Palabra de Vida: Quien se cierra al amor del prójimo mientras está en este mundo se cierra al Amor de Dios para siempre

Quien se cierra al amor del prójimo mientras está en este mundo se cierra al Amor de Dios para siempre. La enseñanza de Jesús sobre el peligro de las riquezas, iniciada en los pasajes evangélicos de los domingos precedentes, se amplía con la parábola del pobre Lázaro mostrando las consecuencias eternas de una vida temporal cerrada a las necesidades de nuestros semejantes.

En el evangelio de este domingo Jesucristo sale a nuestro paso para abrirnos los ojos de la fe y ensanchar el horizonte de nuestro compromiso con palabras sobre la vida eterna. Nuestras acciones y omisiones de ahora condicionan ya nuestra felicidad del mañana. En la parábola del rico desconocido y del pobre Lázaro hay una advertencia sobre el daño que provocan las riquezas y una revelación sobre la suerte diferente que corresponderá tras la muerte a justos y pecadores.

Del rico desconocemos el nombre. A los ojos del mundo, los poderosos y acomodados son conocidos y nombrados; a los ojos de Dios, el rico pierde el nombre. El Señor conoce a todos y a cada uno da la posibilidad de llegar a ser hijo suyo, pero quien ha hecho de las riquezas su propio dios, pierde el nombre, es decir, deja de escuchar al Señor que le llama. El pobre, ignorado por el rico y consolado por los perros que lamen sus llagas, es recibido en el seno de Abraham con su nombre propio. La distancia que el rico puso entre él y su prójimo mientras ambos vivían, se convierte en abismo insuperable cuando llega el momento de recibir justicia tras la muerte. Al rico egoísta e inmisericorde corresponderá sufrimiento sin posibilidad de consuelo; a quien padeció la injusticia de la indiferencia y de la miseria, tocará la paz en la compañía de los santos. El rico percibirá entonces su error, pero éste será ya irreparable.

Para cambiar de actitud ante los pobres no hay que esperar mensajes del más allá o apariciones de difuntos, hay simplemente que escuchar la Palabra de Dios y llevarla a la práctica. El amor compasivo que el Señor pide practicar es también ejercicio de fe: reconocer a Cristo en el Lázaro que yace a nuestra puerta, sentarlo a la propia mesa, curar sus llagas y esperar un día ser recibido con él en el gozo eterno.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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