiento de cualquier manera.
Finalmente, una palabra crucial para entender el inmenso regalo de Jesús resucitado: «Paz a ustedes» (v. 21), dice el Señor. El regalo de Jesús resucitado es esa paz que nos da. Por más que sea imposible recoger todo el significado que encierra este concepto, ustedes lo traducen por colaboración. Colaborar en paz, que esto sirva para el crecimiento. Es algo hermoso, quiere decir que la “paz” que Dios establece con nosotros y entre nosotros, trasforma la existencia, se hace algo cotidiano en el caminar de todos los días, en el buscar el bien, en difundir el amor y la concordia. Y genera realidades nuevas, creando puentes, destruyendo miedos, destruyendo rencores, los mismos que —como evidencia el texto bíblico— mantenían encerrados a los discípulos.
Esta imagen de Jesús que envía a su Iglesia a la misión, sea para ustedes acicate, para dar visibilidad a las llagas todavía palpables en su Cuerpo místico; para exigir y exigirnos el respeto de cada hombre y su derecho a poder discernir el camino que Dios le marca; para trabajar y apoyar el trabajo de todos los que han sido, como nosotros, enviados, colaborando con todos los hombres de buena voluntad, a la gloria que el Señor nos tiene preparada, que es que el hombre viva, como dice san Ireneo (cf. Contra las herejías, 4, 20,5-7).
Que Jesús los bendiga. Gracias, en serio, por lo que hacen. Ustedes dirán: “es poquita cosa, es muy doméstico”. Las cosas chiquitas, las cosas domésticas son las que más perseveran, pero a veces las cosas grandiosas no duran.
Que la Virgen Santa los acompañe y no pierdan el buen humor, por favor. Sigamos adelante y recen por mí.