Pedro y Pablo: fiesta de la catolicidad

Artículo semanal del Obispo de Asidonia – Jerez, D. Juan del Río Martín. Con motivo de la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, el Papa Benedicto XVI  ha abierto el Año Jubilar dedicado a San Pablo con motivo del bimilenario de su nacimiento, que abarcará desde el 28 de junio de 2008 al 29 de junio de 2009. Nos encontramos ante las dos columnas principales del cristianismo: ellos fueron testigos privilegiados del Señor y heraldos del Evangelio. En la Misa dominical profesamos el credo en el reconocemos las notas distintivas de la Iglesia: una, santa, católica y apostólica. ¿Qué significado encierran?
   
En Roma confluye el final de las vidas de estos dos discípulos de Jesús, es la urbe donde concurrían todos los pueblos y, por tanto, se convertirá, antes que otras, en signo de la universalidad del Evangelio por el cual ellos fueron martirizados. La Iglesia recibió la fe y la predicación apostólica, extendida por toda la tierra; la custodia con esmero, como si perteneciera a una sola familia, como si tuviese una sola alma y un solo corazón;  predica, enseña y transmite con una misma voz, como si tuviese una sola boca (cf. San Ireneo de Lyon  (Adversus haereses, I,10,2).
   
La Iglesia se confiesa santa, porque su fundador es el “Santo de los santos”, porque sus medios -palabra y sacramentos- son santos y su fin es santo -la salvación eterna-, aunque a nivel de existencia está compuesta por miembros pecadores, de ahí la necesidad de conversión continua y de reforma eclesial de la Iglesia caminante.
   
La catolicidad será la nota distintiva de la presencia de los cristianos en el mundo. La palabra “católico” aparece por primera vez en la literatura cristiana con San Ignacio de Antioquía hacia el 110 d.C.: “Donde está presente Jesucristo, allí está la Iglesia Católica”. Este término se desarrollará en dos acepciones: universalidad y en el sentido de ortodoxia. Estos dos significados básicos los encontramos en la Escritura (cf. Mt 28,19; Mc 16,15; Hech 1,8; 1Cor 15,3; Col 1,6-8). El catolicismo romano añade a esto la comunión con el sucesor de Pedro y con los obispos (cf. LG 14; UR 13-14).
   
La Iglesia es apostólica porque confiesa la fe de los apóstoles y trata de vivirla. San Marcos nos dice que Jesús llamó a los “doce” para que “estuvieran con él y también para enviarlos” (Mc 3,14). Así, surge un nuevo Israel que es la Iglesia, espacio de salvación para todos los pueblos. Su piedra angular es Cristo y las columnas los doce apóstoles. El mismo ministerio que ellos recibieron del Señor prosigue ahora en la Iglesia gracias a la sucesión apostólica mediante el ministerio del Orden.
   
A pesar de todos los avatares históricos, el catolicismo guarda la convicción preciosa de haber permanecido, ayer como hoy, idéntico a sí mismo, de haber recibido de Cristo su soplo vital y, ya desde el principio, de tener en sí el germen de todo lo que en el transcurso de los siglos se ha ido desarrollando y adaptando a las diversas necesidades y exigencias históricas. Por eso, una mirada sobre el catolicismo que se limite a su mera descripción social, sin tener presente su realidad invisible y espiritual, se queda sólo en el ropaje, en las anécdotas circunstanciales, y no descubrirá el por qué de su vida y la fuente de su unidad.
   
Vamos aprovechar el Año Jubilar Paulino para profundizar en la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Para ello, nuestra diócesis se unirá a las iniciativas de la Santa Sede y a nivel diocesano presentaremos al inicio del próximo curso un amplio programa de actividades que nos ayuden a alcanzar los objetivos que el Santo Padre Benedicto XVI nos ha trazado con esta convocatoria: la lectura orante de las cartas de San Pablo, profundizar espiritualmente en su vida, llenarnos de su ardor evangelizador y rezar y trabajar por la unidad de los cristianos.

+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez

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