Preguntas para el camino

Avanzamos de manos de la Iglesia en el año litúrgico acompañando a Cristo en los misterios de su vida para caer en la cuenta de que ha sido Él en realidad Quien se ha hecho nuestro compañero en el camino de la vida. Cuidando el trato y la comunión que Cristo nos regala en su Iglesia, recibimos su palabra como luz para nuestros pasos, acogemos el don de su gracia, que cura la herida de nuestros pecados, y fortalecemos el vínculo de comunión compartiendo con otros el amor que recibimos de Él. Pues cuando estrenamos un nuevo curso pastoral, gracias a la Liturgia, recibimos la palabra de Cristo que, mientras vamos con Él de camino, nos propone preguntas decisivas para la vida.

En primer lugar, nos pregunta por lo que otros dicen de Él: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Al preguntarnos por lo que otros piensan, Jesús nos llama a no dejarnos llevar por opiniones ajenas. Para conocer a Jesús no es suficiente escuchar a otros. Por eso, a continuación, nos pregunta: “¿Y vosotros quién decís que soy yo?” El conocimiento de Cristo solo se adquiere en el trato cercano con Él, formando parte del grupo de sus cercanos, o sea, de la Iglesia. Observa el evangelista que esta pregunta Jesús la propuso mientras iban por el camino: ¿tiene sentido caminar sin conocer la meta? Los discípulos siguen a Jesús, pero ¿saben a quién siguen? La primera pregunta de Jesús nos pone ante una cuestión decisiva en la existencia de toda persona: ¿qué nos motiva a diario a seguir viviendo? ¿nuestra vida tiene orientación? Los anhelos más profundos del corazón humano se colman cuando caminamos con Jesús, seguimos sus huellas y crecemos en su conocimiento. Sorprendente misterio de la condición humana: para crecer en conocimiento propio y hallar respuesta a las inquietudes del corazón, debemos crecer cada día en el conocimiento de Cristo. Verdad decisiva que ya proclamó la Iglesia en el Concilio Vaticano II: «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo revela el hombre al propio hombre y le muestra la sublimidad de su vocación» (GS 22). Cuando se ignora a Cristo y se vive al margen de Él, se cae fácilmente en los errores y conductas que dañan la dignidad infinita del ser humano.

Por eso, junto a la pregunta “¿vosotros quién decís que soy yo?”, Jesucristo nos propone la cuestión decisiva de la vida: “¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?”.

Entramos en el comienzo de un nuevo curso de manos de María Santísima, en su advocación de los Dolores o de las Angustias, pidiendo al Señor que nos conceda aprender de Nuestra Madre a acoger sin condiciones su palabra: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio, la salvará».

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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