Artículo semanal del Obisp de Asidonia – Jerez, D. Juan del Río Martín. Si alguna persona se dejara llevar por los reportajes sobre las Primeras Comuniones es fácil que aumente sus prejuicios hacia la Iglesia Católica, porque las cifras que se dan sobre trajes, banquetes y regalos hace pensar lo caro que le sale a los padres católicos que sus hijos reciban por primera vez a Jesús Sacramentado.
En la actualidad, es fácil caer en el consumismo, pero esa incitación se da tanto para las Primeras Comuniones como para otros acontecimientos de tipos civiles, políticos y culturales cuyos gastos no salen tanto a la palestra. Hay padres que con mucho sentido común reúne a la familia para que el niño o la niña se sientan arropados por los seres queridos en ese día tan hermoso de su infancia. Eso lo pueden hacer o bien “tirando la casa por la ventana” o simplemente acomodándose a sus posibilidades, celebrándola con sobriedad y alegría de corazón como siempre ha recomendado la Iglesia. Lo único necesario para recibir la Comunión es estar en gracia de Dios y tener la preparación adecuada a la edad.
Las noticias o artículos sobre este tema poco hablan de labor humana y cristiana que de manera gratuita llevan las Parroquias y los colegios católicos en la educación de niños y jóvenes que se preparan para la recepción del Sacramento. Ahí están, las muchas las horas de catequesis, preparación y formación con el fin, de ayudar a madurar a nuestros chavales para que ese primer encuentro con Jesús Sacramentado marque sus vidas por el camino del bien. Esta tarea no es sólo de orden espiritual y religioso, sino que tiene su dimensión social porque se inculca unos valores que hacen de los niños no sólo “buenos cristianos”, sino también “honrados ciudadanos” (cf. Benedicto XVI, Audiencia General 31/10/07).
En esta sociedad donde todo se mide por su sentido práctico más de uno se preguntará: ¿Para que sirve en lo cotidiano recibir la Comunión? Pues para encontrar el centro y la orientación de la vida. Para ello, hay que estar convencidos que todas las cosas invisibles son las más profundas e importantes. Significa haber descubierto esa amistad esencial en Dios que se hace presente en la “fragilidad” del pan eucarístico. Quién se alimenta de la Comunión comienza a vivir aquí la vida eterna. En muchas ocasiones no percibimos de inmediato los efectos espirituales de recibir al Señor, se ve con el tiempo, cuando hacemos la lectura de nuestra existencia y caemos en la cuenta como su fuerza y luz nos sostiene.
Para finalizar, hay una cuestión que preocupa a muchos agentes pastorales: ¿No es para algunos niños la primera y última Comunión? Es cierto, que en gran medida esa experiencia eucarística será constante y duradera, si se comprometen sus padres y le acompaña la comunidad cristiana. Pero en caso que así no fuera, tampoco hace daño que al menos esa criatura tenga una huella en su corazón de haber sido tocada por el misterio un día en su vida, cosa que aquellos que no la hacen no pueden hablar de ello. Luego, Dios lleva la historia de cada persona y no sabemos los secuelas de la gracia cuando y cómo produce sus frutos. Lo propio de un sacerdote, religioso, catequista, de todo bautizado es “sembrad…” Indudablemente es necesario revisar algunas praxis pastorales y catequéticas de la iniciación cristiana a luz de las nuevas exigencias sociales y culturales que está planteando grandes retos a la transmisión de la fe.
+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez