Entrevista al misionero Javier Negro Marco

Diócesis de Cádiz-Ceuta
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La diócesis de Cádiz y Ceuta es el resultado de la unión de la Gadicensis y Septensis bajo un único obispo titular, proceso que se inició en 1857 y culminó en 1933. Es sufragánea de la Archidiócesis de Sevilla y no tiene enclaves territoriales en otras diócesis ni de otras en su demarcación.

Con motivo de la Campaña 56 de Manos Unidas «Luchamos contra la pobreza ¿Te apuntas?».

Tres jornadas ha estado el misionero escolapio Javier Negro Marco explicando, en parroquias, grupos y colegios de Cádiz su vida en África dentro de la Campaña de Manos Unidas «Luchamos contra la pobreza ¿Te apuntas?».

Superior provincial, desde hace dos años, de la provincia escolapia de África Central que comprende las comunidades y obras escolapias de Camerún, Guinea Ecuatorial, Gabón y Congo, este aragonés de 66 años destaca la alegría de los africanos «aunque sepan que quizás mueren mañana», pero también la dureza de palpar, casi a diario, la muerte y la miseria que arrastran estos países, provocada, en gran medida, por el enriquecimiento ilícito de los países del primer mundo a costa de las riquezas del continente africano.

P.- ¿Cómo es su vida de misionero allí en África central?

J.N.-Lo primero que me viene a la cabeza es que, realmente, hay mucha variedad de misioneros. Todos somos misioneros, porque el misionero es el que lleva la paz y sobre todo el amor a la gente: que es la paz y el amor de Jesús en todos los lugares. Tradicionalmente, se ha entendido como misionero aquel que está en «primera línea» allá en África, o en los países del Sur de América… Yo me veo como un misionero que coordina a otros 110 que están en las doce escuelas que tenemos los Escolapios en Camerún, otras cuatro en Guinea, una en Gabón, la comunidad que hemos abierto en Kinshasa y ocho parroquias. Las parroquias son muy distintas a las de aquí. Tenemos parroquias en zonas rurales y en zonas urbanas pero, allí, en África una parroquia puede tener unos cuarenta grupos, más de veinte mil fieles. En las misas de domingo puede haber en cada una más de mil personas y, a diario de doscientas a trescientas.

Un misionero escolapio se dedica sobre todo a la evangelización y educación de niños y jóvenes, y eso sí, niños y jóvenes hay muchísimos. En estos países el 50% de la población es menor de veinte años. La media, en Camerún, es de seis hijos y en Congo de ocho hijos por mujer. Los Escolapios nos dedicamos especialmente a ellos: desde enseñarles a comer hasta jugar con ellos, darles clases, hablar, etc.

Los problemas con los que nos encontramos son también muy numerosos: falta de agua potable, de alimentación puesto que muchas veces sólo realizan una comida al día y suele ser arroz y tubérculos y un poco de fruta. Toman muy pocas vitaminas o calcio lo que provoca muchos problemas de ceguera o cojera…. pero junto a esto hay mucha alegría. Aunque sepan que mañana pueden morir la alegría de hoy no se la quita nadie.

P.- En su caso, al llegar como misionero desde España, ¿qué es lo que más le ha impresionado de África?

J.N.- El dolor de la gente, sobre todo de los niños y los que sufren. He llorado en dos años más que en los 64 anteriores de mi vida. Allí de verdad escuchas el dolor, el sufrimiento, la muerte de los niños. He leído los datos que nos ha facilitado Manos Unidas sobre los objetivos del Milenio en los que se habla de una mortandad infantil de un 4 x 1000. En Camerún la mortandad infantil es de un10% actualmente. O Congo, por ejemplo, sufre en estos momentos unas treinta guerras; guerras tribales en las que, para eliminar una tribu el medio es matar a los niños, porque una pareja sin niños huye. Un médico de Zaragoza que estuvo cuatro meses allí venía llorando casi todos los días. Me decía «Otra vez he llorado, porque otra vez se nos ha muerto un niño que allá en España se habría salvado con 4 euros». Cuando consideras esto te ves sólo como presencia de Amor de Dios y lo que quieres es estar allí, con la gente.

P.- Ha hablado antes de su alegría, la labor misionera es dura pero tiene también su «sonrisa», ¿qué es lo que más agradece de ellos?

J.N.- Agradezco que me dan vida, que hacen mis problemas más relativos, que me quejo menos, que me conformo más en el buen sentido de la palabra.

Y no sólo a ellos. Agradezco muchísimo que detrás de mí, de todos nosotros, haya comunidades cristianas que nos apoyan desde aquí, que nos recuerdan que no estamos solos. Y no porque llegue dinero… un correo electrónico, un mensaje se agradece más que mil euros porque hay ratos que, en esta tarea, se pasa muy mal.

Yo soy un misionero blanco entre decenas de miles de africanos, porque cada vez quedan menos misioneros europeos, porque aquí no hay vocaciones. Y si no hay vocaciones en estos países europeos tampoco van allí como misioneros. Los misioneros y misioneras «blancos» llevan 40 o 50 años en África, tienen 80 años y han decidido morir allí, pero no hay misioneros jóvenes.

P.- Cambiando el sujeto de la pregunta ¿qué le agradecen los habitantes de esas zonas de misión a ustedes?

J.N.- Ellos lo agradecen todo muchísimo. Siempre digo que doy cinco y recibo cincuenta.

Con el pobre es muy fácil comunicarse. Creo que el pobre es motor de cambio de la sociedad. Ya decía un sociólogo, refiriéndose al voto de pobreza de los religiosos, que era «el mejor medio para enriquecer el mundo» y yo digo que el pobre es motor de cambio de la sociedad en todo, no sólo economía, que también, pero sobre todo en valores como la Fe, la familia, la paz… incluso en estos países, que tienen ahora conflictos con fundamentalismos musulmanes.

P.- En este sentido que usted apunta, ¿se han visto amenazados por grupos islamistas radicales como Boko Haram?

J.N.- Siempre digo que detrás de estos conflictos hay intereses. No existe guerra de religiones en estas naciones. No he visto en ningún sitio una relación tan estupenda entre el islam y el cristianismo. Por poner un ejemplo, hace poco celebramos la fiesta de la parroquia y el imán de la mezquita de la zona, en el ofertorio de la Misa, vino a hacer su regalo de la mezquita a la parroquia. Igualmente cuando llega la fiesta del Cordero o el fin del Ramadán, el párroco y el consejo pastoral van a felicitar a los musulmanes y a rezar con ellos.

Nosotros tenemos de un 10 a un 20% de alumnado musulmán en nuestros colegios y rezan con nosotros el Padrenuestro todos los días, y leen la Biblia… ¡y algunos son hijos de imanes! Detalles como éstos podría contar muchos. Por lo tanto, no es guerra de religiones, ahí existen muchos intereses de los países ricos porque ¿quién da las armas o el dinero?… en África no se fabrican armas.

Los misioneros «blancos» tenemos un poco de miedo, porque han secuestrado o matado a unos cuantos; a los africanos solían respetarlos pero ahora, por el hecho de ser cristiano, con estos grupos fundamentalistas estás en peligro, aunque mucho más los misioneros de raza blanca.

Donde yo estoy, por el momento, no me siento amenazad aunque tenemos a Boko Haram en el norte y han amenazado al Presidente. Además nosotros nos vemos como agentes de paz. Tanto los obispos, como los sacerdotes, misioneros o los musulmanes de «a pie» rezan por la paz, cada día en las Misas u oraciones… y yo no veo en los cristianos odio hacia los grupos extremistas.

Como decía antes, hay muchos intereses detrás de estos «extremismos»: el otro día el ejército camerunés asaltó una base de Boko Haram y encontró allí franceses adiestrándolos a ellos y armamento francés.

¿Qué ocurre? Que África tiene el diamante, el coltán, el oro, el petróleo la madera… De todo esto no se habla con claridad: ¿quién les compra las armas?, ¿quién les da el dinero?

Una vez escuché a un misionero italiano decir cómo había visto cambiar una maleta de coltán por más de cien kalashnikov y un observador de la ONU afimó que en el Congo vale menos un kalashnikov que un bocadillo… todo el mundo tiene armas. Hay muchos intereses de los países del primer mundo que desenmascarar. El gran negocio son las armas y los diamantes.

Como dice el Papa Francisco se olvida que los pobres son la carne física de Jesucristo y esta antes la economía que la persona. La persona no cuenta. Mientras no afrontemos esta realidad seguirá pasando.

P.- ¿Qué querría que quedase grabado a quienes estamos aqui?

J.N.- Quiero transmitir la voz de los de allí y también que «ya basta». Ya basta de tanta desigualdad y tanta injusticia. Basta de que el primer mundo se enriquezca con los recursos, con el coltán, los diamantes, la madera, el oro, las frutas tropicales… del mundo pobre. (En Camerún hay un campo de 400km2 sólo para llevar a París cada día aviones de plátanos, papayas y piñas). Basta de que todos los días salgan camiones de maderas preciosas deforestando el paisaje….. y basta de que los gobiernos corruptos, aquí y allí se lleven todo y no den nada al pueblo.

También, como dice el Papa, que aprendamos la «teología de la lágrima», porque en la lágrima esta Dios, como he llorado tanto estos años me ha gustado mucho esa frase del Papa Francisco en Filipinas.

P.- Organizaciones como Manos Unidas, ¿qué suponen para los misioneros?

J.N.- En el interior de los países, en lo más escondido de la selva, sólo ves misioneros y misioneras. En lo más recóndito de cada nación, en una escuela, en un centro de salud, con ancianos, cojos, ciegos… no ves más que misioneros y misioneras.

La ayuda de Manos Unidas sí llega. Yo agradezco a Manos Unidas que, con sus aportaciones, hemos podido construir un pabellón de 80.000 € para un colegio de formación profesional en el que estudian unos 500 alumnos.

También han ayudado a levantar la casa de la Mujer que llevan las Hermanas Calasancias y en Camerún, en concreto, Manos Unidas es la ONG que más ayuda en el país y eso que España no tiene ningún negocio.

Otra cosa importante, Manos Unidas es más los proyectos, Manos Unidas son todas las personas que hay detrás con su oración y su trabajo.

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«Mis hermanos sufren mucho»

La comunidad escolapia en Camerún ha vivido historias terribles, algunas como la de una chica a la que su cuñado violó cuando ella tenía 12 años. Calló por vergüenza y se marchó de su casa. Ella contaba que se acercó al seminario de los Escolapios y pensó «aquí hay padres y me ayudarán». Fue hacia la puerta, el guardia la echó pero un escolapio vio la escena desde la ventana y bajó. Habló con esta chica, le compró ropa, le dio de comer y la llevó a su casa. Allí le dijo a su familia «nosotros le pagaremos sus estudios». Hoy está en segundo de carrera, estudia Marketing.

Cuenta Javier Negro que, hablando con ella una vez, ya cansado, le decía «¡ya estoy harto!, todo el mundo pidiendo dinero y me impacto que la chica bajó la cabeza, triste, y dijo «mis hermanos africanos sufren mucho»… aquí diríamos «es verdad, todos pidiendo…». Ella, sin embargo se sentía casi culpable de su suerte.

«Cuando veo esas escenas – señala Javier Negro – se me parte el alma. Pero también vas a Misa y ves cómo cantan y te emociona su fe… porque al pobre sólo le queda Dios.

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