Fallece el canónigo ecónomo de la Catedral de Cádiz, Balbino Reguera Díaz

Diócesis de Cádiz-Ceuta
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La diócesis de Cádiz y Ceuta es el resultado de la unión de la Gadicensis y Septensis bajo un único obispo titular, proceso que se inició en 1857 y culminó en 1933. Es sufragánea de la Archidiócesis de Sevilla y no tiene enclaves territoriales en otras diócesis ni de otras en su demarcación.

En la tarde de hoy, jueves 25 de noviembre, hemos conocido la triste noticia del fallecimiento del sacerdote diocesano, Rvdo. P. Balbino Reguera Díaz, a la edad de 76 años. Ordenado en 1970, actualmente ocupaba el cargo de ecónomo del Cabildo Catedral de Cádiz y adscrito a la parroquia Nuestra Señora de La Merced (Cádiz).

Precisamente, la parroquia de Nuestra Señora de la Merced acogerá esta noche la capilla ardiente. Los fieles que quieran orar para dar gracias por su servicio sacerdotal y rogar por su eterno descanso pueden hacerlo desde esta noche, a las 21.30 horas, y hasta las 08.00 de mañana viernes 26 de noviembre. Posteriormente, será trasladado a San José del Valle, donde se celebrará la misa exequial en la Iglesia de San José, donde también tendrá lugar el funeral, a las 17.30 horas.

Desde el Cabildo Catedral han mostrado su pesar por el fallecimiento del Padre Balbino y agradecen el esfuerzo y la entrega durante todos estos años como canónigo y administrador del primer templo de la diócesis. Además, piden a los fieles que recen por su alma y su eterno descanso.

Un sacerdote de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica.

Por: José Antonio Hernández Guerrero

Este sacerdote bueno, que durante cincuenta años ha desarrollado en la Diócesis sus tareas pastorales como coadjutor, párroco, arcipreste, canónigo y delegado episcopal del clero, ha sido, sobre todo, un hombre sencillo, detallista, responsable y eficaz, que ha empleado su tiempo -todo su tiempo- en servir a los fieles y en acompañar a sus hermanos, los sacerdotes. La corpulencia física de este vallense nos ha revelado las amplias dimensiones de su espíritu noble, y su fortaleza corporal ha sido la expresión transparente de la consistencia de su confianza en las palabras de Jesús de Nazaret. Realista, reflexivo y coherente, el padre Balbino estaba dotado de una inteligencia práctica y de unos sentimientos nobles que le han dictado el rumbo de su andadura personal y de su trayectoria pastoral: su entrega generosa a la Iglesia y su amor sin fingimientos a los feligreses.

A mí me llamaba la atención, sobre todo, su habilidad para huir, tanto de la blandura condescendiente como de la intolerante rigidez. Por eso, quizás, no sucumbió a la obsesión de estar a la última moda ni de dejarse impresionar excesivamente por los alardes de una modernidad efectista en la que viven algunos de sus compañeros.

Dotado de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica, con sus actitudes, más que con sus discursos, nos explicaba que su tarea sacerdotal consistía en acompañar a sus conciudadanos por los caminos convergentes que conducen hacia la madurez humana y hacia la búsqueda de los valores trascendentes. Las fidelidades de este hombre franco, claro y directo, enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, nos han estimulado para que, unidos y reunidos, construyéramos la ciudad terrena implantando la libertad, el amor y la comunión fraterna. Amante de la vida buena y de la buena vida, nos contaba los ecos entrañables que, en el fondo de su espíritu, despertaban los mensajes de Jesús de Nazaret. Balbino servía al Evangelio con una fidelidad original, en comunión afectiva y efectiva con los sacerdotes que integran el presbiterio diocesano.

Sin petulancia y sin teatralidad -aunque, a veces se le escapaba cierto desdén por los teóricos errantes que se dejan llevar por la publicidad y por frívolos incapaces de reprimir el apetito desordenado de ser otros- nos proporcionaba argumentos que evidenciaban una insobornable personalidad humana y una conciencia ética y evangélica que le impedían hacer trampas, vulnerar los principios y transgredir las normas.

Balbino contemplaba el mundo que le rodeaba -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetraba en la vida práctica, atendía los asuntos sin turbarse y entendía a sus convecinos a los que trataba siempre situándose en su mismo terreno y participando de sus mismas preocupaciones. Con su familia, somos muchos los amigos que le deseamos que descanse en paz.

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