Mons. Zornoza presidió la solemne Vigilia Pascual en la Catedral

Diócesis de Cádiz-Ceuta
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La diócesis de Cádiz y Ceuta es el resultado de la unión de la Gadicensis y Septensis bajo un único obispo titular, proceso que se inició en 1857 y culminó en 1933. Es sufragánea de la Archidiócesis de Sevilla y no tiene enclaves territoriales en otras diócesis ni de otras en su demarcación.

La S.A.I. Catedral de Cádiz acogió la noche del Sábado Santo la Vigilia Pascual para celebrar la Resurrección. Durante esta celebración, presidida por el obispo diocesano que comenzó con el lucernario a las 23 horas, la Iglesia espera la Resurrección del Señor y la celebra con los sacramentos de la Iniciación Cristiana bautizando en esta ocasión, a cuatro catecúmenos adultos y a un recién nacido.

La bendición del fuego nuevo es un rito que se hace cada noche santa para dar luz a las tinieblas de esa noche. El cirio pascual es encendido con ese fuego y tras el acto, se encienden todas las velas repartidas a los fieles para dar luz al templo y comenzar así el canto del Pregón Pascual.

Tras las siete lecturas, Mons. Rafael Zornoza en su homilía decía que esta no es una fiesta del pasado «Celebramos algo presente. El misterio de Dios es eterno, siempre vive. Nosotros celebramos alguien que vive y cuya victoria es nuestra victoria. Nosotros podemos resucitar con Él y esa es una gracia actual. Si nuestra existencia esta unida a Él en una muerta como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya. Por el bautismo quedamos transformados y transfigurados para que con la fe, la esperanza y el amor, la vida sea la de otros Cristos que viven esta vida».

«Bautizados en la muerte y resurrección del señor podemos salir de la desesperanza del mundo y de la muerte -seguía el prelado- Cristo ha bajado al sepulcro, a la muerte, a las tinieblas, para sacarnos del abismo. Demos gracias a Dios Padre que nos ha sacado del dominio de la tinieblas y nos ha trasladado al reino de su hijo querido».

Por último se dirigió a los cuatro catecúmenos y al recién nacido para expresarles que «no hay un honor más grande ni una aristocracia mayor en la historia de los hombres que ser bautizados. Entremos juntos en este cielo nuevo y nosotros renovémoslo renunciando al pecado y confesando de nuevo, para ser ante el mundo viviendo en medio de él, un testimonio del Salvador».

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