Hombres y mujeres con futuro

Artículo semanal de D. Juan del Río, Obispo de Asidonia – Jerez. La sequía vocacional que sufre la Iglesia en occidente es un problema pastoral y social. Múltiples son los estudios sobre las causas que la originan, pero pocos son los que ofrecen soluciones para superar este estigma. Se admira la vida sacrificada de misioneros, monjas y de muchos curas, pero no se les imita. Se les ayuda generosamente con campañas de recogida de alimentos, dinero y otras carestías, pero no se les dan esas vocaciones que deben surgir del pueblo o barrio que tanto dice entristecerse cuando se cierra un asilo, un dispensario, un monasterio o faltan sacerdotes que les atienda.   

La Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que se celebra este domingo, ha escogido como lema: Las vocaciones al servicio de la Iglesia-misión. Todo el Pueblo de Dios, pastores, personas consagradas, fieles laicos, son responsables de la promoción vocacional. A este respecto dice Benedicto XVI en el Mensaje para este día: “La Iglesia es misionera en su conjunto y en cada uno de sus miembros…Las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada sólo florecen en un terreno espiritualmente cultivado. De hecho, las comunidades cristianas, que viven intensamente la dimensión misionera del ministerio de la Iglesia, nunca se cerrarán en sí misma”.

El problema no se ataja con posturas “plañideras” acerca de lo “mal que anda el mundo” y cargando siempre las culpas sobre el ambiente social. Es verdad que ello influye y es importante tenerlo presente. Pero el núcleo de la cuestión está ad intra, entre nosotros, debido a que hay bastantes comunidades cristianas que no suscitan hijos de la fe para la misión. Ante esta situación tiene que prevalecer una Iglesia más espiritual, más centrada en lo esencial del Mensaje de Jesús, con una vivencia de la vocación bautismal abierta a la realización específica del sacerdocio y de la vida consagrada. Ninguna acción eclesial, asociación, movimiento, cofradía e institución, debe vivir de espaldas a este asunto tan crucial para el futuro de la fe cristiana y la extensión del Reino de los cielos.

El fomento de las vocaciones comienza en la familia, llamada “Iglesia doméstica”. Los padres cristianos deberán preguntarse continuamente: “¿Qué querrá el Señor de mis hijos?” Desde esta clave de fe, la educación de la prole se ve iluminada por la búsqueda diaria de la voluntad divina, porque en ella reside el secreto de la felicidad de las criaturas. Ningún progenitor creyente debería oponerse si un hijo suyo siente la llamada al sacerdocio o a vivir como religioso, porque estos hombres y mujeres  sí que tienen un futuro lleno de Dios y de servicio a la sociedad.

 En ocasiones sucede que se pide, en la Misa y en otras celebraciones,  para que no falten sacerdotes y personas consagradas, y hasta los mismos jóvenes de las parroquias organizan plegarias especiales, pero parece que eso no va por ellos, que son otros los chicos que tienen que responder. Lo mismo le ocurre a otros sectores de nuestras asambleas, que, en vez de preguntarse quién de nosotros da el paso adelante, miran para otro lado y dicen: “Bueno, esto ya se arreglará…”

Orar por las vocaciones en la Iglesia es que los matrimonios cristianos se abran al don de la vida,  construir una familia según los planes de Dios, ofertar sin tapujos y complejos, por parte de pastores y religiosos, la grandeza de dar la vida por el Evangelio, impartir la catequesis y la enseñanza religiosa poniendo énfasis en la necesidad del sacramento del orden y de la consagración siguiendo los consejos evangélicos. En fin, es rogar incesantemente “al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies”  (Mt 9,38) y descubrir que el Señor “TE NECESITA”.

+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez

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