En estos momentos en los que, impulsado por el papa Francisco, se ha intensificado el proceso de desclericalización de los ministerios eclesiales, la figura y la obra de San Juan Bautista de la Salle alcanzan una singular relevancia. Su concepción evangélica de la vocación ministerial y su interpretación de la tarea educativa nos ofrecen una oportunidad para que revisemos nuestras teorías y para que actualicemos los contenidos y los métodos de nuestras prácticas pedagógicas. Su comprensión de la enseñanza como una obra de misericordia y su definición de la vocación como un ministerio son tan evangélicos que nos sorprenden -que deberían sorprendernos-, al compararlos con algunas de las teorías y de las prácticas actuales.
Resulta sorprendente, por ejemplo, la lucidez con la que, hace ya más de trescientos años, San Juan Bautista de La Salle, interpreta la situación de abandono de los niños sin educación que estaban en las calles de Reims como una llamada de Jesús a través de la Iglesia, como una auténtica vocación a la que él responde con generosidad y con singular coherencia evangélica. ¿No creen ustedes que sigue siendo revolucionario proporcionar educación humana y cristiana a los hijos de los más necesitados, transmitiéndoles información para la vida y pautas para lograr el bienestar, “abriendo sus mentes y tocando sus corazones”?
A mi juicio, en la actual situación en la que los profesores y los educadores de diferentes niveles tropezamos con nuevas y, a veces, con graves dificultades para desarrollar de forma eficiente nuestra delicada función profesional, este breve libro es importante. Debido a los vertiginosos cambios que experimentan los contenidos y los métodos pedagógicos e, incluso, teniendo en cuenta la progresiva intervención de las diferentes instancias políticas, la influencia determinante de los medios de comunicación y el permanente desarrollo de las redes sociales, los profesionales experimentamos la creciente necesidad de tener claros los principios pedagógicos fundamentales para desarrollar nuestra labor e, incluso, para dotar de sentido a nuestra vocación profesional, humana y cristiana. Como San Juan Bautista nos dice: “No debéis dudar de que es gran don de Dios el regalo que os ha hecho al encargaros de instruir a los niños y anunciarles el Evangelio. Dios ha dado a los niños maestros, a quienes confía su cuidado. Este trabajo de enseñar es una de las funciones más importantes y necesarias en la Iglesia”.
José Antonio Hernández Guerrero