En la tarea de caminar juntos es necesario hacerse como niños. La Jornada de la Infancia Misionera, que hemos celebrado recientemente, nos recuerda año tras año una verdad fundamental del Evangelio: si no nos convertimos y nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los Cielos (cf. Mt 18, 3). La enseñanza de Jesucristo sobre los niños es tremendamente luminosa. Jesús nos dice que el que se hace pequeño como un niño es el más grande en el Reino de los Cielos (cf. Mt 18, 4); afirma también que quien recibe a un niño en su Nombre, le recibe a Él (cf. Mt 18, 5); pide que dejemos a los niños acercarse a Él (cf. Mt 19, 14). Y las palabras quizás más severas de la enseñanza de Jesús están dedicadas a quien escandaliza a los pequeños: más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar (Mt 18, 6).
¿Acaso esta enseñanza de Jesús no se refiere también a la tarea evangelizadora? El evangelizador se ha de hacer como un niño, debe recibir a los niños en nombre de Jesús y tiene que llevarlos a Él. El evangelio, que se debe transmitir con la propia vida, dará prioridad a la llamada a la conversión, recordando que convertirse significa volverse al Señor abandonando lo que nos aleja de Él para hacerse pequeño en el encuentro con Cristo. Los niños evangelizan a los niños y a los adultos porque nadie comunica con mayor espontaneidad una noticia alegre que los inocentes, aquellos cuya capacidad de asombro ante la verdad, bondad y belleza se encuentra intacta porque no ha sufrido el desgate de los años. Quien se encuentra con Cristo y se deja amar por Él descubre asombrado su corazón curado y su inocencia recuperada. Jesucristo nos llama a la conversión para que experimentemos la fuerza de su amor que cura y nos llama a hacernos como niños para que al recuperar la inocencia recibamos la inmensidad limpia de su amor que colma nuestros anhelos. Por eso, en la tarea de caminar juntos es necesario hacerse como niños.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez