PALABRA DE VIDA: “la Iglesia nos lleva a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad y ahí se nos desvela la verdad del amor y de la condición humana”.

No hay amor verdadero sin entrega. Después de haber celebrado la Solemnidad de Pentecostés, la Iglesia nos lleva a contemplar el misterio de la Santísima Trinidad y ahí se nos desvela la verdad del amor y de la condición humana. Resuena en este día la proclamación gozosa del evangelista san Juan: Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. La inmensidad del amor divino se revela en la entrega del Hijo, que alcanza su cima en la pasión, muerte y resurrección. Por eso, de nuevo el discípulo amado, introduce el relato de la pasión con palabras admirables: Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. El objeto de ese amor hasta el extremo es el ser humano, de ahí la dignidad altísima de toda persona humana, creada única e irrepetible, capaz del amor infinito de Dios.

Sorprendente paradoja que descubre la verdad de Dios y del ser humano: en la Cruz, el odio y el pecado del mundo son vencidos para siempre por el amor extremo y la santidad. La mentira, la maldad, el horror y la muerte no son para el ser humano. No somos seres para la muerte ni para la condena, sino para la vida y la salvación. Hemos sido creados para la verdad, la bondad y la belleza; hemos sido creados para la vida eterna, es decir, para compartir la vida en comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y ahí colmar los anhelos del corazón. En la Trinidad Santa está nuestro origen y nuestra meta. Y en el amor verdadero, la vocación última del ser humano. No falta razón a san Agustín de Hipona cuando afirma: “Ves la Trinidad si ves el amor”.

Precisamente en el Domingo de la Santísima Trinidad, la Iglesia ubica la Jornada pro orantibus dedicada a la vida contemplativa, oportunidad para rezar por los que rezan y dar gracias a Dios por las personas que consagran su vida a sostener con su oración a los demás en el claustro de un monasterio. En un mundo tantas veces obstinado en vivir como si Dios no existiera, las personas consagradas, monjas y monjes de clausura, gritan al mundo, con su silencio lleno de oración, que hay motivos siempre para la esperanza. Las personas contemplativas generan esperanza porque dan testimonio con su vida del Amor de la Trinidad Santa.

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

Contenido relacionado

El triunfo de la gracia

En el camino del Adviento emerge como rayo de esperanza María...

Enlaces de interés